sábado, 25 de junio de 2022

MARÍA SIMARRO


Mi prima María ha cambiado de trabajo. Es una pena. No se lo digan, porque ha mejorado de sueldo y está muy contenta, además de que el otro trabajo la mataba por dentro. Pero ...saben qué sacaba ??? la crítica más hilarante de ella. Estaba en una empresa de esas a las que llevamos nuestras miserias para que nos escuchen un rato con la excusa de que tenemos seguro de coche. No importa la compañía. Importa ella. Y cómo lo contaba. Desde el que se dejaba la llave dentro del coche, hasta el que tenía el seguro caducado, hasta el que no sabía ni a quién estaba llamando. Era una lista tan original, patética y cómica al mismo tiempo de cómo el ser humano puede machacársela con una piedra,  que la echo de menos. El estress era tan grande que me mandaba audios contándolo en su tiempo de descanso.Porque además no podía ponerse borde, ni contestar a tanto lelo. Para que se hagan una idea ,es parecido a todos aquellos que tienen que coserse la boca como Neo en el primer Matrix ante el gran Público que no lo es porque va por cuenta propia pensando solo en sus gónadas. Entiendanme, yo también me enfado , pero no aplaco mis demonios con la persona que está al otro lado del teléfono. Una vez sí, lo confieso. Tenía entonces el móvil en una compañía de esas que se ríen de nosotros. Fui a quejarme muy cabreada y contestó un operador con voz de tenor y paciencia de Job. La ira me consumía, pero la derritió con un " Anita" que añadía a cada principio o final de frase. Ahora lo pienso y me avergüenzo . No se puede ser un bestia al otro lado del aparato. Ni nadie tiene que aguantarte tus malos modos, ni tus frustraciones y mucho menos tus insultos. Eso de coger un teléfono y creerte dios no me vale. Ni para mí, ni para nadie. Pero eso mi prima lo entiende muy bien. Ya les he dicho que es muy inteligente y sabe darle la vuelta a una tortilla sin que se le escurra el jugo. Ahora en su nuevo trabajo también las pintan moradas, pero por otros ruedos que también cuenta en su tiempo de descanso.  Es una tía super divertida , mi prima. Con una risa gorda y profunda como una butifarra chiclanera. Cuenta las cosas de tal modo que la primera que se ríe es ella, arrastrando la frustración, el mal humor y un trabajo en el que no le pagan lo que se merece. Vamos, como a cualquiera de ustedes. 

martes, 18 de enero de 2022

A POR OTRA

 


Ver servir cafés a las nueve de la mañana te da una idea de cómo es la vida de algunos. María José en Olvera pone más de treinta por hora en un bar pequeñito y lleno de paisanos. Supongo que ese es mi concepto de heroína. La que trabaja, pone cafés y se va a casa a seguir dando el callo. No creo que le dé tiempo para mucho más porque la Hostelería es perra de múltiples cabezas como Cerbero y cómo él sabe de las incidencias del Infierno de primera mano. Dónde creen que van las penas rodando sino a la barra de un bar a cualquier hora. Quién nos conoce más que uno que sustenta la frialdad de la cerveza entre sus dedos, cataliza el metal de los refrescos con la vista o verifica la espuma de los cafés de máquina- bien servidos- adobados con una sonrisa comprensiva.                                                                                   

 Los héroes de verdad  siempre han ido de tapadillo y sin hacer  mácula. Las capas al viento, las mallas ajustadas y el pelo cayendo en cascada déjenselo a los de Marvel. Los que llevan las ambulancia, los del Centro de Salud, los de la patrulla de protección civil, los bomberos y policías… Esos como mucho van uniformados de paciencia. Los Guardias Civiles, de verde esperanza por lo muy mamona que es la carretera.                                                                                                

No es de extrañar que los Jueces, Fiscales y Letrados vayan de negro por cómo anda la Justicia, aun cuando ellos hacen lo que pueden.                                                                               

 Los elegidos para la gloria de la cotidianeidad van también en un barco enlatados de miedo pescando lo que nos comeremos en el Mercado o custodiando aguas que otros transitan a las bravas para proteger ese todo que conforma nuestras vidas.                                                                                  

  Los que pagan impuestos a retrancas, los que compran el pan, llevan a sus hijos a clase, los que bañan a nuestros mayores y tienen la paciencia de cien mil santos también están confirmados en esa lista de gente que son imprescindibles aunque no se lo diga nadie.                                                                                                                              

No gustan de desfiles rimbombantes más que el de las gipsy kings con fregonas y cubos; No son de grandes banquetes excepción hecha de las bodas de familia, ni discursos elocuentes sin padrino, sino de silencios profundos y reuniones de dos en cafeterías de barriada de imaginaria de los niños o saliente de turno. No tienen más que aspiraciones de jubilarse, de que los niños se vayan a hacer puñetas, de que les entre algo de bonanza, de que puedan pagar trampas, de que las extraescolares no les saquen el poco jugo que les queda y de que siempre haya una amiga sobre la que arrimar el hombro para compartir desgracias.                                                                   

 Los que nos ponen las calles para que cuando nos levantemos estén barridas y esplendorosas, los que custodian nuestro sueño, los que usan las manos para curarnos y los que educan a los que más queremos hacen patria todos los días sin que esté marcado para nada en el calendario; Igual que los que nos socorren, los que nos salvan, los que nos cuidan, los que nos perdonan…todos ellos.                                                                                                                                       

Es difícil ser héroe sin que lo sepa nadie, sin ponerlo de perfil en una foto, sin que puedas abrazarte más que con la esperanza. Porque hay días en que la planta de los pies parece estar llena de piedrecitas y los impuestos no te cuadran ,  los estudiantes te superan y el abrigado puerto está muy lejos, por lo que  la vida parece que no tiene ningún significado más que la de perder y descabalgarte de ella. Pero te digo yo que no, y sabes que nunca te miento.                      

El café que me has puesto es el mejor que he tomado en mi vida y mira que yo no tomo café. Los charquitos de las calles relucen con el sol en sus lomos plateados porque las has barrido y regado. He dormido de un tirón porque resolviste todas mis dudas y el dolor ha cesado.  Al cruzar me has tendido una mano y me saludaste al pasar. Puede que Cerbero custodie las puertas de la Hostelería y le quite el sueño a los opositores y quiera morder la jubilación de alguno, pero no podrá con los héroes cotidianos que nunca llevan capa al viento, ni mallas coloristas. Como mucho uniforme de segurata o el de taxista que quiere poner el Ayuntamiento para no liar  a los turistas. Porque los banquetes son de novios radiantes y los desfiles de madres trabajadas con cubos y fregonas para intentar limpiar el mundo de inmundicia.

ODIO, ODIAR

 


Mis perras odian al barrendero. También al cartero y  a los niños del vecino. Odian los petardos, a los etílicos fiesteros y a las chonis peloteras que gritan a las mil entonaciones. Odiar es un esfuerzo considerable. Si no que se lo digan a los protagonistas de los dramones decimonónicos. Ahora somos más últimas tentaciones  o Adara en la casa de los secretos…Especuladores del victimismo televisivo.                                                                             

No sé si se acuerdan- o tienen la edad- pero esto empezó con Patricia la que se ligó a Kiko Hernández, que fue acosada por Raquel que sufría el mismo drama que Dolores Vázquez en distinta época e inicio de situación.                                                                                                   

Me explico... Patricia era una chica linda, cándida y muy enamorada. Del tipo princesita cercana y populista que nos gusta. Se enamoró con retranca visual encerrada como Rapunzel, pero por Telecinco y las audiencias televisivas. Su príncipe no lo era tanto porque despotricaba de ella a mansalva, cosa por otro lado que lo hizo popular a nivel cotilleos hasta el día de hoy donde sigue postulando silla de colaborador en la misma cadena. No difamo, constato. Y por otra parte, aunque no lo envidio admito el tesón porque el formato se las trae. Supongo que en esto último estarán conmigo, hay formas más fáciles- al menos mentalmente- de ganar dinero.                                                                                                                                     

A lo que íbamos. La princesa. El príncipe… ¿qué nos falta? …La bruja. Porque siempre tiene que haber una bruja si queremos que funcione la ecuación.                                                                     

 Y ahí entraba Raquel que no era precisamente una belleza al uso y cuya orientación sexual- atenuada en eso primeros grandes hermanos porque los tiempos no eran lo que ahora- tampoco era la más mayoritaria , ni muy bien recibida. Ahí verán la similitud con Dolores Vázquez en la seriedad, en la belleza diferente o en el perfil más bien seco y de frente.                               

La cosa es que la gente la empezó a odiar. Yo con ellos balando, a la una y a la otra.                         Raquel me ponía fina de mala hostia y Dolores Vázquez me parecía muy asesina. Luego el tiempo te da razones y te las quita, los odios se difuminan como los colores, como los enfados y como todo aquello que te parecía tan importante o tan insalvable.                                         

 La madurez, las arrugas, las canas o el hartazgo es lo que tiene que ya ves la vida de otra manera muy diferente. Lo mismo también juegan en ello un papel fundamental las hormonas. No estoy muy segura de esto último, porque en Física y química me quedé en los albores de los tiempos, así que ...                                                                                                                          

  Puede ser que la jodida Química que a mí me costaba la vida entender, tenga relación con  los amores, los odios, las filias y las fobias. La puñetera química que según algunos hace que alguien te lleve a la cama o al cementerio. También puede ser que somos animales criados a la teta de una pantalla de televisión que nos adoctrina y seca las pobres neuronas.                              

De todas formas, ya les digo que como odiar es un esfuerzo considerable y no estoy en épocas de dispendios mentales, no odio a nadie como mucho desprecio que a modo de ver de un amigo mío es infinitamente peor y más cruel. El odio es más como el cajón de mi abuela donde guarda sus tesoros perdidos, aquellos que le recordaba lo que fue y nunca llegaría a volver a ser y el desprecio- en cambio- se circunscribe a no volver a abrir aquel cajón aunque sepas perfectamente dónde está y cómo se acciona el mecanismo.                                                            

 No lo abres porque sabes de sobra lo que hay dentro y que te dolerá verlo. El desprecio es ajado pañuelo de ácido puro que te niegas a amarrarte al cuello.                                               

 Mis perras no saben despreciar al barrendero, ni a los niños petarderos, ni a las chonis parlantes en siete lenguas viperinas, tampoco a los etílicos corredores de juergas de madrugaba.                                                                                                                                            

  El odio es mucho más socorrido, básico a más no poder, ladrido va y ladrido viene y luego a quedarse fina, tendida al sol del otoño, calentito por aquello del cambio climático y otras barbaridades humanas.

HALLOWEEN

 


No hace falta una fecha concreta para que los demonios transiten plazoletas, con ánimos de robar niños inocentes a los que matan en su codicia de carne.                                                                  

Ha ocurrido en la Rioja. Es pan amargo que tragarnos para todos. Mas para los que veían cómo custodiaban los Nacionales al presunto a los que les pedían que les dejaran lincharlo como horda furibunda del Medievo. No son las omegas de Octubre, ni la comercialización de eventos sino la barbarie que llevamos dentro.  No me extraña la venganza colectiva, ni el deseo arraigado en nuestro encéfalo de hacer justicia a modo de Western italiano.                                        

Díganme sino ustedes…El crío de 9 años iba disfrazado, feliz él por la independencia que le daban los mayores de dejarlo ir solo al Parque donde había otros niños de su edad de un colegio  cercano. Los familiares estaban tranquilos, porque iba enfrente de su casa, a poquísimos metros. Qué podía pasar en un parque residencial lleno de buenas familias.              

Pero le echaron en falta, apareciendo medio muerto en el portal de un condenado por varios delitos sexuales y agresiones. Los sanitarios esta vez no pudieron devolverle la vida que le habían robado, tampoco curar la impotencia de los que allí aguardaban que llegara la Policía para llevarse al hombre que había secuestrado al crío con engaños.                                       

Este Halloween será muy difícil en Lardero porque un español -que estaba en libertad condicional desde 2020 por delitos sexuales- ha vuelto a cruzar una línea que jamás debería ser traspasada. Si matamos a los niños, qué nos queda…Y es más , cómo el mismo hombre que agredió sexualmente a una agente inmobiliaria mientras ésta ejercía su trabajo, secuestra a un niño, lo lleva hasta su casa y lo deja prácticamente muerto. Cómo se pude matar tan impunemente. Cómo mancillar una vida que no es tuya para satisfacer un deseo sexual. Ningún disfraz es más terrible que el que este presunto llevaba puesto…El de la normalidad. Porque si viéramos su cara bajo la máscara que le asiste nos espeluznaríamos de cuánto dolor, cuánta muerte y cuánta falta de empatía por los demás puede albergar un corazón capaz de matar a un niño de nueve años que va disfrazado para Halloween. Te da por pensar cuántos lobos deben de andar esquivando a la Policía, a los mayores, al resto de esa humanidad normalista que se levanta para trabajar, pagar su hipoteca y llevar comida a casa para compartir fiestas con los amigos , mientras tu hijo se va con los suyos a un Parque que está enfrente de dónde vives. No saben los que no tienen hijos- a los que se quieren como una prolongación de tu propia vida- lo que sentimos cuando los nuestros cruzan el umbral de la puerta de nuestra casa. Y tienes que dejarlos porque no los puedes atar a la esclavitud de tu custodia o a la de un colegio o un coche. El peligro acecha en todas partes. Fíjense bien que ha sucedido en un barrio protegido, con los padres cerca y gente que se conoce. Pero él estaba ahí acechando, porque la presa estaba dispuesta y su afán de mancillar y matar le pedía carne fresca. La ha conseguido y ni siquiera se ha escondido. Dicen los vecinos que no había policía suficiente en el Parque, que solo mandaban de vigilancia a dos. Pero ni toda la Policía del mundo puede protegernos del infortunio. La ley no castigará el daño hecho a sus padres, ni el futuro que ha robado a ese crío con edad de soñar. Lo pagará con cárcel y volverá a salir como el que violó a la cría de nueve años y volvió a cometer otro crimen igual en su barbaridad de gente sin escrúpulos, ni conciencia. No podemos protegernos de ellos como no podemos hacerlo de las radiaciones solares, ni de los volcanes o socavones que se abren ante nuestros pies. Solo la Ley puede meterlos en cintura dejándolos recluidos y vigilados para siempre. Apartados de una sociedad a la que no pertenecen. Maldito Halloween que ha privado a un crío de disfrutar de su larga, larguísima, vida. Porque solo tenía nueve años y un disfraz que hacía ver lo indefenso que estaba ante un cazador de piezas humanas con las que darse un festín que recordar entre paredes grises y compañeros de celda. No hay Justicia para estos crímenes, ni perdón. Solo rabia sin contener y un dolor lacerante que no te deja ni llorar.

MAC DONALDS Y TELECINCO

 



El otoño es infernal con volcanes destruyendo futuro. No crea nada la lava ardiente que no sea demostración que somos pasajeros de un mundo que está en constante renovación. Los hormigones, las vacunas, las autopistas nos han hecho creer que somos invencibles, pero solo Telecinco nos separa de la realidad  palpable que somos barro de balcón tras una fuerte llovida. No es la telerrealidad, los conflictos fingidos o  las lágrimas de Lidia Lozano más que marketing de señora mayor con depresión y melancolía. No lo digo por ofender sino por amortiguar mi propia caída. Hubo un tiempo en que me acogí a esa comida basura del alma igual que a las pipas  gaditanas o a los paseos revigorizantes que solo daban dolores de pies y malas noches. Supongo que las rupturas son así, los tajazos ruandeses te clonifican ese instante de mayor dolor para regalártelo cuando les da la gana en pensamientos obsesivos que te van robando presentes.                                                                                                                  Las expectativas es lo que tienen, si no que se lo digan a Paula Badosa que como tantas niñas se vio tocada por polvo de hadas para entender( con el tiempo y la mayor edad ) que lo que decía la profesora de “Fama”-hoy revenida en “Anatomía de Grey”- no era más que la Biblia rediviva. “La fama cuesta y es aquí donde vais a empezar a pagarla”. Los deportes cuestan, las medallas se lloran y la vida es una torticera realidad donde no hay ganadores ni finalistas, ni te dan dinero sin cupones, ni loterías primitivas. No hay sonrisas enlatadas, ni amores fingidos, no hay cuernos panorámicos, ni herencias envenenadas. Hay más bien madrugones, contratos basuras, esperar que te llame el SAS, esa cita para ver si lo tienes o no, las notas de los niños, los extraescolares, el pagar, pagar y pagar. Nada que ver, no me lo nieguen.                 Los cuernos de Telecinco nos distraen, también que se maten los Rivera y los Pantoja y las oscilaciones cósmicas de los guionistas para que se mantenga una audiencia que en otro país caería por su propio peso. Pero somos nosotros, los de la banderita en los partidos, los que salimos fuera de las fronteras y seguimos siendo autóctonos, los que derivamos a la derecha o la izquierda según nos vaya el paso, los que queremos vivir al modo gaditano de hacer lo menos posible. No son nuestros ancestros fenicios, ni las legiones de esclavos que nos sustentaron y convidamos a carne magra, ni la sangre mora o judía, somos así por la amalgama de telerrealidad que hemos consumido y la cantidad de imanes de hamburguesa de factoría que hemos colgado en la nevera. En nosotros las expectativas de nuestra abuela se han cumplido porque solo somos carne de cañón adobada de olvido. Y aun así persistimos, porque la telerrealidad nos asiste en sus tetas de silicona enguantada.

INCONTINENCIA DINERARIA

 



Desde Ecologistas en acción han pedido el cese de las compras compulsivas por el bien del Planeta, pero creo que el comprar solo acaba de empezar.                                                                   Internet es fácil triquiñuela para gastar lo que no se tiene y las tarjetas a débito, más todavía. Nada que ver con antaño cuando veíamos películas en blanco y negro, vestiditos como para una boda, en casa de los abuelos todos esperando que llegara Reyes para ver si nos tocaba algo.                                                                                                                                          Ahora la amabilidad se toma como ganas de echar un casquete y las placas led de los frigoríficos (con obsolescencia programada) valen sesenta euros.                                                     Mi padre no atina bien con los miles de euros y mi hija alucina con que existieran los carretes de fotos. Los que  ya no cumpliremos cincuenta, somos caballo de penas varias. Sobre todo, los que como yo tenemos padres e hijos, porque los otros- esos que lo supieron hacer despreocupándose de cadenas afectivas-alegran su vida con exposiciones varias, hobbies que llaman vocaciones y otros libertinajes no sexuales.                                                                                                                  Les diría que no les envidio, y sería cierto. Lo mío es la pereza existencial, la negación de todo disfrute que no se pueda comer o tejer y el nihilismo más puro adobado de cansancio y charlas de medianoche, con adolescentes cargados de tareas y faltos de futuro.                                     La huelga del metal ha hecho puf, desinflándose como un pastel sin levadura. Cada uno ha cogido su petate y como en las elecciones, ya han salido los políticos a ponerse las medallas del mago Andreu. Los que visionamos de por vida, vegetamos a la parra de un Instituto que siempre es igual con profes que salen y entran, aposentados en su mayor gloria festiva en una terracita cervecera con tapa incluida. Pensar que quizás en años venideros sean los de mi propia sangre los que con sus nalgas trabajadas  se sienten en esas mismas sillas, es rabo de puerquito, pero ya saben que se me dan muy bien las fabulaciones elucubrativas.                                                     Lo de cesar en las compras debería venir impuesto por raciocinio, sobre todo cuando luego llegan los cargos de las tarjetas en un rojo llamativo. No sé si salvaríamos al Planeta al ser más escuetos de vida, tipo franciscanos o monacales, lo que si les digo es que seguramente seríamos más felices. Las cosas se estancan, estorban y luego viene wallapo para venderlas en un ciclo destructivo de querer nunca satisfecho,  como orgasmo inducido pero no resuelto porque el consolador se ha quedado sin pilas. El Planeta debe estar hasta las narices de nosotros o lo mismo ahí está todo él quejándose de vejez soberana, con su estampa regordeta y cósmica sin saber que los humanos campamos a nuestro antojo sobre sus llanuras y montañas.                                                                                                                                          Las compras son inducidas como los partos sin fecha de despegue, porque no hay medio que veas que no te harte de anuncios a cada rato. Las programaciones viven de los anunciantes y es a ellos a los que les deben fidelidad, no a las audiencias que vapulean como alfombra empolvada dándoles toquecitos de castigo si se van por donde ellos no quieren.                                 Creemos que gobernamos nuestra vida, pagamos nuestras facturas y luego nos vemos con 90 años como Ramón Corrales me decía con tanto acierto, asfixiándonos mientras morimos.                Lo mismo somos un producto de alta gama, elaborado solo para consumir y gastar, perecederos en primera generación solo procreamos a alguien que nos sustituya en la cadena consumista. Los brilli-brilli, las luces de Navidad, el color rojo de los paquetes, la fantasía o el comer y el beber nos ponen (para qué vamos a negarlo) solo que le añadimos otros apellidos  como “familia”, “navidad” o “solidaridad”.                                                                        El sorteo de Navidad es la fábula del tonto que se hace rico sin tener que doblarla, ni hartarse de estudiar tipo antiguo Gran Hermano. No creo que esto haga nunca puf como la huelga del metal, porque lo llevamos impreso en el ADN. Otra cosa será que el Planeta se harte, que eso sí me lo creo.

miércoles, 5 de mayo de 2021

MAYORES

 



Me resisto a cumplir años, pero el cuerpo no me secunda sino que va de independiente a dos patas. No me veo a los ochenta puliendo arrugas, menos con el panorama covid llegándonos cada año como la gripe estacionaria.                                                                                         No me veo criando malvas, más bien apuñalándolas aunque sea con los incisivos mellados por la impotencia.                                                                                                                                  No sé cómo nuestros mayores aguantan con tanta entereza. Primero, cayendo como soldados de avanzadilla. Luego, estando encerrados como leprosos a cal y canto; Y por último, ahora mismo, esperando una dosis doble que les saque de los marcadores fatídicos.                                                           Se han quedado con las vacunaciones de los de ochenta por la mitad y hasta abril (mediado) no creen que haya más dosis, por lo que calculo que si alguno de ustedes santifica los cincuenta como yo veremos el verano, las Navidades y puede que la primavera –del 22- sin que nos inoculen. No es de extrañar que esté de cuerpo presente, con sopa boba aleteando en la garganta y muy pocas ganas de que me toquen las palmas.                                                                 No sé cómo los mayores resisten más que si pienso en cómo sobrevivieron hasta llegar aquí los nacidos en el treinta, con una década- la suya- en la que la gente se tiraba de los rascacielos por las crisis, las guerras y las hambrunas. Crecieron condenados a la separación entre pueblos y ciudades, con una guerra civil que desangró un país que aun cojea de separaciones, facciones y ultranzas. Y ahí siguen, muchos arropados en su casa, más solos que la una o las dos- los que tiene la suerte de que les viva su pareja y no este ingresada en un geriátrico- volviendo locos a los propios y los extraños, apalabrando el día a día y creyéndose que si se esconden bien de la Canina no les encontrará, por mucho que  les busque por su nombre.                                                                                                                                            Son gente obediente que se volvieron rebeldes con causa y ahora protestan por todo, batallones de ancianos enlutados por su propia defunción agendada, rebuscadores de tópicos destructivos que les importan un apio, de meriendas a las siete haciendo de cena y sueños inestables por las muchas cosas que les rondan en la cabeza. Chorlitos revoltosos y busca peleas, agudos telefonistas de móviles y plataformas, con más tiempo que ganas y más ganas que futuro. Y aun así, perduran, subsisten y son miles de veces más valientes que la generación que le sigue y muchísimo más que los milenials que se atusan el cuero, convidándose a elevaciones de estados y presunciones internautas. Nunca seremos tan mayores como hoy, ni tan jóvenes como en el mañana.

LA RAMA DE UN FICUS

 



Los Ficus se asientan sobre el suelo no solo con el tronco, sino echando raíces aéreas que intensifican su belleza. Supongo que su naturaleza les guía porque las copas son frondosas y de ramas gruesas, robustas como los brazos de Popeye. Al amparo de sagrado de la parroquia de San Jacinto en Sevilla, una vendedora de la ONCE fue herida de gravedad al caerle una enorme rama de un Ficus centenario que ya no podía más con ese peso a sus copas.                            Me dirán que es la casualidad o la fatalidad, que para colmo son caras de la misma moneda como la suerte y la desgracia o el don y la maldición. La misma que llevó al niño Marcos de Olvera con solo quince años a encontrarse con una conductora que sobrepasaba los límites permitidos de alcohol. Estas cosas luego se pagan en los Juzgados, sé lo que les digo porque ni en sangre -ni en lágrimas- son jamás saldados.                                                                              La vida es una mezcolanza de casualidades donde algunos quieren ver la mano endiosada de un ingeniero que no solo nos creó, sino que además nos protege y vigila. Al modo Alien de cuarta entrega- o quinta, vayan ustedes a saber- ese ingeniero tenía muy mala baba porque poco más y nos destruye el Planeta. No les estoy espoirleando por nada sino para demostrarles lo aleatorio que es todo y lo poco que tenemos de guion consentido en estos juegos con mucha hambre atrasada.                                                                                                     Yo nací cuando a mis padres les dio la gana; Que tampoco fue obra explicita de ellos sino de sus máquinas reproductoras  y el tiempo que tardaron en hacerlo porque antes tenían que casarse. A mis hijos mayores esto que les cuento les parecerá ciencia ficción, porque la vida ha cambiado tanto que a veces me preguntan si conviví con los dinosaurios.                                           En el cole de todos mis hijos había – y hay- un Ficus enorme que crece sobre la zona de esperas de madres, esquinándose con el patio donde disfrutan los preescolares de una vida que creen perfecta, porque no hay exámenes ni maldades más que las de algún compañero que ya empieza a afinar la puntería con las trastadas. Si tienen fotos de sus hijos en esa etapa, échenle una ojeada porque es oro puro; con esas caras sin suspensos, ni malicias, berreando porque la canción de fin de curso no les gusta o se asustan al ver a tanto padre ansioso con la cámara en ristre. No sé si estoy preparada para pasar página y ver cómo sigue la historia de mi vida, sobre todo porque el acto final para todos es un verdadero engorro. Luego están las sorpresas, los cambios del guionista o que te saquen de la serie porque tienes poca audiencia. O la fatalidad de encontrarte con alguien presuntamente hasta las trancas que te lleve a la inconsciencia y muerte en solo una semana.                                                                                                                Mis hijos tienen 14, casi como el crío de Olvera. Hace nada, este mismo invierno el niño me pidió una moto. Dice que quiere ser policía y que le hace falta aprenderse ya las reglas de circulación. Le dije que nanay. Qué no colaba que para eso le compré una bicicleta que no le dejo usar porque me dan miedo los conductores de coche. Es incierto. No me dan miedo, sino pánico en estado puro. Conduzco desde hace décadas, y antes lo hacía en moto. Me cayeron, me echaron de la carretera y me harté porque se respeta muy poco a quien no va en un acorazado que pesa una tonelada. De la moto, el chasis eres tú y eso duele y mata. A Marcos le han robado una vida entera y a sus padres la alegría, la esperanza y el futuro. Eso no se paga, sino que mata y duele y te roba lo que antes considerabas tan normal como estar resguardado del sol de Sevilla bajo la bondad de un Ficus que no piensas que se vaya a resquebrajar sobre tu cabeza.                                                                                                                La vida, algunas veces- muchas- es un pedazo de emoji con color marrón glasé, en forma de churro rodeándose a sí mismo. A nuestros hijos no se les toca. Eso debería habérselo tatuado en la calva,  la vida que nos lo da y nos lo quita sin que nos emplace por agenda como hacen en las citas médicas. Marcos tenía toda la vida. Y sus padres preocupaciones y alegrías, días y fechas por señalar en el calendario. Ahora solo habrá una que se repetirá por siempre. Una que no variará, ni les dará nietos a los que ver por las plazas y caminos de Olvera corriendo felices.

LA PRIMAVERA SIN EL CORTE INGLÉS

 



No se puede estar más gafado que si te nieva en primavera. Y es que ya no son lo que eran cambiando los seiscientos de colorines chillones, las cestas de picnic y las minifaldas por crisis asmáticas y Belén Esteban de reportera sesuda.                                                                                    Ya nada es como era, ni siquiera las colas que se ven planificadas y aceptadas con degüello de cordero.                                                                                                                                                   El covid nos ha mamado (y escupido) sin que nos diésemos cuenta. Evolución a la Checa con los profes inoculados con Astrazeneca, temiendo por marvelianas consecuencias en esos cuerpos- y sobre todo mentes- tan torturados por adolescentes ávidos de nada.                                      Se rifan quince millones de euros en algún sorteo retransmitido por la radio que nos sacarían a muchos de penas y pocas glorias, pero no compramos más que para los críos que son limas nuevas.  Es nuestra condena , porque cómo nos va a tocar si nunca jugamos desde que se fugó la peseta.                                                                                                                              Chary Arjonilla profesa ahora a la puerta de un centro educativo velando por la seguridad y buen hacer de todos, con esa sonrisa espléndida que siempre fue de primavera. Quiere jubilarse ahí mismo, entre niños gritones que se preocupan más por los memes y tiktoqueros que por los versos avasalladores de Teresa, la que amaba tanto a Jesús que por poco la queman.                                                                                                                                              Es lo malo de las primaveras que hacen juego con las hogueras por aquello de asar carne a la parrilla, luego de haberle dado un buen machaque. Aquello de “muero porque no muero” me recuerda una nevada en primavera, un bote de quince millones de euros del que nunca has comprado o un orgasmo que no llega porque la vida no nos hizo para sentir placer, sino para jorobarnos. Como a los profes con Astrazeneca, o a los hosteleros con el cierre  o los imbéciles que hacen fiestas en dónde y cuándo les da la gana, condenándonos a muerte al resto. Ya la primavera no está en el Corte Inglés, sino en las vacunaciones con personas mayores que pelean por la fila que sea, echando carrerillas que la muerte les aterra como si solo les incumbiera a ellos.                                                                                                                          La vida se nos ha dado la vuelta porque tiene múltiples pieles que  descama cuando le hace falta , lo mismo que los comentaristas de “Sálvame” transmutan según las exigencias del guion. Pero no crean que los critico, ni mucho menos, sino que más bien alabo su perpetuidad, su entrega que nada tiene que envidiar a la de Cerbero a la puerta del  infierno. Al final, no se puede estar más gafado que asfixiarte con la perra de la mascarilla que te salva la vida.

INVOLUCIÓN

 



 Esa especie dominante del Planeta. Esa que extingue todo lo que la rodea, ha tocado fondo de pandemia. Nos hemos contraído como lata de aluminio sin vida propia, porque nuestro contenido ha salido a presión por la embestida del covid. No hay más que pasear por nuestro suelo patrio para darnos cuenta que un tsunami bestial nos ha asolado a todos. Los escaparates se han travestido de ladrillos y se multiplican los carteles de “se vende” y “se alquila”. No me extraña que los mortales se den a los antidepresivos. Quién tiene ases de copas en las mangas para echarle buena cara a la tragedia de perder empleo o familiares por esta lacra.                                                                                                                                              Los abuelos de las Residencias van a empezar a pisar una calle, que en un año no han visto más que a través de las cristaleras. Podría ser una esperanza de continuidad, pero estamos cascados y no vemos a un palmo de nuestras narices.                                                                     Si mentamos la continuidad, nos aparece la del covid con una nueva ola en cuanto los descerebrados que nos circundan cojan por manta la Semana Santa y empiecen otra vez de barbacoas . Estamos hastiados de tanto tonto suelto y conste que no hablo solo de los políticos, sino de todos. Parece que la gente que ha muerto no importa, que los que han enfermado no importan y no vemos más allá de gráficas y necesidades de tres al cuarto.              Es cierto que la Economía es primordial, que solo porque la vida se nos iba a bocanadas hemos parado el ritmo, pero necesitamos darle vueltas a la rueda del ratón para creernos de nuevo en el juego. Queremos salir, ir de vacaciones, playa y fiestas. Es nuestra esencia de gastar y consumir, de deleitarnos y ya los que sufrieron en sus carnes la pandemia están olvidados como todo aquello que nos da jaqueca. La gente que ha sufrido el covid con unas secuelas que lastrarán su cuerpo serán los más olvidados del todos , incluso de los que han muerto que ni tiempo tendremos de recordarlos y evaluar lo que han significado. Los empleos que ha arrasado el covid, la gente que ha caído en la pobreza, los que subsisten casi sin saber cómo serán los últimos olvidadas del sistema. Un sistema que se nutre de esperanzas, ambiciones y codicias humanas, como los demonios lo hacían de almas. Volveremos a poner la maquinaria en marcha. No sé si por suerte o para nuestra desgracia.

ESPASMO CORONARIO

 



Mi padre mira su televisión como si fuera la Biblia rediviva. Ana rosa Quintana le explica lo que será bueno para él, sembrando la duda de si hay que ponerse o no la vacuna.                              No sé si será literal o figurado, porque no profeso esa marginalidad de los mayores de embutirse en todo aquello que les da miedo, pero lo observo desde su atalaya de incertidumbre, desparpajo y agresividad contenida en ese cuerpo que se ha hecho pequeño y arrugado. Mira con ojos ávidos de saber esa pantalla que le absorbe de lo real como a mis hijos adolescentes el tiktok o los videojuegos.                                                                                                                     Al igual que mi padre presiona la bisagra de su mayor edad, de los caprichos, de la angustia que me desplaza a cualquier hora del día; Mis hijos hacen lo propio desde su rotundidad púber sin benevolencias, sino con agujeros negros volitivos por bandera.                                             Es la nueva época covid, el tener que ir a las competiciones con papeles y visados, el tener miedo por los demás y por uno mismo; El no saber que querer o creer,  como pre púber que se precie.                                                                                                                                                   Esto de tener cincuenta y que nos hayan regalado la Ley de Eutanasia cuando están cayendo tantos,  me parece sorna de la Historia que nos contarán en series y películas como les dé la gana.                                                                                                                                                          No nací cuando quise, ni me preguntaron qué país o ciudad prefería. Tampoco escogí a mis padres, ni mi origen. Igual que cada uno de ustedes, porque sus condiciones iniciales en este juego le vinieron dispuestas de fábrica. Luego lo hemos intentado con uñas y dientes, saliéndonos mejor a unos que a otros. Pero así es el juego. Aquí no hay bondades que te acumulen puntos, ni bravuconadas que te los quiten.                                                                Los asesinos que serán en el mañana la plaga bíblica por excelencia, empiezan con las mismas reglas que serán los santos patrones de la sabiduría, la filosofía o la ciencia. Todos desnudos y con el culo fuera. Mi padre también, aunque él ya no se lo crea. En algún lugar de la casa que una vez fue de mi abuela, debería haber un bebé en sepia- gastada por el tiempo que todo lo corroe- con ojos felices y desnudez intrínseca que sonríe a una cámara para felicidad de sus padres. Todos hemos iniciado el juego así, solo que los que ahora rondan los ochenta se las hacían muy felices en esos gloriosos años en que se jubilaron pensando que ya estaba bien de remar para todos. Pero miserias vitales, se han topado de lleno con el covid y los programas de debate que solo se diferencian de otros de entretenimiento en que se peinan con más gomina.                                                                                                                      Todos los que hacemos esto que no es más que una faceta de la realidad con sus múltiples caras, nos creemos algo decisivo para gente como mi padre que escucha como maná salido de la roca porque quieren aferrarse a una vida que por mucho que les pese se les va como arena de playa entre los dedos.  La Ley de la Eutanasia no es más que punto final sin drama, tragedia en el último paso de baile o irte con la cara levantada , porque para morir como un conejo reventado por las ruedas de un coche que te empotra contra el asfalto siempre hay tiempo. Perdónenme si les ofendo, pero no creo que nadie quiera irse por la patilla, ni morirse en el intento. Los suicidas vocacionales no van a ir a la Ley de Eutanasia, porque ellos tienen todas las posibilidades para hacerlo cuando les dé la gana.                                                                        La vida es maravillosa aun cuando te enseña su lado más oscuro. Por eso pese a la debilidad, la cronicidad de sus enfermedades, a las arrugas y el tiempo a la chepa, mi padre escucha a la Quintana porque no quiere ponerse la Astrazeneca y que le dé un espasmo coronario.                    Ya le he dicho que a él le van a poner la Pfizer, pero no me cree porque yo solo escribo para ustedes.                                                                                                                                                   Lo mismo lo ideal sería que ya que hemos hecho un gran juego en esta vida, nos dejaran terminarlo como nos diera la gana.

CULOS OBSTINADOS

 



Podría parecer que escribir es una bicoca, pero ya les digo no. Igual que los tres aventureros que se tiraron al mar en Argel en un kayak en busca de mejorías para sus cuerpos y de los que no se sabe nada, éste es un oficio ingrato que se hace más por voluntad y paciencia que por dispendios de ningún tipo.                                                                                                                          Es mucho más fructífero esperar a la puerta de una iglesia vendiendo bulas de ciego, que esto. Es mejor esconder billetes del club de alterne bajo la tarima del yacusi y que te los incaute la brigada respectiva,que esto. Es mejor lamerse los bajos en una plaza soleada, siendo perro de nadie, que esto. Porque esto es tortura china de Tántalo, episodios de psicosis alternativa y una serie de impotencias y frustraciones que darían para mucho más que estas líneas amargadas.                                                                                                                                                        Lo mismo me va a bajar la mala hostia tan socorrida que nos llena a todos cuando el vecino nos jode, la suegra nos empala o la pareja nos la pega con lo que se menee.                                           No es mi caso, pero podría. En esta vida no se sabe. Ese el problema porque los videojuegos son previsibles, las series también, y algunas personas ni les cuento. Lo malo es que la zorra de  la vida es agraciada y veleidosa, simpática y optimista y solo te deja ver caras guapas hasta que te tiene bajo sus botas, para luego darte tarángana de golpiza que te parte la cara dejándote laxo de ganas.                                                                                                                        Será eso lo que me baja, la ictericia de la bilis amancebada, de aguantarme los chillidos, de sofocarme los llantos, de dejarme ver fuerte y precisa, una máquina del destino que llevarse a la cara y que no te afrente con debilidades porque hasta la Gloria de Dios harta y las viudas somos pegajosas y escurridizas y no nos duele tanto, nada.                                                                  Será la inquina, el desahogo, la mudanza o el despelote. Será que el alma se me expande y el cuerpo se me encoge. Será la obstinación en respirar mientras el cuerpo aguante. Sera el debatirme en duelo con mis fantasmas inmortales. Sera que soy Quijote de unas pocas horas y de muchos minutos. Será que cambia el tiempo y no se sabe si es verano o primavera o invierno, pero nunca otoño. Lo mismo es que se aproxima mayo, un mes maldito para quien sepa, de desgracias y de desmanes, de muerte de gente buena y de comienzo de tortura para seres desgraciados que no saben qué hicieron mal,  más que escribir a destajo.                             Porque mi padre dijo un día que lo mismo recalcando aprendo. Pero va a ser que no, que lo de Umbral era pura arte y lo mío puro cuento. Estoy abotonada, esmirriada de mente, expendedora de carnes, obtusa de ideas y frenética de impotencia, frustración y rabia.            Será que no puedo ser como el resto de los mortales… poesía para los oídos, tranquilidad para los cuerpos, metiéndome en un corsé y aligerándome el tiempo. Será que no puedo, será que no quiero. Sera que no soy, simplemente eso. Para pervivir en esto, hay que tener el culo enmarcado en un sillón frente a un monitor en banco que repele letras negras,  que se asquea del Word y que ni piensa, ni siente, ni se menea. El ahí, en su blancura, indómito e ingobernable, frente a ti, desgraciada alma que te crees que podrás vulnerarlo. Pero no, porque solo las nalgas preceden la dicha, solo ellas acongojadas, apretadas contra el skay y soportando gélidos invernales y gasificantes agostos, son las que te llevarán a la gloria de publicar tus designios hilarantes.                                                                                                       Los dedos se te atrofiarán antes que las nalgas que solo se engordan a modo de infamia. El cerebro nunca fue el máximo exponente de tu gloria, así que como en una rotonda das vueltas de pato en balde, a la espera de que el tonto de la escopeta acierte. Estoy harta de que me inviten a saraos a los que nunca quise ir ni por asomo. Moriré carbonizada por mis propios jugos, por esta furia que ahora me sustenta, por este rencor aciago a haber perdido la vida en estas letras, tan patéticas que ni para limpiar nalgas ociosas valen.