martes, 18 de enero de 2022

A POR OTRA

 


Ver servir cafés a las nueve de la mañana te da una idea de cómo es la vida de algunos. María José en Olvera pone más de treinta por hora en un bar pequeñito y lleno de paisanos. Supongo que ese es mi concepto de heroína. La que trabaja, pone cafés y se va a casa a seguir dando el callo. No creo que le dé tiempo para mucho más porque la Hostelería es perra de múltiples cabezas como Cerbero y cómo él sabe de las incidencias del Infierno de primera mano. Dónde creen que van las penas rodando sino a la barra de un bar a cualquier hora. Quién nos conoce más que uno que sustenta la frialdad de la cerveza entre sus dedos, cataliza el metal de los refrescos con la vista o verifica la espuma de los cafés de máquina- bien servidos- adobados con una sonrisa comprensiva.                                                                                   

 Los héroes de verdad  siempre han ido de tapadillo y sin hacer  mácula. Las capas al viento, las mallas ajustadas y el pelo cayendo en cascada déjenselo a los de Marvel. Los que llevan las ambulancia, los del Centro de Salud, los de la patrulla de protección civil, los bomberos y policías… Esos como mucho van uniformados de paciencia. Los Guardias Civiles, de verde esperanza por lo muy mamona que es la carretera.                                                                                                

No es de extrañar que los Jueces, Fiscales y Letrados vayan de negro por cómo anda la Justicia, aun cuando ellos hacen lo que pueden.                                                                               

 Los elegidos para la gloria de la cotidianeidad van también en un barco enlatados de miedo pescando lo que nos comeremos en el Mercado o custodiando aguas que otros transitan a las bravas para proteger ese todo que conforma nuestras vidas.                                                                                  

  Los que pagan impuestos a retrancas, los que compran el pan, llevan a sus hijos a clase, los que bañan a nuestros mayores y tienen la paciencia de cien mil santos también están confirmados en esa lista de gente que son imprescindibles aunque no se lo diga nadie.                                                                                                                              

No gustan de desfiles rimbombantes más que el de las gipsy kings con fregonas y cubos; No son de grandes banquetes excepción hecha de las bodas de familia, ni discursos elocuentes sin padrino, sino de silencios profundos y reuniones de dos en cafeterías de barriada de imaginaria de los niños o saliente de turno. No tienen más que aspiraciones de jubilarse, de que los niños se vayan a hacer puñetas, de que les entre algo de bonanza, de que puedan pagar trampas, de que las extraescolares no les saquen el poco jugo que les queda y de que siempre haya una amiga sobre la que arrimar el hombro para compartir desgracias.                                                                   

 Los que nos ponen las calles para que cuando nos levantemos estén barridas y esplendorosas, los que custodian nuestro sueño, los que usan las manos para curarnos y los que educan a los que más queremos hacen patria todos los días sin que esté marcado para nada en el calendario; Igual que los que nos socorren, los que nos salvan, los que nos cuidan, los que nos perdonan…todos ellos.                                                                                                                                       

Es difícil ser héroe sin que lo sepa nadie, sin ponerlo de perfil en una foto, sin que puedas abrazarte más que con la esperanza. Porque hay días en que la planta de los pies parece estar llena de piedrecitas y los impuestos no te cuadran ,  los estudiantes te superan y el abrigado puerto está muy lejos, por lo que  la vida parece que no tiene ningún significado más que la de perder y descabalgarte de ella. Pero te digo yo que no, y sabes que nunca te miento.                      

El café que me has puesto es el mejor que he tomado en mi vida y mira que yo no tomo café. Los charquitos de las calles relucen con el sol en sus lomos plateados porque las has barrido y regado. He dormido de un tirón porque resolviste todas mis dudas y el dolor ha cesado.  Al cruzar me has tendido una mano y me saludaste al pasar. Puede que Cerbero custodie las puertas de la Hostelería y le quite el sueño a los opositores y quiera morder la jubilación de alguno, pero no podrá con los héroes cotidianos que nunca llevan capa al viento, ni mallas coloristas. Como mucho uniforme de segurata o el de taxista que quiere poner el Ayuntamiento para no liar  a los turistas. Porque los banquetes son de novios radiantes y los desfiles de madres trabajadas con cubos y fregonas para intentar limpiar el mundo de inmundicia.

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