Pienso mucho en los familiares de los que se han ido. En su pérdida. Porque este virus nos ha contagiado la muerte, llevándola a cifras televisivas y horrores cotidianos. Todos tenemos miedo, pero ellos sufren las bajas de una guerra que se ilustrará en los años venideros en libros best seller y series de Netflix, de la que nadie podrá saber realmente cuán dolorosas son las trastiendas .
El duelo pide abrazos aunque estés roto y dolido. También largos paseos para apaciguar a los demonios interiores. Entretener tu mente para que no colapse al dolor y sobre todo se necesita tiempo. No tienen nada de eso. En cuarentena aislados de afecto, quizás ellos mismos contagiados, verán su pena solidificarse cada día en que la rabia y la amargura aumenten.
Buscarán culpables y los hallarán. Es una regla fija que solo cuando pasa el tiempo entiendes que nadie es culpable más que la jodida vida que te da y quita a su antojo. Sin embargo, cuando la pérdida es cercana todo se te hace cieno que te envuelve y envenena.
Pienso mucho en ellos. En su dolor que no se cura con palmas , ni estampitas virtuales. Que no es una cifra sino un padre , una abuela, una amiga o un esposo. En este dolor que va más allá de lo razonable porque te roba lo que eras convidándote a vino agrio y llanto amargo. No hay palabras de aliento que sirvan, ni pésame , ni condolencias, porque quien se fue era único en nuestro pequeño mundo de realidad. Y nos lo han robado...su aliento cálido, sus manos acariciándonos y hasta su memoria , ahora difusa por la aciaga muerte de tantos otros.
Hemos despersonalización la muerte, le hemos puesto mascarilla, nos hemos plegado a una normalidad que no lo es , pero los tiempos lo imponen y somos débiles seguidores de ellos. Pero no se me olvida el dolor que siente, ni la impotencia, ni la desesperación, ni la tristeza porque me son tan cercanos como ellos mismos, todos los que los sufren por esta pandemia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario