
Una fumigación, cabras
muertas y una familia de cabreros que está expulsada del Padrón municipal de
Alcolea. Así se masca la tragedia. Es la pescadilla que se muerde la cola,
viendo como vemos a Pablo Iglesias recibir un escrache o a Irene Montero con la
cría a cuestas. Los tiempos no cambian, solo se revuelven. Nos adecentamos y maquillamos
el perfil, pero el Besamanos va por dentro con los virus cabalgando como la
niña de Montero por todas partes. Nunca
quise llevar a mis hijos a cuestas, así que por lo que siempre luché fue por
guarderías que cuidaran de ellos. Las pagué religiosamente a los más peques, ya
que con los mayores iba de campamento itinerante hasta que cumplían los tres
años que era el momento en que los escolarizaba. Las
mujeres siempre hemos criado a los hijos, pero ya ven yo confiaba que las
nuevas lo harían mejor que nosotras, las entremediadas. Mis amigas, coetáneas,
como Amparo Butrón que han sido (y son) funcionarias de la Junta, Maestras, Directoras
de cole o psicólogas en Puerto dos, se las han apañado con las guarderías, las abuelas,
las señoras de ayuda en casa y otras combinaciones de todo eso. Sin embargo,
ahora se nos tacha de explotadoras por tener ayuda en casa, cuando hay leyes
que amparan a las trabajadoras domésticas y mucho trabajo por realizar, sobre
todo en algo tan necesario como es el cuidado de los abuelos. No lo entiendo.
Está todo legislado, decretado, reglamentado. Solo hay que llevarlo a cabo y no
estafar como le han hecho a Fidel Albiac cuando ha invertido en propiedades en
Sevilla, que es de donde es el cabrero de las cabras muertas que no
empadronadas. Si
se quieren quitar la angurria del cuerpo con todo esto que les estoy contando,
piensen que acaban de fumigarse los Carnavales y ya en los asiáticos (seamos
correctos lingüísticamente) empieza la Feria con pulseras y pendientes de plástico que lo petan. También
es época de Topolinos gratis en los
Italianos de Cádiz, que para quien no haya suspirado por uno les diré que es un
barquillo natural enrollado hasta hacerse cono, con una bola –perfecta- de copete compuesta por helado de
dos sabores por dentro y recubrimiento de chocolate por fuera. Me dirán que hay una marca comercial que tiene
uno parecido al que llaman “negrito”, pero igual no es, ya se lo digo yo, que no hay como meterse en la boca el de los
italianos para comprobar lo muy jodidamente bueno que está. Y es que la Calle Ancha
de Cádiz se ha convertido en aviadero de desgracias para aquellos que convidamos al peso magro con
pastelerías artesanas y heladerías con solera. Por eso, aunque mi amigo Montiel de Arnaiz quiere que vaya a la APC
para culturizarme, yo solo pienso en
pasar por Corneta Soto para degustar en la pastelería Butrón y luego en
sentarme en los Italianos a darme un merecido homenaje. Sí, ya sé que soy como
las cabras de Alcolea, muertas por fumigación y encima sin empadronarse, pero
es la metáfora de la vida que si denuncias lo pagas con la expulsión inmediata
fuera del partido. Eso lo debe de saber bien el que fue árbitro de decenas de
partidos de mi hija en su trasiego por equipos de baloncesto de la provincia,
que ahora recala en el Club Náutico cafeteando a socios ociosos y señoronas
hacedoras de pulseras. La vida es amalgama de momentos y sensaciones varias
como la dulzura del helado en las gustativas dándote segundos de cielo y siglos
de gordura que no hay como nacer de una alcalaína que pasó hambre para que tu
ADN se rebele a que adelgaces o te tortures con dietas. Un buen Besamanos me
haría falta adobadito de coronavirus con encarcelamiento de 40 días (con sus
tantas noches) escribiendo, a dieta de líquidos para salir victoriosa como si
fuera del desierto, delgada y con miles de seguidores que me dieran carrerilla
de la buena, que esto de escribir es
ruina y como no enseño teta no hay editor que fie de mí, ni me haga sugerencias
por DM para embutirme una novela.
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