
A la mayoría de los que
conoces no les mostrarías cuello, ni les dejarías las llaves de tu casa, ni los
acostarías con tus hijos. Lo mejor, que esa gran masa de gente que conoces solo
son eso para ti...gente. Pero luego están los perros a los que enseñaste los dientes
y te lamieron las manos, los que soportaron tu mal humor y que jamás- ni por
instinto -vieron otra cosa en ti que alguien a quien amar más que a su propia
vida. No
sé quién dijo eso de que somos lobos para nosotros mismos, pero no. Somos
arpías. Los perros en cambio, montan guardia en nuestra casa a la intemperie
sin quejarse, protegen nuestro hogar y a nuestros hijos- aun a costa de su vida-
y nos esperan incondicionalmente aunque para nosotros no sean más que una
especie inferior de la que aprovecharnos. Hay
humanos que son arpías trituradoras de huesos frescos y otros que tienen alma
de perro. Todos van embutidos en trajes de persona siendo tías, vecinas,
hermanos y cuñados o abuelos, padres, madrastras y educadores. La Orellana dice
que su instinto les hace diferenciarlos, pero a mí me cuesta, como me cuesta
conciliar el sueño o no atragantarme con los idiotas. Hay muy poca gente que
tenga el corazón por bandera, que sepa darse sin pedir a cambio más que le
quieran y a veces ni eso. Hay noches en que el sueño se despeña por la almohada
y eres incapaz de recogerlo. El tiempo se te agota porque los que fueron perros
de alma en tu vida están perdidos en las musarañas sin que sepas cómo
recuperarlos. A la mayoría que conozco no les mostraría cuello, ni les dejaría
las llaves de mi casa, ni los acostaría con mis hijos. Supongo que tampoco
mucha gente a mí, pero no me importa porque entiendo que las puertas se
cerraron, a las ventanas le pusimos embozos y el tiempo nos pasó factura de
tanto darnos plazo de espera. Solo mis perros de carne y hueso me consuelan la
pérdida del que se fue de alma. Solo sus ojos de pecera sin mal fondo me dan la
clave de la felicidad que nunca entenderemos los humanos porque no está en el
dinero, ni la fama, ni la cultura. Lo mismo de tanto querer
volar , me salieron alas y para protegerme, garras. Lo mismo es lo que soy,
encerrada en mí misma, acobardado y rabiosa sin humano que me guarde, ni venga
a mi casa a reposar su cabellera en el lóbulo de mi almohada. Porque nunca fui
más feliz que cuando pude mostrar mi cuello sin temor a otra cosa que no fuera
recibir besos, cuando las llaves de mi casa estaban perdidas en el bolsillo de
su pantalón y dormía a mis hijos, acunándolos entre sus brazos. Quizás todos
nazcamos con alma de perro y se nos escape entre los dedos por amar más el
brillo de las monedas, la purpurina de la vida o la simple necedad.
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