
Nunca nos tocará el
coronavirus si compramos los abonos para las sillas procesionales. Menos aún si
tenemos que guardar cola para hacernos con una buena. Tampoco si nos pegamos la
vida padre a base de cerveza y marisco. La verdad es que si nos pilla, ya estaríamos
convidados. Porque no me digan que saben ver el futuro. Yo, no. El futuro es lo más incierto
y oscuro que hay. Por eso el único seguro que nos queda es vivir bien, no tener
la nevera llena. La mía la he llenado que conste, pero para lo que me va a durar ya me
vale, que no tengo niños en casa, sino limas nuevas con los dientes
afilados.
La vida es un desfiladero de vaqueros con los nativos americanos (mírenme
que comedida y políticamente correcta) observando lo que hacemos para lanzarnos
flechas. También podemos ser los indios y entonces estaríamos pegándole a la
candela, esperando a ver como los rostros pálidos nos matan en Little Bighorn.
La cosa es que en este puñetero Planeta nacemos oxidándonos para morir a plazo
fijo. Morimos, sí o sí, de
cualquier cosa. Ahora menos que antes porque la ciencia avanza, las
infraestructuras, los profesionales y la sanidad que da gusto verlos. Llegará
un día en que nos creeremos dioses inmortales como los de Grecia, para que
luego nos abandonen los mortales en Residencias que se cerrarán a cal y canto a
la menor provocación de un virus rebobinado. Y es que la Naturaleza está
hartita de nosotros, de las marchas procesionales, de las Fallas y los atascos.
De las evaluaciones trimestrales, de lo muy bestias que somos con nosotros
mismos, de la mierdería que echamos al cielo y de que plaguemos todo con
nuestra humana presencia. Porque somos un fastidio de especie, déjenme que se
lo diga. Así que no me extraña lo del coronavirus. Ni me extrañaría que
vinieran los zombis, ni los extraterrestres. Ya no me extraña nada, porque en
el fondo ando hastiada de todo. Ya ven, hasta de pasteles que con lo de la
pandemia he dicho aquello tan sabio de “muérame, pero muérame jarta” y me he
amancebado con palmeras de coco y bollitos de crema. Somos fieles de andar por
casa, de cuidar a los nuestros, de no hacer la puñeta más que si nos tocan la
pandereta. Porque hemos nacido santos y ahora nos quieren asfixiar con un virus
regurgitado de un animal que no se debía haber comido el joputa que lo hizo,
contagiándonos a todos en el proceso. Porque somos unos desgraciados que cuando
tenemos estabilizado el Ibex 35, le tocan las pelotillas bursátiles de las que
dependen los sueldos, las empresas y todos notros. Porque somos pueblo no de Dios,
sino de fiscalidad, economía e impuestos. Gente fiel a los suyos…jorobados,
machacados y expuestos. Virusificados. Atragantados. Asfixiados y yermos. Vamos
a tener que hacer cola en el cielo. Quizás por eso andan los cofrades comprando
abono de silla. Yo por si la plaga, he comprado una de playa.
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