El otoño es infernal
con volcanes destruyendo futuro. No crea nada la lava ardiente que no sea
demostración que somos pasajeros de un mundo que está en constante renovación.
Los hormigones, las vacunas, las autopistas nos han hecho creer que somos
invencibles, pero solo Telecinco nos separa de la realidad palpable que somos barro de balcón tras una
fuerte llovida. No es la telerrealidad, los conflictos fingidos o las lágrimas de Lidia Lozano más que
marketing de señora mayor con depresión y melancolía. No lo digo por ofender
sino por amortiguar mi propia caída. Hubo un tiempo en que me acogí a esa
comida basura del alma igual que a las pipas
gaditanas o a los paseos revigorizantes que solo daban dolores de pies y
malas noches. Supongo que las rupturas son así, los tajazos ruandeses te
clonifican ese instante de mayor dolor para regalártelo cuando les da la gana
en pensamientos obsesivos que te van robando presentes.
Las
expectativas es lo que tienen, si no que se lo digan a Paula Badosa que como
tantas niñas se vio tocada por polvo de hadas para entender( con el tiempo y la
mayor edad ) que lo que decía la profesora de “Fama”-hoy revenida en “Anatomía
de Grey”- no era más que la Biblia rediviva. “La fama cuesta y es aquí donde
vais a empezar a pagarla”. Los deportes cuestan, las medallas se lloran y la
vida es una torticera realidad donde no hay ganadores ni finalistas, ni te dan
dinero sin cupones, ni loterías primitivas. No hay sonrisas enlatadas, ni
amores fingidos, no hay cuernos panorámicos, ni herencias envenenadas. Hay más
bien madrugones, contratos basuras, esperar que te llame el SAS, esa cita para
ver si lo tienes o no, las notas de los niños, los extraescolares, el pagar,
pagar y pagar. Nada que ver, no me lo nieguen. Los cuernos de Telecinco nos
distraen, también que se maten los Rivera y los Pantoja y las oscilaciones
cósmicas de los guionistas para que se mantenga una audiencia que en otro país
caería por su propio peso. Pero somos nosotros, los de la banderita en los
partidos, los que salimos fuera de las fronteras y seguimos siendo autóctonos,
los que derivamos a la derecha o la izquierda según nos vaya el paso, los que queremos
vivir al modo gaditano de hacer lo menos posible. No son nuestros ancestros
fenicios, ni las legiones de esclavos que nos sustentaron y convidamos a carne
magra, ni la sangre mora o judía, somos así por la amalgama de telerrealidad
que hemos consumido y la cantidad de imanes de hamburguesa de factoría que
hemos colgado en la nevera. En nosotros las expectativas de nuestra abuela se
han cumplido porque solo somos carne de cañón adobada de olvido. Y aun así persistimos,
porque la telerrealidad nos asiste en sus tetas de silicona enguantada.
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