miércoles, 5 de mayo de 2021

LA PRIMAVERA SIN EL CORTE INGLÉS

 



No se puede estar más gafado que si te nieva en primavera. Y es que ya no son lo que eran cambiando los seiscientos de colorines chillones, las cestas de picnic y las minifaldas por crisis asmáticas y Belén Esteban de reportera sesuda.                                                                                    Ya nada es como era, ni siquiera las colas que se ven planificadas y aceptadas con degüello de cordero.                                                                                                                                                   El covid nos ha mamado (y escupido) sin que nos diésemos cuenta. Evolución a la Checa con los profes inoculados con Astrazeneca, temiendo por marvelianas consecuencias en esos cuerpos- y sobre todo mentes- tan torturados por adolescentes ávidos de nada.                                      Se rifan quince millones de euros en algún sorteo retransmitido por la radio que nos sacarían a muchos de penas y pocas glorias, pero no compramos más que para los críos que son limas nuevas.  Es nuestra condena , porque cómo nos va a tocar si nunca jugamos desde que se fugó la peseta.                                                                                                                              Chary Arjonilla profesa ahora a la puerta de un centro educativo velando por la seguridad y buen hacer de todos, con esa sonrisa espléndida que siempre fue de primavera. Quiere jubilarse ahí mismo, entre niños gritones que se preocupan más por los memes y tiktoqueros que por los versos avasalladores de Teresa, la que amaba tanto a Jesús que por poco la queman.                                                                                                                                              Es lo malo de las primaveras que hacen juego con las hogueras por aquello de asar carne a la parrilla, luego de haberle dado un buen machaque. Aquello de “muero porque no muero” me recuerda una nevada en primavera, un bote de quince millones de euros del que nunca has comprado o un orgasmo que no llega porque la vida no nos hizo para sentir placer, sino para jorobarnos. Como a los profes con Astrazeneca, o a los hosteleros con el cierre  o los imbéciles que hacen fiestas en dónde y cuándo les da la gana, condenándonos a muerte al resto. Ya la primavera no está en el Corte Inglés, sino en las vacunaciones con personas mayores que pelean por la fila que sea, echando carrerillas que la muerte les aterra como si solo les incumbiera a ellos.                                                                                                                          La vida se nos ha dado la vuelta porque tiene múltiples pieles que  descama cuando le hace falta , lo mismo que los comentaristas de “Sálvame” transmutan según las exigencias del guion. Pero no crean que los critico, ni mucho menos, sino que más bien alabo su perpetuidad, su entrega que nada tiene que envidiar a la de Cerbero a la puerta del  infierno. Al final, no se puede estar más gafado que asfixiarte con la perra de la mascarilla que te salva la vida.

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