miércoles, 3 de marzo de 2021

VACUNA QUE NO TE VAS A PONER

 



Menos los negacionistas que son un 6 por ciento, los demás queremos estar libres del mal de ponernos enfermos. Es una panacea, no hay duda, porque nacemos para oxidarnos y morir desde el primer grito de bienvenida a la vida. Solo que no nos damos cuenta y nuestra forma de entenderlo hace que cada vez queramos vivir más de cualquier manera.                                                                           No me dirán - si es que son asiduos a los programas de entretenimiento- que no hay veces que ven máscaras humanas en vez de colaboradores de tanto realce de Botox y bisturí apalabrado. Está motivado entre otras cuestiones, porque les salen las operaciones gratis a costa nuestra. Las promocionan y los ingenuos picamos.                                                                                        Las famosas de internet (y algunas que no lo son tanto) pregonan las bondades del cuidado corporal con cremas, lociones y hasta tratamientos estéticos con créditos que luego pagas con la tarjeta, aunque no hayas quedado satisfecho. Es el nuevo estar en sociedad, que en el XIX se zanjaba con vinagre bebible a grandes sorbos y corsés que perforaban la piel y contraían las costillas para conseguir una cintura de avispa.                                                                              Los humanos somos idiotas. Si fuéramos un proyecto de vida inteligente alienígena, ya les digo que la pifiaron. Y si somos obra de la evolución, ya les digo que “un pasito palante, María, dos pasitos para atrás”.                                                                                                   Viendo los retoques estéticos de una colaboradora hubo chuflas en Internet durante semanas, porque menos es más no era precisamente el lema de la señora. Pero no crean que misogineo que no, porque hay otro colaborador que de tanto estirar la jeta ya parece más de comic que persona real. Ya ven qué arte, sin nombres ni apellidos, que éstos comen de las demandas.  La vida- al menos a mí- se nos ha escapado de las manos; Hemos cambiado tan drásticamente como la peseta en euro y como ella hemos perdido valor haciéndonos pequeñas y olvidadas en un cajón de la cómoda de la abuela. Hemos inventado los geriátricos para acumular tristezas, para no molestar, ni cargar más a una familia a la que ayudamos a crearse, a crecer y a reproducirse, llevando a sus hijos- nuestros nietos -a colegios y trasiego de extraescolares. Vivimos tanto-más allá de los límites establecidos por los  cromañones- que se nos secan las ideas, nos postramos en silla de ruedas y nos volvemos dependientes (o sea improductivos) menos para las grandes compañías de cuidados geriátricos que hacen su agosto con nosotros. Es horrible hacerse viejo y ser un lastre para ti mismo y ver que lo que has vivido  y lo que has luchado se va por la trasera del váter. Dirán algunos que eso es precisamente el sentido de la existencia o quizás el más allá, del que ya saben que no soy  muy cercana. Quizás por eso las dudas ante el abismo final o la muerte o simplemente el ver lo injusto que es todo esto.                                                                                                                   Ahora las vacunas son la esperanza de vida y las queremos. Incluso la rusa que no sabemos bien si una vez puesta recitas “Crimen y castigo” en cirílico.                                                                Van por edades y no apetencias. Así que mientras los descerebrados creen que nunca les tocará porque están todo el día entre drogas y alcoholes adobados, los demás rezamos por tener la edad apropiada para que nos la inoculen porque vemos que la gente la sigue contrayendo, que es mortal y tiene muy  mala leche. Queremos vivir hasta el infinito y más lejos, danzar con la Canina y no pisarle los callos para que no nos lleve con Ella, sino que tengamos plaza asignada en un sillón de geriátrico con cien años a la chepa. Nunca quisimos ser viejos, ni cumplir años, pero ahora sí porque la vacunación depende de ello y la queremos con las mismas ansias que antes de la crisis del ladrillo queríamos la segunda residencia, que ahora con la crisis del covid se ha convertido en la primera. Vamos a baquetazos de tiempo, a inflaciones anímicas, perdidos en los recuerdos del ayer, mientras nos jodemos el hoy, para no pensar en el mañana.                                                                                                                     No sé qué dirán los del seis por ciento. Lo mismo están en sus torres de marfil todo compuestos con el culo asentado y la cara rasurada al modo coreano. Que no hay que ser amante de los mangas para creer en las pandemias, ni desear tan vehementemente una vacuna para poder vivir sin miedo.

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