No
creo que las cosas cambien por pasar un día, sino que más bien cambian sin
darte cuenta como el crepitar del sol sobre una espada mojada por la sal del
mar. La vida es una aventura maravillosa en la que como eres protagonista
siempre andas metido en algo que hace que no fijes tu objetivo en mirarte por
dentro. A mí no me gusta mirarme por dentro, ni los cambios, ni las sorpresas.
Si por mí fuera me convertiría en caracol, andaría de mata en mata y sería
feliz con mi pequeño universo. Pero la vida no te da lo que quieres sino lo que
le da la gana. No cambia nada un día y sin embargo lo celebramos como si fuera
a cambiarlo todo, como si el agotamiento, la saciedad o el hastío fueran a
desaparecer como el agua salada en la espalda mojada de un bañista en agosto.
Me entenderán las bisagras humanas que- como yo -están entre dos vertientes
cárnicas que se acogen a nuestros pliegues conformando lo que es una
familia que empieza en nuestros
ancestros y culmina en nuestras simientes. No importa que no tengan hijos, me
valen los sobrinos, los hijos de los amigos, los apadrinados o simplemente el
resto de la humanidad que babea, moquea y llora a cada paso que damos. Yo quise
ser madre, así que no me quejo, pero entiendo a los que no, a los que mucho, a
los que poco y a los que nada. De igual modo que respeto a los que creen, a los
que no, y a los que flotan…sin pretender que ellos me entienda a mí porque ni
yo misma lo hago. Este
nuevo año no sé lo que nos dará, pero pretendo equilibrio dentro de la más
frenética inestabilidad; Paz, dentro de la algarabía; Calma sin dejar de
improvisar y mucha felicidad trabajada y deseada. Eso es lo que me gustaría,
pero no lo que será porque si algo he aprendido es que el futuro es como una
caja de lanas de Aliexpress. Me ha costado, no crean. Es tarea agotadora
levantarte cada mañana para dejar que el mundo te engulla y aplaste, para que
haga contigo lo que le dé la gana como un enorme tsunami o la voluntad de Dios
que, como todos los dioses antiguos y
cotidianos, sabe qué hace pero nunca lo
entenderemos por mucho que nos lo propongamos. Se ha hecho un nuevo año de
noche, sin amanecida visible, con sol tímido de invierno y muchos petardos que
han matado de miedo a mis perros y me han hecho esforzarme en no perder la calma
y bombardear bucalmente a mis vecinos con la orden explicita de dónde podían
metérselos para que les dieran muchísimo más juego. Es una voluntad de hierro ,ya
les digo, convivir en sociedad; Tener que aguantar a tanto plasta y tanto idiota
de avalancha humana y aún así querer seguir viviendo para saber que un día, de
un año que no sabes, morirás igual que naciste sin saber ni para qué , ni por
qué. Son las interrogantes filosóficas, religiosas o económicas, escojan
ustedes. En mi caso son las paranoias del nuevo día, del nuevo año que me dice tan
poco como el que se ha ido, porque parece que la leche se me agrió cuando se
fue él llevándose la alegría, las risas de arrullo de paloma y esa levedad del
ser que siempre le perteneció y solo me prestaba porque era más grande-aún- de
corazón que de cuerpo. Me he convertido en una viuda avinagrada y necia que
espera que lo mágico interrumpa en su vida, que las teclas describan el milagro
de los Ángeles en las yemas de los dedos de Umbral y porqué Vincent compone su artículo
en sílabas sin sintagmas ni gaitas de profe de secundaria, sino con vaivenes y ritmos
melódicos como los del mar o los latidos del corazón de un nonato. Hay mucho por vivir
y todo está ahí fuera. Estoy segura. No será en un año, ni en una década, ni en
miles como lo descubriremos, sino dando pasos muy lentos para que no se nos
tuerza el espíritu acabando al inicio de partida-como en el jodido parchís- con
una depresión tan voraz que se nos coma todo a su paso destruyéndose a sí misma
en la batalla. No creo que las cosas cambien en un día y sin embargo me
impulso, me compongo, me esfuerzo para que sí, porque nunca una contienda tuvo
mejor escenario, ni protagonista más entregada.
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