Ni restricciones, ni
mascarillas, solo vasto paramo de idiotez sembrando la arena y los temeroso
acurrucados en su casa esperando el trasiego a hospitales y urgencias
ambulatorias. El que la ha pasado lo sabe, pero piensa que ya no le tocara más.
Mientras, se desconoce qué pasará con
las secuelas de los que se han llevado meses alojados en la casa de todos que
son los hospitales. Tampoco saben cuánta
eficacia, ni hasta dónde llegan las de algunas vacunas. Lo mejor
es vacunarse y como corderos vamos a hacerlo porque no queremos morirnos boca abajo,
con el culo atrapado por las dudas y a
bocanadas de asfixia con un tubo alojado en la tráquea. Nos
han puesto imágenes que espeluznarían a generaciones enteras y, sin embargo,
hay quien no descansa hasta hacer la puñeta a todos los demás con sus fiestas
recurrentes y sus paseos de luna en esos días en los ya no hay tantas
restricciones y los vigilantes de los balcones se han incorporado a la
generalidad masificada.
Ahora ya tierra quemada, todo el mundo va a hacer lo que quiera y el
covid se va a ir a tomar el sol , porque la vida es lo que importa que es lo mismo
que decir que la economía reina, junto a las deudas y el pagar a fondos mundiales
lo mucho que debemos. Ya nos han
dicho que no saldremos del bache del que sí lo harán el resto de los europeos, entre
otras cosas porque vivimos del turismo y de otros, con lo cual somos la realeza
de la pobreza o los limpia basuras de los ricos norteños porque tenemos clima,
pero no invertimos en nada más que no sean camareros que salen de formación
profesional para hablar un fluido inglás con turistas que son proveedores de euros.
En poco se nos va a abrir la
mano que nos atrapaba como títeres para que el verano de los sesenta se
perpetúe y sigamos siendo marca blanca, para que culos alemanes y anglos se
derritan a nuestro sol y nuestras comidas, mientras intentamos alzar la voz para
no comernos el paro, ni vascular el PIB.
Nadie quiere la ruina, pero no la hay más que te entre el covid por las
entretelas, que se traspapele y mueran tantos por la imprudencia de tan
pocos.
Hay ya una cuarta ola con las terracitas de la semana santa, con los
trasegadores inconscientes, con los de la primera ola apalabrados por una
precaria salud y por los que aun resistimos, agónicos de garganta. Ya
no nos da por cantar, ni por aplaudir. Ahora nos quejamos en urgencias, mala
hablamos de la Policía porque no nos deja disfrutar y porque las multas nos supuran
la nómina. Queremos libertad con ira, machacarnos la exigua paga y disfrutar de
esa cervecita que sin terraza o playa no es lo mismo. Ni
la educación , ni la Salud nos ha importado nunca un ápice y así nos va y así
nos irá hasta que la plaga final se cebe en nosotros y nos arruine la vida que
nos es otra cosa que quedarnos lastrados y con dependencias que nadie consiga
evaluar.
Pero nadie quiere escuchar una tragicomedia cuando hay memes de gatos y
gafas encapsuladas en una bolsa de patatas fritas. Cuando el tiktok te salva la
existencia y las docuseries son más eficientes que todas las campañas
gubernamentales para desterrar la violencia de género.
Para
qué preocuparnos por el mañana cuando hay un verano por delante para
broncearnos, dilatarnos la exigua moral y paladear cada momento del día.
La
cuarta ola no va a ser más que preludio de sirenas vociferantes que nos lleven
a alta mar para atraparnos, mientras algunos- ya neurasténicos perdidos -nos
quedaremos en casita apalabrados, rotos y desmembrados con el temor a
contagiarnos. Se
abren las compuertas y clama el cielo, porque las hordas se acercan para los
que aún no tenemos las vacunas puestas.
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