El crimen del churrero
de Chiclana me tiene el corazón partío. Ni Carnavales, ni redes sociales me
hacen olvidar lo muy perra qué puede llegar a ser la vida si se te cruzan una
partida de Albanokosovares sedientos de sangre humana. Pasó
mucho en esa época de hace unos años. No hay más que recordar, entre otros, el secuestro
( y paliza) a José Luis Moreno en la que casi lo matan.
La desmembración de Yugoslavia, la URSS que ya no lo era tanto y mucho
militar descerebrao que ya no servía para vender violencia, daban cuenta de
escenarios similares. Supongo que te acostumbras a levantarte y hacerte una
tostada de mantequilla regada de mermelada y también a matar a gente inocente
por unos miles de euros. La crueldad juraría que la llevan innata. Porque para
meterle una pelota en la boca a una anciana maniatada de 80 años propinándole
golpes con una barra de acero en la cabeza hasta llegar a hueso, hay que ser
muy hijoperra. Pasó
hace 15 larguísimos años en los que los Guardias civiles que llegaron a cubrir
el suceso han envejecido, pero no su memoria (tal era el espanto que se
encontraron). En cambio, los
recuerdos de ese día de los delincuentes son frágiles como ala de mariposa y no
hilvanan el haber estado en Chiclana, ni
de haberse paseado por varios sitios donde los sitúan testigos. La
Justicia que tarda tanto se convierte en Epopeya, en rascadero de conciencias y
en dolor apelmazado. No hay Justicia que proteja a la anciana machacada a
golpes que murió sin marido y sin esperanza. No la hay para hijos y nietos que
se sientan en las escalinatas de la Audiencia gaditana porque el tiempo se paró
( y separó) hace 15 años y ni Carnavales, ni redes sociales pueden hacer que
vuelva el minutero a dar vueltas de campana. Una
vuelta de campana que te tiene que dar el pecho cuando llegan esos mafiosos de
tres al cuarto, perros rabiosos de dinero fácil a los que no les importa
absolutamente nada. Lo mismo eso pensaba el hijo de las víctimas sentado a las
escalinatas con cara de cansancio extremo de muchas noches esperando esto, que
la Justicia rasque mugre para levantar ampollas enquistadas. Lo mismo pensaba en sus hijos (que aún eran
pequeños), en su mujer y en lo muy probable que hubiera sido que si llegan a
convivir con sus padres, los hubieran matado a todos. Una pelota en la boca
para que no chillara y alertara a los vecinos. Una barra de hierro volando en
el aire y cayendo a rambla. Sin matices, ni preludios. Solo sangre y dolor para
sacar dinero, que no hay nada heroico más que la supervivencia de una mujer que
se pasó toda su vida trabajando y merecía morir sin tanto dolor acumulado. Una
caja fuerte permaneció cerrada con 10000 puñeteros euros, cerrada a cal y
canto, como alegoría de la Justicia por 15 larguísimos años.
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