Hay días que estás sin
ganas sin que te ocurra nada malo, porque la procesión la llevas por dentro
echando incienso negro. Se te retuercen las tripas sin que te duela la barriga,
porque la menstruación ( adiosgracias) se fue como la sobriedad, el buen hacer
y el adelgazamiento rápido. Te das cuenta de que te quedan dos telediarios mal
contados en esto que no sabes bien lo que es porque nadie te enseñó a hacerlo y
nunca pensaste que escribirías columnas que no eran ni jónicas, ni dóricas, ni
corintias.
La vida te pasa por delante y te da exactamente igual que si pasara el
cadáver de tu enemigo o viniera el apocalipsis zombi. Estás pluff, pero muy
mucho. Y solo por una tontada. Esa es la nueva existencia que te espera
huérfana de frases gloriosas como “el
crujir de dientes y restallar de lágrimas” que no me digan que no es magnífica,
escuchada dentro de una nave fría como una tumba llena de estatuas a tamaño
natural con ojos de alucinados. Hay
días que se hacen noches eternas, sin luz de sol, ni evangelios, en los que
echas de menos a todo dios viviente que vino a tu vida para darte calor en esta
alma áspera y salvaje que te tocó en la lotería. Sabes que estás al pie del
precipicio que transitó Pecado con sus locas carreras de yonki de los placeres
más mundanos. Nunca fue lo tuyo, beata incrédula, que tecleas como los peces
sorben agua que no beben. Hay días
en que no tienes ganas de escribir porque el mundo se ha ido a la mierda y
nadie te ha avisado para bajarte, porque no hay paradas establecidas por un
guía. Parece que nos gusta fagocitar basura, no solo comiendo, sino afectiva y
moralmente. Ya ven qué rancia estoy, que me preocupa algo tan estereotipado y
vejado como la moral. Debería hablar de los chicos (y chicas) de Supervivientes
y sus ufanas cualidades. ¿Por qué no? Lo hacen las revistas del corazón, las
mismas que antes nos enseñaban al Sha De Persia en su mansión o nos hacían llorar
a mansalva dándonos cuenta de que los ricos también tenían penas. Ahora los
cuernos se ventilan en la pantalla porque todo se monetiza, los gimnasios están
llenos porque la gente quiere estar guapa (no serlo) y vale más un cachitas que
un Téllez con cerebro. Es lo que hay. Si no gustan, se aguantan con el humo
patrio de politicastros y vendechuflas que es lo que tenemos. También mucho
colaborador ignorante que te asienta un insulto en mitad de la jeta por salirse
del colmao con vítores de otros tantos tan necios como él. Hay situaciones
en las que una no sabe si dar un paso adelante o remangarse las tetas. Debería
empezar a prosperar, a darme a los cotilleos varios, Salvameladas y demás, que
hay pandemia de tontos y gilis y los venden en las esquinas. Hay
situaciones que no mejoran ni nos llevan a las columnas que cimentaron Imperios
y ahí quedan destartalados los imperios, pero ellas firmes sin que sostengan nada
en su joniquez, corintez o doriquez. Como yo misma que no sé lo que hago con mi
vida escribiendo cuando muero por un bizcocho de zanahoria y unas pastas con
guinda de Antonia Butrón. Odio
a todos los pasteleros a muerte. A los hacedores de platos caseros que luego muestran,
para desavío de adictas como yo a los platos sin manteles, ni exaltaciones de
gourmet. Hay situaciones que llevan a la perdición de los cuerpos, porque no
puedes tragar más miseria y te insertas un tubo imaginario en la boca para
intentar respirar que las tetas ya no son lo que eran y por mucho que las
remangues no suben la moral ni al Alcoyano.
Hay días y situaciones
de las que mejor no hablar, como que escribes sin ganas de remangarte sino de
tirar la toalla porque crees que ha llegado el momento. Porque los clásicos
están muertos y las bibliotecas y los escritores de pico y pala. También la
prensa escrita y los buenos periodistas. Solo que lo mismo no queremos darnos
cuenta y por eso seguimos aguantando, como los mártires de Iglesia, alucinados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario