Muere la memoria y quien
la dispensa. Muere el mar y acaba en
playa. Muere lo que queremos y lo que
odiamos y morimos
nosotros que somos solo sueños de un tarado con mucho tiempo.
La vida es precisa porque es finita, como la
pluma sesgada de un
poeta que nunca tuvo género- ni estirpe- más que la de
afilar
palabras para que nos dieran algo más que dolores de cabeza.
Nunca entendí la poesía porque la intensidad existencial me
produce
ansiedad igual que casi todo. No me medico porque
disiento de las píldoras
magistrales, de los farmacéuticos
encapsulados en la rebotica y en los cajones
que llevan a otros
cajones más pequeños.
Mercedes Escolano ha parido libro de poemas en
el amanecer de
sus años más fértiles. “Placeres y mentiras” se llama el niño,
recogidito entre sedas de matrona complacida, con ojos de cachorro
hambriento.
No sé si sabrá Mercedes que lo trae a un mundo que no
entiende a los poetas. No
sé si menos a las mujeres que ejercen la
poesía porque nunca he tocado ese
palo, pero sí sé que éste es un
mundo donde la negritud impera y un niño
ahogado en la playa
hace abrirse conciencias y nacer comentarios internaúticos
a miles,
pero que al día siguiente la bandada de insatisfechos comedores de
plástico embotellado vuelve la faz hacia otro tema.
No sé si los versos plagados de amor, deseo, colores brillantes y
sensaciones gustarán al mundo, pero me gustan a mí tanto como
las cervezas frías sin alcohol a pie del Marítimo. Gloria Ocón con
su excelsa estatura estará de acuerdo conmigo…Escolano vale
mucho más que estas miserables letras tiradas al aire como dados
trucados. “Quiero ser fiel y volver a sus brazos, encontrando la
cicuta, el cuchillo, los venenos y las agujas”. Quiero morir
escribiendo y vivir para parir un texto. Mercedes lo sabe, porque
dispensa cada día paciencia en Secundaria a renglones cárnicos
que nacieron desafinados y sordos para la literatura; incapaces de
desgajar métricas imposibles que los grandes como Lope
confeccionaban (¡¡ la madre que lo parió tan perfecto!!) al tiempo
que se endilgaba un par de mozuelas discretas. Las mujeres de
ahora- al modo Escolano-sobrevivimos y parimos cuando nos
dejan. Ella más porque combina “Placeres y mentiras” con
amueblamiento de cerebros de 12 años a los que pertrecha con
versos apalabrados y bien paridos, entre horas robadas al sueño y
desorden en la cocina. Nunca nos entenderán los que nacieron
muertos, los que no pueden ponerse en la piel de estos versos…”El
peso de la tinta, el peso del papel acariciado, el peso sutil e
ingrávido de las palabras, ¿qué más placer podrían darme?” Porque
esperamos que lo imposible se cumpla y los adolescentes
entiendan, para que no tengan la marca del móvil en la yema de los
dedos tatuada. Porque somos ese escollo insalvable que queda entre
“Placeres y mentiras”, entre lo que nacimos y lo que nos vamos
haciendo a nosotras mismas.
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