La DGT ha diseñado unas
líneas coloreadas en verde que visualmente estrechan la carretera para
inducirnos a reducir la velocidad. Van asociadas a radares y- por lo tanto- a
multas. Dicen que el exceso de velocidad es el causante de tantas muertes en
las carreteras, pero se equivocan porque los verdaderos culpables son los
idiotas. Quieren
los sabios de tráfico amaestrarnos al modo Paulov para que no hagamos sandeces
de irnos de vareta a más de 200 kilómetros por hora. Pero lo tienen complicado
porque la estulticia desgrava. No al modo fiscal, pero sí al hormonal, que no
hay como una furgoneta clavada en mitad de una rotonda- a media mañana- para
que estorbando y poniendo en peligro al resto( al que encima insulta
vehementemente) el neandertal que la conduce esté más feliz que la Pantoja
roncando. No es un
chiste lo que se meten antes de ponerse al volante, quizás por las muchas horas
que tienen que hacer para cumplir los encargos que todos hacemos por internet y
que nos llegan casi en un suspiro, a cualquier hora del día. No
sé qué pasará cuando se extingan cajeros de supermercado, dependientes de
gasolineras, transportistas y reponedores, para ser reemplazados por máquinas
que no tengan derechos laborales, ni se quejen cuando un ingeniero les meta
aceite hasta las trancas.
Es lo malo de nosotros los humanos… que nos quejamos, creyéndonos dioses
que a modo de cucarachas fuéramos con nexo-esqueleto incorporado. Luego lo
adobamos de frustración y una pizca de rabia. Nos ponemos a los mandos de media
tonelada de metal y vamos dando tumbos hasta que nos encontramos a alguien que
solo quiere cruzar una rotonda a media mañana. Recuerdo el caso
de una persona que iba a juicio, porque
andaba a la gresca con su empresa. Este hombre se levantó muy temprano en una
punta de la Bahía, atravesándola para llegar a su trabajo serpenteando la autovía
que cruza por uno de los lugares más maravillosos que existen…El Parque natural
de los Alcornocales. En un determinado sitio tuvo un accidente y se mató.
Siempre pensé que iba tan ensimismado en sus problemas- tan desesperado- que no
pudo evitarlo. Lo
mismo los que nos incordian, los que nos pasan (rezando nosotros sin ser creyentes,
porque no nos han impactado al modo de meteorito por unos centímetros) van
también a la fuga de su vida. Sin darse cuenta de que esos segundos son vitales
para terminar en un geriátrico ensuciando pañales. No
sé si vivir tan rápido es vivir bonito, pero no quiero que me aplasten hierros
vehiculares. Prefiero las vistas de la Bahía desde una poltrona o tener la capacidad
suficiente para saber apagar mi propio botón de encendido, después de musitar
un “buena vida” a mis allegados.
Las líneas verdes están muy bien, porque deberían poner cordura en los
que creemos que la vida importa, sin mirar la de quién, solo deseando volver a
casa porque los nuestros dependen de eso para continuar el siguiente asalto. Lo
malo son los idiotas para los que lo verde solo es un color, las líneas un sinsentido
y la DGT un guardia civil con una barrera que le pide su documentación, acercándole
una pipeta de plástico en la que le dice que sople. Lo mismo en ese instante
crucial en que nosotros pasamos, ese idiota que nos tocaba en la ruleta rusa
esté apalancado dando explicaciones de por qué tomó eso y tanto. Cuántas veces
nos han salvado la vida las líneas verdes invisibles del destino, cuántas nos
hemos quedado de piedra mientras Medusa en Toyota nos embestía por la derecha
sin darse cuenta. No podemos quejarnos de nuestros instintos de apartarnos de
un coche abollado, ni de lo rápido que vemos lateralmente, tampoco de la suerte
que no dura para siempre. Los idiotas sí. Esos se regeneran como los eslóganes
de los políticos, sus ansias de poder o lo poco que les importan los ciudadanos
que van en sus coches cruzando una rotonda cuando un neandertal decide pasar -antes
por sus narices -con su camioneta de reparto.
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