En un cortijo de Vícar
mantenían a mujeres emigrantes bajo llave. Eran preciosa reliquia de la España
más cañí, cambiando sexo forzado por minutos de placer cobrado.
Gracias a la valentía de una testigo protegida, han detenido a los
integrantes de una banda que se dedicaba a reclutar a desesperadas por
encontrar trabajo en este país de pateras que pintan desde afuera como puerta
de Europa. Luego
la realidad es que se te acerca un prenda ofreciéndote trabajar. Cuando te las
haces tan felices, estás reclutada en esclavitud permanente en un cortijo
apartado del mundo donde llegan hombres con los que te obligan a acostarte cada
diez minutos. Si no lo haces te regalan vudú del bueno y hostias a tutiplén,
pagando multas por no prostituirte y durmiendo bajo llave para que no
escapes.
Las
instalaciones eran de zafarrancho, no había más que verlas. Opresión real y
miseria donde las vendan. Maldición de carne morena que parece nacida para dar
a otros lo que quieran, sin identidad más que la esclavitud más cruel.
El mar del Estrecho conoce muchas tragedias, pero también el papel de
periódico y los funcionarios de Cuerpos del Estado, porque la ignorancia, el
vapuleo social y la incomprensión no es más que desprecio disfrazado, la
prepotencia de unos pocos para victimizar a muchas que son tratadas como
muñecas de carne y hueso, mas carne que hueso porque desluce el poco blanco
entre tanta lágrima negra.
No hay cómo civilizarse para traer hasta Vícar las mejores posibilidades
de placer cotidiano, diez minutos de tocar el cielo, con orgasmo asegurado que
es lo que tiene pagar para tener sexo que siempre deja satisfecho porque
obedecen al “yo quiero”.
Qué más da la esclavitud, los cerrojos o los camastros infectos,
qué más da nada cuando nos regalan
placer al lado de casa, ultramarinos sin conciencia- ni realeza -que son
elecciones y el alma no pesa. Emigración que busca mejoría, trabajo y
condiciones dignas y encuentra camastro viejo y aislado, cerramiento y
ocultación, explotación y abusos, casi lo mismo o peor que lo que había en
África.
No somos mejores sino más
hipócritas, engañamos a la vista con bolitas de Navidad que ahora no son
redondas sino aplanadas, jaleados por amigos virtuales que nos mandan mensajes
alentadores y abrazos infinitos con gif personalizados por cientos. Cómo crujen en la conciencia los muelles del
olvido, con espaldas mojadas y gemidos de frustración y miedo. Qué valiente la
que denunció para acabar con esto, qué miedo estará pasando, que vudú más
fuerte el de ella para luchar – una vez más – con lo que la atenazaba. Esclavas
quitándose los grilletes, abriendo las puertas del cortijo y haciendo cortes de
manga. Se han quedado solitos los penes tristes de los cortijeros porque “las
morenitas” ya no quieren abrirse de patas, ni recibir empalmes, sino ser
asistenta o dependienta o incluso estudiar que para eso las pateras lo más que
transportan son sueños a cada remada.
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