A Mariana le han
machacado la cabeza a golpetazos. Ha sido quien más quería, que volvía ebrio de
vida y le quitó la suya porque los jóvenes no saben apreciar cómo aman las
madres de verdad. Hilarión
Eslava fue reclamado por la Iglesia cuando- bañándose con sus amigos en el río
Arga- lo vio el Director del coro de infantes de la Catedral de Pamplona.
Estaba tan fijado su destino como el de Mariana que ha muerto en la calle que
lleva el nombre del músico porque amonestó a su hijo de que no hiciera lo que
hacen muchos chicos, sin que nadie les
diga nada.
Hilarión-
según cuentan los anales de la Historia – tenía una gran voz que lo llevó al coro, a estudiar Música y también Humanidades. Pero
lo que adoraba era la ópera en la que los cantantes por medio de la música
solventan sus diferencias. No fue así para Mariana que después de llevar quince
apacibles años- al menos en apariencia, en un barrio sevillano- se ha
convertido en asustadora de niños que eran empujados por sus madres para que no
vieran la vida real – desangrarse-en la puerta de la casa de al lado. Cuando
a Hilarión lo escucharon cantar se cerró su libertad y su vida anterior, porque
su voz hablaba con personalidad propia. Quedó atrás familia, amigos y las cosas
tan pequeñas que te hacen sentir libre y
poderoso. Transmutó como la oruga para convertirse primero en cantor y luego en
músico y compositor con oposiciones sacadas por mérito y relevante descubridor
de nuevos talentos musicales, como habían hecho con él aquel día bañándose en
el rio Arga. Mariana
no tendrá ese renacimiento, ni transmutará más que en madre muerta, madre
santiguada y bendecida por todas aquellas que sabemos que una madre lo es para siempre,
porque no hay golpetazo que la disuelva de su propósito de cuidar a sus hijos.
Ni siquiera el propio egoísmo, la embriaguez o la poca edad de ellos. Ha tenido
mala suerte, de que la mate el objeto de su preocupación, por quien ella hubiera
muerto cien veces y matado otras
cientos. La puedo ver gritándole, dando el do de pecho y a Hilarión -como su calle,
estático y tieso- escuchándolos horrorizado de estos nuevos tiempos en los que una
madre tiene que morir para que le hagan caso. La calle de
Hilarión no tiene música en cada esquina, ni partituras en las casapuertas, ni
las madres son otra cosa distinta de las de cualquier parte del mundo,
derrotadas, abandonadas y quietas cuando ya no nos quieren los que amamos desde
dentro para afuera, sin mesura , ni atisbo de duda. Siempre en guardia para ellos. A
mazazos la ha matado. Nadie velará por él, ya. Nadie irá a prisión a verlo.
Nadie le buscara abogado, ni llorara por él, porque se han secado las lágrimas,
vaciado la sangre que lo creó de una pobre célula alimentándolo con su sustento.
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