Ha sido un verano
revuelto de mareas migratorias y levantes vespertinos. Ayer mismo los últimos
de Filipinas adornaban la perspectiva de una playa exhausta de tanto
veraneante. Los locales nos frotamos ya las manos por el paro que nos devuelve
a la realidad de ciudades pegadas al mar, encorsetadas en que el trabajo nos
venga con el buen tiempo y los guiris. Y aun así, el olor corporal de nuestra
existencia es canela en rama y arena mojada con carabelas muertas, matando a
retortijones de dolor.
Los irreductibles de la silla de aluminio, la nevera y la sombrilla (
como mi prima Loreto) no ven más que continuidad hasta que diga el tiempo , que
seguramente con el veranillo de San Miguel se nos encastre en noviembre o
incluso comiéndonos los polvorones. La
vida sigue porque le importamos un haba, igual que a la Luna que por más que le
hagan fotos y la mimen solo nos mira despectiva, arrugando la barbilla. Somos tan
perecederos como los océanos limpios, porque lo que es de todos no es de nadie
y se empapela en plásticos mortíferos que nos tragamos a boca llena en manjares
que compramos en lonjas y supermercados. Cadena alimentaria, podrida en su origen por los que manejamos el cotarro
regalándonos los oídos sordos, las manos quietas y los ojos tapados. Los
políticos no. Ellos no descansan, porque
nos gobiernan desde el poder o la oposición, que es igual porque pactan su
continuidad de silla de playa, de nevera sin asa o de toalla revenida que
cambia de color y la venden en mercadillo a mitad de precio. No hemos cambiado,
ni nos hemos acostumbrado. Como mucho
hemos envejecido con ganas de querer más, de contar más o de morirnos
tranquilamente que no hay como tirarse por un puente para ver el final del
túnel. Hemos
vuelto sin ganas, lastrados, pero enteros porque de la cabeza a los pies no
somos más que soldados de fortuna con vizcaína en la mano esperando la
oportunidad de clavársela a quien sea. Estamos hartos de traiciones, de que no
nos salga el príncipe más que rana de cloaca, pero como comemos carne de grulla
en el desayuno, prosperamos que no es sino ir contracorriente a pata palo con
los dientes rotos.
Ya vuelven los niños al cole, los progenitores al trabajo ( el que lo
tenga) y la Luna a mirarnos con cara de mala leche porque se arruga y se cruje,
la muy desgraciada, con manchas que vistas de lejos parecen de fuego enemigo
que lo celestial no perdona ni a las pálidas de corazón. Tenemos unas tremendas
ganas de meternos bajo las sabanas hibernando hasta los próximos mil años con
coches -por fin- voladores, mares limpios y gente que nos mirará asqueada
porque no somos más que primitivos y ruines como la mala hierba o las carabelas
portuguesas que matan a una sola picada por propia coherencia biológica.
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