No es la primera vez
que alguien se queda con la boca sin terminar y encima debiendo dinero por el
crédito para arreglársela. Los afectados por el cierre de” idental” estaban en
mitad de tratamientos costosos que ahora dejarán de pagar, incluyéndolos la
parafernalia procedimental en el registro de morosos. Les van a escuchar como a
los de Delphi y Visteón para luego quedarse en aguas de borrajas porque todo lo
que no nos duele, no nos quema. Los tratamientos dentales es lo que tienen que te
sacan las virutas de los bolsillos. Como no está el arca para paquidermos, nos
embarcamos en ese método tan socorrido que consiste en pedirte un préstamo. Ya
te lo dicen los mismos de la clínica al pedir presupuesto, con un sonriente “le
gestionamos su crédito”. No hay nada como que a los niños se le tuerzan los
dientes para que un amable administrativo con bata blanca (o verde) te diga -sin
haberte hecho ni la radiografía- que te saldrá por un módico precio durante dos
largos años. No es la primera, ni será la última porque conozco ya afectados de
clínicas dietéticas, de estéticas y de dentales. Por eso da tanta grima que quieran
jugar no solo con nuestra salud, sino también con nuestro dinero, ese que aún
no hemos ni ganado. Pero es un fenómeno generalizado, como la delgadez como
estándar de belleza o la transmutación en algo que nos lleve a ganar “Supervivientes”
siendo borde, luego borde y más tarde aún más borde. La francachela vende y los
incautos pagamos. Pagamos todos, menos los que ganan 800.000 sin que quieran
que les toque ni el viento. Es cuestión de costumbre, no de tipo conocedora del derecho sino de pernadas
y analogías varias. Mientras que debatimos
en plan monólogo de la comedia los afectados trinan. No es para menos
porque los implantes cuestan genitales y las ortodoncias y las extracciones y
las subidas de mamás y los adelgazamientos. Los gimnasios son territorio
estereotipado donde el sudor es la meta y la musculación la reina de la etapa.
No cultivar la mente se ha convertido en fenómeno televisivo desde el momento lejano
en que un estudiante de náutica ganó un concurso y le dieron el título sin
haber pisado la facultad en tres meses. Tampoco los invitados -poligrafistas y
símiles- tienen carreras sesudas , como mucho periodismo y de la vieja escuela
que hay que seguir haciendo caja para pagar las hipotecas. Cuando sepan los sueldos
que se insuflan los colaboradores se darán cuanta de lo poco que vale ser Ministro,
si no fuera por el poder venial que se asemeja al de la barra del gimnasio
llena de musculados. La
vida se ha convertido en una farsa porque las redes hacen héroes milesimales a
gente que no vale nada más que chascarrillos y bromas de guardar , que no son
ni originales sino enlatada de otro que las ha versionado de otro más lejano. Porque
el tiempo y las horas no cuentan, las oposiciones no son lo que eran y lo vomitivo
gusta y no escarnece como hace un libro de versos o una opinión desaforada. Somos
los más mediáticos, los más chachis y los más enterados. Somos desdentados con
créditos por pagar , con el implante a medias y la Administración diciéndonos
que no paguemos que ellos se van a encargar de que nos vea otro colega.
Paganinis que diría mi padre en medio de su dialéctica a secas, sin afectos ni
infartos, solo de válvulas de repuesto. No somos mártires sino de vida
prestada, acaecida por ratos, de Mercadonas a sentadillas, vigilados por las
cámaras que nos sacan el perfil malo. Ese que a Julio Iglesias le quitaba el
sueño antes de salir en portada. “Dientes, dientes y dientes que es lo que les
jode”. Mediática tonadillera que se bebe los telemaratones para ver si hablan
de ella, que cogió el toro por los cuernos y la embistió , porque no hay como ponérsele
delante sin saber hacer la peineta portuguesa de recortadores anónimos y
festivos. Dientes partidos que se nos van a quedar porque somos gordos, mansos
y lelos. Sin gimnasio que nos guarde, ni preparador que nos meta campanadas de
fin de año en las venas, con aspereza.
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