viernes, 22 de junio de 2018

DESDENTADOS


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No es la primera vez que alguien se queda con la boca sin terminar y encima debiendo dinero por el crédito para arreglársela. Los afectados por el cierre de” idental” estaban en mitad de tratamientos costosos que ahora dejarán de pagar, incluyéndolos la parafernalia procedimental en el registro de morosos. Les van a escuchar como a los de Delphi y Visteón para luego quedarse en aguas de borrajas porque todo lo que no nos duele, no nos quema. Los tratamientos dentales es lo que tienen que te sacan las virutas de los bolsillos. Como no está el arca para paquidermos, nos embarcamos en ese método tan socorrido que consiste en pedirte un préstamo. Ya te lo dicen los mismos de la clínica al pedir presupuesto, con un sonriente “le gestionamos su crédito”. No hay nada como que a los niños se le tuerzan los dientes para que un amable administrativo con bata blanca (o verde) te diga -sin haberte hecho ni la radiografía- que te saldrá por un módico precio durante dos largos años. No es la primera, ni será la última porque conozco ya afectados de clínicas dietéticas, de estéticas y de dentales. Por eso da tanta grima que quieran jugar no solo con nuestra salud, sino también con nuestro dinero, ese que aún no hemos ni ganado. Pero es un fenómeno generalizado, como la delgadez como estándar de belleza o la transmutación en algo que nos lleve a ganar “Supervivientes” siendo borde, luego borde y más tarde aún más borde. La francachela vende y los incautos pagamos. Pagamos todos, menos los que ganan 800.000 sin que quieran que les toque ni el viento. Es cuestión de costumbre,  no de tipo conocedora del derecho sino de pernadas y analogías varias. Mientras que debatimos  en plan monólogo de la comedia los afectados trinan. No es para menos porque los implantes cuestan genitales y las ortodoncias y las extracciones y las subidas de mamás y los adelgazamientos. Los gimnasios son territorio estereotipado donde el sudor es la meta y la musculación la reina de la etapa. No cultivar la mente se ha convertido en fenómeno televisivo desde el momento lejano en que un estudiante de náutica ganó un concurso y le dieron el título sin haber pisado la facultad en tres meses. Tampoco los invitados -poligrafistas y símiles- tienen carreras sesudas , como mucho periodismo y de la vieja escuela que hay que seguir haciendo caja para pagar las hipotecas. Cuando sepan los sueldos que se insuflan los colaboradores se darán cuanta de lo poco que vale ser Ministro, si no fuera por el poder venial que se asemeja al de la barra del gimnasio llena de musculados.                                                                                                                            La vida se ha convertido en una farsa porque las redes hacen héroes milesimales a gente que no vale nada más que chascarrillos y bromas de guardar , que no son ni originales sino enlatada de otro que las ha versionado de otro más lejano.                                        Porque el tiempo y las horas no cuentan, las oposiciones no son lo que eran y lo vomitivo gusta y no escarnece como hace un libro de versos o una opinión desaforada. Somos los más mediáticos, los más chachis y los más enterados. Somos desdentados con créditos por pagar , con el implante a medias y la Administración diciéndonos que no paguemos que ellos se van a encargar de que nos vea otro colega. Paganinis que diría mi padre en medio de su dialéctica a secas, sin afectos ni infartos, solo de válvulas de repuesto. No somos mártires sino de vida prestada, acaecida por ratos, de Mercadonas a sentadillas, vigilados por las cámaras que nos sacan el perfil malo. Ese que a Julio Iglesias le quitaba el sueño antes de salir en portada. “Dientes, dientes y dientes que es lo que les jode”. Mediática tonadillera que se bebe los telemaratones para ver si hablan de ella, que cogió el toro por los cuernos y la embistió , porque no hay como ponérsele delante sin saber hacer la peineta portuguesa de recortadores anónimos y festivos. Dientes partidos que se nos van a quedar porque somos gordos, mansos y lelos. Sin gimnasio que nos guarde, ni preparador que nos meta campanadas de fin de año en las venas, con aspereza.

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