viernes, 21 de septiembre de 2018

EN EL CORAZÓN DE UNA MADRE


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Una tumba vacía puede ser el principio de la esperanza. Puede que los que te llamaban loca dejen de hacerlo, o simplemente te digas en el espejo que las canas y las arrugas no son sino reflejo de tanto sufrimiento.                                                                                           Hay vacíos en las tumbas de niños enterrados en el cementerio gaditano.                                     No es el único. Habrá decenas por todo el país, porque la impunidad mandaba y los transgresores había cogido el pan debajo del brazo.                                                                      Una tumba vacía abre huecos en el alma, porque los que no están pueden seguir respirando en otra parte sin saber que una madre rompe lanzas para averiguar lo que pasó con su retoño. Debe de ser terrible perder a un hijo, pero no tenerlo porque te lo han robado para hacer negocio con él, es repugnante. Cuánto dolor puede esconderse en una tumba vacía. Cuánta frustración,  cuánto miedo heredado sin saber nunca si es verdad porque te lo dicen tus huesos o simplemente es lo que deseas antes que aceptar que tu pequeño ha muerto.                                                                                                    Hace años conocí a una mujer, hermana de dos bebés desaparecidos. Narraba un dolor excepcional rescatado de madre a hija en ese miedo a perder lo que más amas. Su madre había tenido un embarazo rutinario, sin problema alguno, pero cuando llegó al paritorio  le explicaron que la tendrían que dormir porque no se sentía al niño. Al despertar le dijeron que había muerto pero nunca le enseñaron el cadáver. Lo más penoso de lo que les cuento es que se repitió una segunda vez, con las mismas características, sin que los padres sospecharan adónde podía llegar la iniquidad humana. Al parir por tercera vez ya pusieron cuidado y les nació una niña sana y perfecta que creció con la muerte de sus hermanos pesándole en el alma. Años más tarde, y al encontrar casos parecidos al suyo en el mismo hospital y fechas, empezaron a sospechar que esos dos hijos perdidos solo lo estaban para ellos. Desde entonces han peleado infructuosamente, como solo saben hacerlo los que quieren con desesperación.  No sé si algún día conseguirán encontrarse. Ojalá, pero nadie les devolverá los años robados, los besos, ni los abrazos. Nadie puede comprar el corazón de una madre, por eso los robaban en la impunidad del quirófano con la leona dormida y el cachorro aullando. Ahora no pasaría porque los controles son totales y los padres acompañan a los paritorios, pero créanme ha sucedido hasta los años 80, a la vuelta de la esquina con esperas interminables de datos falsos, partidas de nacimiento trucadas y médicos con juramento hipócrita.                                                               Al corazón de una madre no se le da puerta jamás. No se le compra más que por miradas o balbuceos o arrullos. Es indestructible en el tiempo. Por eso siguen pidiendo Justicia, que se investigue y que se aclare todo porque la espera va comiéndose las evidencias. Hay dos tumbas sin dueño. Agujeros en el alma de una madre que vela .

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