Una tumba vacía puede
ser el principio de la esperanza. Puede que los que te llamaban loca dejen de
hacerlo, o simplemente te digas en el espejo que las canas y las arrugas no son
sino reflejo de tanto sufrimiento.
Hay
vacíos en las tumbas de niños enterrados en el cementerio gaditano. No es el
único. Habrá decenas por todo el país, porque la impunidad mandaba y los
transgresores había cogido el pan debajo del brazo.
Una tumba vacía abre huecos en el alma, porque los que no están pueden
seguir respirando en otra parte sin saber que una madre rompe lanzas para
averiguar lo que pasó con su retoño. Debe de ser terrible perder a un hijo,
pero no tenerlo porque te lo han robado para hacer negocio con él, es
repugnante. Cuánto dolor puede esconderse en una tumba vacía. Cuánta
frustración, cuánto miedo heredado sin
saber nunca si es verdad porque te lo dicen tus huesos o simplemente es lo que
deseas antes que aceptar que tu pequeño ha muerto.
Hace años conocí a una mujer, hermana de dos bebés desaparecidos.
Narraba un dolor excepcional rescatado de madre a hija en ese miedo a perder lo
que más amas. Su madre había tenido un embarazo rutinario, sin problema alguno,
pero cuando llegó al paritorio le explicaron
que la tendrían que dormir porque no se sentía al niño. Al despertar le dijeron
que había muerto pero nunca le enseñaron el cadáver. Lo más penoso de lo que les
cuento es que se repitió una segunda vez, con las mismas características, sin
que los padres sospecharan adónde podía llegar la iniquidad humana. Al parir
por tercera vez ya pusieron cuidado y les nació una niña sana y perfecta que
creció con la muerte de sus hermanos pesándole en el alma. Años más tarde, y al
encontrar casos parecidos al suyo en el mismo hospital y fechas, empezaron a
sospechar que esos dos hijos perdidos solo lo estaban para ellos. Desde
entonces han peleado infructuosamente, como solo saben hacerlo los que quieren
con desesperación. No sé si algún día
conseguirán encontrarse. Ojalá, pero nadie les devolverá los años robados, los besos,
ni los abrazos. Nadie puede comprar el corazón de una madre, por eso los
robaban en la impunidad del quirófano con la leona dormida y el cachorro
aullando. Ahora no pasaría porque los controles son totales y los padres
acompañan a los paritorios, pero créanme ha sucedido hasta los años 80, a la
vuelta de la esquina con esperas interminables de datos falsos, partidas de
nacimiento trucadas y médicos con juramento hipócrita. Al
corazón de una madre no se le da puerta jamás. No se le compra más que por
miradas o balbuceos o arrullos. Es indestructible en el tiempo. Por eso siguen
pidiendo Justicia, que se investigue y que se aclare todo porque la espera va comiéndose
las evidencias. Hay dos tumbas sin dueño. Agujeros en el alma de una madre que vela
.
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