lunes, 1 de octubre de 2018

UNA TORTUGA EN LA VAGINA



El mundo está desesperadamente solo, con espejos deformados mirándonos las cuencas vacías. Las redes sociales devoran lo que encuentran, a bocados agónicos.                            Por más que vivo, más muerta me despierto.                                                               Resultado de imagen de ABURRIMIENTO                 No entiendo nada, en una realidad confusa y aletargada. No hay vuelta atrás porque la gente mata mientras los demás nos devanamos el cerebro para conservar un sillón de “Sálvame” que otros muchos ven en su casa, apoltronados en su existencia.                                                                                           Sacamos fotos encurtidas y nos mesan los cabellos, cabalgamos en la desesperanza y el hastío como pobres tortugas que se refugian en vaginas , incandescentes por el desamor y la espera.                                                                                                                                             No hay marcha atrás más indigna que la de la indiferencia, que la de los ancianos devaluados a nivel de tortuga de quita y pon, desubicada de útero y residente -de por muerte- en una papelera de Urgencias de hospital.                                                                  Estamos perdiendo el Norte porque hemos viajado hasta el sol sin visera puesta. Se nos han frito los cables que nos sustentaban y ahora vamos de casco pelado, con la montera empitonando todo lo que se nos cruce en el camino. Y aun así alumbramos, seres de luz infinita que amamos y nos aman. Algunos. Otros matan, disparatan y mueren como tortugas anónimas ahogándose en carne trémula. No somos nada más que Historia revenida. Pueblo llano listo para ser apisonado, reestructurado y vuelto a enlosar con lo que quieran, que no hay como mandar para hacer lo que te dé la gana.                           Vivimos épocas de matanzas lejanas, falta de derechos que no nos afectan e hilos tan finos que no se ven cuando nos mueven. Somos felices porque tenemos boca, ombligo y manos para proveernos, más bocas, más ombligos y muchos zapatos que devolver cuando no los hemos usado bastante. Las fotos no nos representan, lo que escribimos no nos sangra y las amistades de Internet no son más que lubricación genital con vaselina para que la concha de la tortuga no quede mellada. Estamos más solos que los cementerios, más que los ancianos desposeídos de claridad mental, más que los de preescolar, más que un maestro en peregrinación de vacantes. Solos de rotundidad.           Pero brillamos, como las luciérnagas antes de que se las trague la noche, en un instante mágico en que nos creemos que todo puede ser real porque nacimos para apreciar la belleza y algunos afortunados para crearla, haciéndonos sentir a los demás que íbamos en el mismo barco, cuando solo era patera deshinchada.                                                                                       Mismo puerto de origen, pero no mismo destino final que no es sino película de desgracias que la muerte alcanza por muy viejo que te hagas, por muy poderoso que seas, por mucho hayas brillado más que los demás. Igual que a la  tortuga hacinada en un sitio que no buscó, asfixiándose en pos de una salida que nunca podría encontrar , porque nació sin marcha atrás (ni frenos), especie prehistórica y alienada, como nosotros que vivimos más muertos, ahogándonos al respirar, sonriendo mientras lloramos, cabalgando sin montar.

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