El mundo está
desesperadamente solo, con espejos deformados mirándonos las cuencas vacías.
Las redes sociales devoran lo que encuentran, a bocados agónicos. Por más que vivo,
más muerta me despierto. No
entiendo nada, en una realidad confusa y aletargada. No hay vuelta atrás porque
la gente mata mientras los demás nos devanamos el cerebro para conservar un
sillón de “Sálvame” que otros muchos ven en su casa, apoltronados en su
existencia.
Sacamos fotos encurtidas y nos mesan los cabellos, cabalgamos en la
desesperanza y el hastío como pobres tortugas que se refugian en vaginas , incandescentes
por el desamor y la espera. No
hay marcha atrás más indigna que la de la indiferencia, que la de los ancianos
devaluados a nivel de tortuga de quita y pon, desubicada de útero y residente -de
por muerte- en una papelera de Urgencias de hospital. Estamos
perdiendo el Norte porque hemos viajado hasta el sol sin visera puesta. Se nos
han frito los cables que nos sustentaban y ahora vamos de casco pelado, con la
montera empitonando todo lo que se nos cruce en el camino. Y aun así alumbramos,
seres de luz infinita que amamos y nos aman. Algunos. Otros matan, disparatan y
mueren como tortugas anónimas ahogándose en carne trémula. No somos nada más
que Historia revenida. Pueblo llano listo para ser apisonado, reestructurado y
vuelto a enlosar con lo que quieran, que no hay como mandar para hacer lo que
te dé la gana. Vivimos
épocas de matanzas lejanas, falta de derechos que no nos afectan e hilos tan
finos que no se ven cuando nos mueven. Somos felices porque tenemos boca,
ombligo y manos para proveernos, más bocas, más ombligos y muchos zapatos que
devolver cuando no los hemos usado bastante. Las fotos no nos representan, lo
que escribimos no nos sangra y las amistades de Internet no son más que
lubricación genital con vaselina para que la concha de la tortuga no quede
mellada. Estamos más solos que los cementerios, más que los ancianos
desposeídos de claridad mental, más que los de preescolar, más que un maestro
en peregrinación de vacantes. Solos de rotundidad. Pero brillamos, como las luciérnagas
antes de que se las trague la noche, en un instante mágico en que nos creemos
que todo puede ser real porque nacimos para apreciar la belleza y algunos
afortunados para crearla, haciéndonos sentir a los demás que íbamos en el mismo
barco, cuando solo era patera deshinchada. Mismo
puerto de origen, pero no mismo destino final que no es sino película de desgracias
que la muerte alcanza por muy viejo que te hagas, por muy poderoso que seas,
por mucho hayas brillado más que los demás. Igual que a la tortuga hacinada en un sitio que no buscó, asfixiándose
en pos de una salida que nunca podría encontrar , porque nació sin marcha atrás
(ni frenos), especie prehistórica y alienada, como nosotros que vivimos más
muertos, ahogándonos al respirar, sonriendo mientras lloramos, cabalgando sin
montar.
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