lunes, 4 de junio de 2018

REGRESO AL FUTURO.


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Ya saben que no hablo de política, pero a veces veo muertos. Muertos que aún se sientan en escaños, que lloran porque dentro de unos años no serán más que carne rasa sobre una tabla de surf parodiados por tuiteros.                                                                                 La gente es idiota y no es por insultar, es más que nada por aclarar conceptos. Alguien súper listo creó esta burbuja que nos lleva a pensar que debemos hacer el papel de hormigas de por vida, para encontrarnos de viejos con una tumba abierta. Eso con suerte, porque ya se empieza a ver con normalidad a los ancianos muertos en la soledad de sus casas.                                                                                                                           Todo se ha desmantelado como en kiosquillo de feria,  en esta sociedad consumista y huérfana de voluntades y afectos.                                                                                                    Los niños nos vienen de placenta, politizados y consumistas. Los aderezamos con fiestas de cumpleaños- y graduaciones a cada paso- y ya tenemos el cóctel perfecto de  ególatras y maltratadores, empezando en casa propia y siguiendo en la del resto.                      No queremos que les falte nada, que nos los toque ni el viento y terminamos en Fiscalía de Menores (y no precisamente porque hayan hecho algo en el colegio) sino porque nos tumbaron de una hostia y le hemos cogido miedo.                                                             Es el síndrome del Emperador mamón, ese que nos esquilma las esperanzas y nos rompe las entretelas. Como los políticos que nos lloran, nos suplican que confiemos en ellos  y luego- con nuestro voto -se nos cachondean sin respeto.                                                                 Porque somos lobo de carnada, integrados en una manada que nunca fue nuestra sino prestada porque en realidad queremos comernos a todos, empezando por el niño gili que se cree más que nosotros porque le hemos comparado el último invento tecnológico y está dopado perdido. Ahora los astros de la informática- sin poner nombres, ni apellidos – nos venden la felicidad del artilugio que les inoculan, pero dicen- dándose golpes en las solapas- que ellos (a sus hijos) no les dejan ni catarlo. Como los camellos con su mercancía, que tampoco la prueban para no intoxicarse. A mí me gusta el futuro. Incluso lo veo con esperanza. Debo verlo. Me esfuerzo, no crean, pero siempre regreso a en este Planeta lo único que hacemos es oxidarnos hasta convertirnos en mocos de caracol en nuestra propia casa. Los políticos, no. Ellos tendrán grandes mansiones, fortunas en paraísos celestiales y cárceles adobadas de noticias. Porque es la actualidad. Nunca el futuro que será mágico y con coches voladores- drones- que nos explotarán las cabezas mientras nos defecan palomas mecánicas dirigidas por manos de cinco años. No sé si quiero ir hacia delante o hacia atrás. Me pasa igual que en la Feria. Que no sé por qué voy. No sé por qué estoy aquí. Ni a qué he venido. Mándenme un mapa de algo. O una motivación estelar. O denme una pastilla. Lo mismo es solo hambre y eso que acabo de desayunar. O que tengo la morriña cogida, sin haber pisado jamás una Ría.

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