No sé si se acordarán de la serie “el hombre y
la Tierra”. Si se pasean por mercadillos lo mismo tienen la suerte de
encontrarse con algún cuadernillo de campo de aquella época. Uno de los
episodios trataba sobre un pingüino (perdónenme pero no recuerdo los apellidos)
que habían rescatado siendo solo una cría. Les seguía – a los miembros del
equipo-por heladeras como perro de casa. La especie a la que pertenecía tenía
la peculiaridad de cascar con una piedra los huevos con los que se alimentaba, cargándola
en el pico como si fuera una herramienta. El
pingüino adoptado los sorprendió un día haciéndolo sin que nadie se lo hubiera
enseñado como si lo llevara impreso en el ADN. “La Sombra” siempre dijo que
llevábamos cosas impresas en el ADN que salían como por arte de magia igual que
las destrezas del pingüino. Ahora se sabe mucho más que entonces de los
rodajes, de los animales que participaban y de los truquillos que usaban, pero
sigo pensando que todos somos un poco pingüinos atesoradores de evocaciones que
marcan nuestro ADN con una huella invisible que nos condiciona muchísimo más
que el color de ojos o la boca carnosa. Es una teoría chapucera y sesgada, ya ven que
no me engaño, pero reconfortante porque si lo más importante para nuestro
espíritu- eso que nos agrada o sirve para encauzarnos - perdurara dotándoselo a
otros, lo mismo la muerte no sería tan
real (ni tan determinante) como habíamos pensado. No, sé que me van a decir que
para los creyentes nunca lo fue.
Pero la evolución científica, la lucha contra
el cáncer y las enfermedades que nos socaban, me llama más que la posibilidad
de un más allá. El puñetero pingüino partiendo ese huevo ajeno con la piedra
tal y como hacían los de su especie por generaciones , me da esperanza de que
los que nos dejaron pervivan en nosotros inoculándose en las generaciones
futuras de las que ya formarían parte en el ADN. Nadie moriría del todo porque
estarían sus células, pero también sus vivencias, lo que enseñó o lo que dio de
mejoría a su especie. ¿No me digan que eso no sería grande? Nadie habría muerto
definitivamente porque los tendríamos presentes en códigos genéticos
enrevesados que espaciar en andantes futuros. Es difícil de digerir, lo sé. Más
cuando hay cambios políticos y el bolsillo implosiona, el trabajo no es lo que
era y los niños nos vuelven locos. Pero sería grande, volverlos a ver. Oír sus
voces, abrazar sus cuerpos, renacidos. Porque los amamos y se fueron demasiado
pronto, casi sin despedirse. Volver en
otros ojos, otras manos, otros pies con código genético inesperado, rompedor de
huevos ajenos en mitad de una playa rocosa y congelada a menos cien grados. Lo
mismo es la morriña que no se cura ni con sol a raudales, ni se olvidan los
amores sentidos que se te clavan en el alma y no entienden de cierres mortales,
ni de tiempos, ni de olvidos.
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