Ya se huelen las fiestas en las manos de
Jesús, el carnicero de Pinar Hondo. Comer es en estas fechas lo que al
catolicismo el Padrenuestro. Nunca lo he comprendido y creo que ya se me van
echando los años a la chepa para solucionar el problema de falta de neuronas. Se
come y se bebe a rambla para celebrar el nacimiento de Jesús, no el carnicero
sino el hijo de María, pero sigo sin encontrarle la moraleja igual que no
entiendo los banquetes de tres días en las comuniones, ni las bodas de blanco
después de tener hijos que te lleven las alianzas. Los
supermercados se frotan las palmas y hacen cabriolas porque cuadramos cajas y
tejemos millones que lo mismo acaban en paraísos fiscales dentro de unos años. Todo se vende y se compra
menos la felicidad que parece consistir en perfumarse con tarjeta de crédito,
vestir bien, maquillarse, darse la buena vida y hacer algo de ejercicio sin
llegar a deslomarte. Tener una
talla grande, entiéndanme grande de alas laterales cárnicas a modo compresas,
te hacen merecedora de trozos primigenios de tarta y roscones en las convidadas
de las fiestas de los niños. El
trato es así… Se reúnen varias madres- nunca vi un padre-vía wassap y se llevan
tartas, pestiños, rosquillos o lo que sea que vendan, que también vale y ya se
arma el Belén , sin niño Jesús sino risas con motivo de estas fiestas.
Las merendolas son ahora pipas de cine de verano y los bollos caseros
una ciencia difusa que muchos practican , pero que pocos bordan. No
hay celebración que no aletee con unos pestiños rebozaditos de pringue, que
somos sureños y de sangre caliente y la miel, las especias y el azúcar nos
adoban el alma. Ya les digo que la talla extra nos persigue y
nos hace vulnerables de carnes a los que las gozamos, sufriéndonos en el
ascenso de escalones y mal vistos por los endocrinos que no sé qué harían sin nosotros,
como Jesús el carnicero, si todos nos convirtiésemos a lo vegano. Nosotros,
los de la confesión del buen yantar, lo celebramos todo el año, eso sí
perseguidos y vilipendiados que hay mucho envidioso asomador de costillas
propias yéndose de ojos cuando nosotros compramos en Jesús, el carnicero, de
las que ponemos en la hoguera.
Estamos hasta el esófago
de hacer régimen y comer pasas para recordar que antes comíamos lo que nos daba
la gana y gastábamos una 40. Estas fiestas es lo que tienen que
gastas sobre todo paciencia, al ir a poner gasolina escuchando hilo musical de
villancicos centenarios, en el supermercado ir deseando a todo el mundo buen
día con los dientes apretados, cuando te frecen pastelitos o paté o la madre
del cordero que estaba muy tranquila en la granja y la han sacado de paseo sin su
cabeza. Hay
gente que quiere meterse en la cama y despertarse ya en enero, pero yo no que
nací hija única y masoquista, por no tener un sanguíneo que me hiciera la
puñeta. No
crean que estoy de mala baba, es el olor a Navidad que me da alergia y
sobrevivo tirando de dolerme el estómago de tanto aguantar pijadas, de graparme
la lengua para no decir verdades que nadie quiere escuchar, de no pisar el
acelerador en los atascos , ni tocar el claxon como en una urgencia, ni
llamarle lo que es al buen vecino con el que no cruzamos una palabra en todo el
año, pero que como ahora es Navidad se ha vuelto afectuoso y servicial al modo
siciliano. Ya Jesús, el carnicero, está liado con los pedidos de las fiestas,
con el lechal y el ibérico, con los pates de trufa y los quesos en aceite. Ya
rebosa Navidad su tiendecita de barrio entre espumillones de los chinos y fotos
de su hijo de tres años.
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