viernes, 16 de diciembre de 2016

CAMPOS DE PATATAS

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El Telone II es un plaguicida que se aplica en el suelo patrio como la vacuna de la gripe, a picotazos. Es fácil de hacer porque no hay que controlar las evaporaciones, ni se ve,  porque se hace con maquinaria específica inyectándolo en la vena terrosa.                              Es altamente contaminante así que cuando han sido regados con él campos jerezanos de patatas se nos queda la gustativa palpitando de miedo.                                                              Es un problema silencioso porque no sabemos qué comemos y luego nos salen cosas en el cuerpo que no entendemos cómo se nos han pegado al esqueleto.                                        El aire está viciado con metales voladores gracias a nuestra avaricia. El mar es un enfermo que agoniza de tanto tragar nuestro plástico y los animales que criamos para comérnoslos son engordados con piensos compuestos para que sean rentables, no sanos. Ahora lo ecológico está que saca pecho pero es una falacia porque los campos siguen siendo inyectados con plaguicidas para que las patatas del supermercado luzcan más bonitas y baratas. Queremos tenerlo todo sin arriesgarnos a ver un alimento que no tenga una textura perfecta o un color de película. Pero eso sí debe ser adecuado a nuestro presupuesto en el que no se incluye el justo salario al agricultor- trabajado de espaldas- sino a la producción en masa -sin bichos , ni picaduras- porque se ha convidado al campo de una buena dosis de plaguicida.                                                                   La culpa del invento no la tiene el querer ganar dinero sino nuestra forma de vida…Come rápido, trabaja mucho,  cobra poco y luego ve al supermercado para comprar al precio más barato. Nadie se ocupa del campo porque es prostíbulo de grandes compañías que ponen el precio que les da la gana. Queremos un producto final perfecto a los ojos del comprador, estratégicamente colocado en las estanterías. Hay que producir más y más barato y se nos va la vida en el camino para lograrlo. No se recicla el plástico de los envases porque sale muy caro hacerlo y en vez de enviarlo a países de tercer orden- donde sale mucho más barato el reciclado- lo arrojamos al mar y allí se queda molecularmente insertado en el ADN de los peces que luego nos comemos.                 Es una cadena de miseria- ya les aviso- la que llevamos colgada al esófago, a las vísceras y al esqueleto. Cadena de muerte lenta y agonizante porque somos lo que comemos y lo que nos llevamos a la boca. No es lo que queremos sino lo que nos bombardean en los anuncios y lo que vemos con luces led en los escaparates y estanterías, al alcance de la mano. Ahora que llegan épocas de despiporres, ya les diré cómo acabamos que ya andan las farmacéuticas frotándose las manos con los antiácidos y santiguándose los civiles por los atracones de espumosos y espiritosos. Algunas veces pienso que el género humano no tiene salida, que saltamos a la comba para no darnos cuenta que ya no hay piso bajo nuestras efímeras plantas.


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