jueves, 19 de junio de 2014

CÓMO SUSURRAN LOS IDIOTAS


Los días se levantan apalabrados de sol y calor sobrantes. Nos extenuamos antes de llegar el mediodía , porque tenemos que trabajar aunque no nos paguen. Las lagartijas desbandadas van subiendo peldaños, a su ritmo, de tacadas en espalda ajena. No les auguramos un buen puerto porque los dinosaurios, más preparados, se extinguieron en este arte que no lo es, de conjugar las palabras. Pero ellas perseveran, y como las yedras , buscan hueco para asentar sus patas, para hacer ver que son otra cosa de lo que son , escritos efímeros, lucha de palabras concatenadas en un mundo que no lee por sobriedad de miras y porque los plasmas aplastan las ideas, antes de nacer en las gargantas. Se les tiene miedo a las nuevas ideas, tan antiguas, a las nuevas caras, tan viejas, pero no se le tiene miedo al mar, al kraken o la eternidad de una iglesia, que regurgita santidad y eternidad y la espera , bajo las tapias de los muertos. Los segundones han emprendido la carrera, los apagados, los innombrados, los ocultos , y hacen su juego, ahora que el levante ha aminado y los grandes, han caído ahogados. Las lagartijas se escurren y aguardan, pacientes ellas, la siguiente jugada que no es sino mirar a otros e imitar movimientos y trepar , aunque sea escurriendo. El alma , se nos va escurriendo entre sablazos y entresijos, entre alabanzas que no damos y consejos que vivimos, entre apabullantes cantes de mudos que no cantan más que lloros , que se levantan con el ocaso y adormecen con el alba. Hoy me he levantado y me abraso, me quemo en la locura que es vivir para seguir caminando, para seguir escribiendo, para seguir amando y escuchando y regañando y muriendo, entre bocanadas de oxígeno que agita mis células , que van decayendo. Las canas empalabran con la muerte, las arrugas con lo vivido y las ganas, se me suben del estómago encogido, cuando veo lagartijas que se creen dinosaurios. Lo mismo es que nací vieja y soy niña, de ideas reconcentradas y perdidas, niña anciana, de medio metro de ancha y uno y medio de larga, niña perdida, entre vaivenes agotadores y lagartijas miméticas prendidas. Pero entristecen la marcha, la alargan y entorpecen , porque no hacen sombra , sino que crecen , a la sombra de un olmo viejo y cansado, que ya no yergue. Son marchas acodadas a la palabra, marchas de soslayo mañanero, de páginas de periódico que defecarán la soledad, el hastío y las dudas y se perderán como las tapias de los cementerios, las lápidas olvidadas o los cuentos de mi abuela. Los días se levantan apalabrados y de calor y luego llueve, plena la caída del agua, pleno el día y plena la humildad que te da saberte muerto caminante, saberte menguada en tu ignorancia y sabedora que el tiempo todo lo conjuga , hasta las palabras dormidas en la garganta y los cuentos no escritos y las historias soñadas.

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