jueves, 27 de marzo de 2014

CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA


Cuando a un pollo le abres por medio, exhala un olor a tierra, a campo , a trabajo y a sudor de pies. No es un pollo limpio de supermercado, es un pollo entero, aún vivo por ese resquicio de alma que le queda pegada a las plumas del ano. Está encima del mármol de la cocina y aún puedes sentir palpitar su vida en tus manos, aún puedes verlo vivo y coleando, porque visionas antigüedades de rutina inquieta.                                       Las colas que esperaban para ver el ataúd de Suarez estaban vivas y coleando, colas eternas y etéreas que no irán al cielo , sino a la ruindad de los periódicos que solo viven un día , en las manos de los que los leen. Periódicos que fagocitan realidades que solo existen en el papel , porque son maleadas como barro vívido en manos de buen artesano. Los vivas , los aplausos, las alabanzas no son eternas, solo fingidas, rehogadas en el túmulo funerario de quien vivió más de once años atados a una silla de olvido, enfermo de viaje de ida, sin vuelta posible , a lo que había sido. La vida es así, viajes sin retorno a parte alguna, viajes de ida sin estación de viraje, porque no hay alma que haya vuelto, ni Dios que nos dé una segunda oportunidad.                                                                      Lo de Suarez tenía fecha de convocatoria, como la sentencia anunciada de Santiago Nasar y como ésta era igual de irreparable, solo el anuncio las identifica y separa, porque en Nasar lo hace muerto y en Suarez lo convierte en vivo de aeropuerto y placillas, de guarderías y colegios y de avenidas y museos. La madre de Nasar pretende la fuga mortuoria y el hijo de Suarez convoca a los medios y llora lágrimas contenidas por años en la intimidad , para que todos vean que la hora se acerca y ya es el turno de rendirle pleitesía,  a un casi muerto.  Los muertos ilustres no se balancean en su ataúd, ni son más provechosos para la tierra, ni emponzoñan menos el medio ambiente , ni las fosas pétreas que los cobijan. Los muertos , solo son muertos que no revienen a la tierra ni a la vida y que no oyen los vítores , ni los aplausos y que no usan cruces esmaltadas en oro, porque dormirán en vitrinas que acarrear polvo somos y en polvo volaremos.               Los pollos de corral viven libres en las inmediaciones de su apeadero, se creen libres porque de otra forma se morirían de pena, igual que los enfermos de Alzheimer mueren penando vidas , por no tener conciencia con que penar los recuerdos. Se disuelven en vida acercándose a la muerte,  como azucarillos en agua de rosas, mentes infantiles poblando cuerpos de viejos, arrugadas almas que no gozan con el peso de los recuerdos, con la infamia de los errores y sí ,en cambio, con la novedad de lo cotidiano y ajado por el tiempo. Once años, once, estuvo perdido en el olvido para ellos.

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