Cuando a un pollo le
abres por medio, exhala un olor a tierra, a campo , a trabajo y a sudor de
pies. No es un pollo limpio de supermercado, es un pollo entero, aún vivo por
ese resquicio de alma que le queda pegada a las plumas del ano. Está encima del
mármol de la cocina y aún puedes sentir palpitar su vida en tus manos, aún
puedes verlo vivo y coleando, porque visionas antigüedades de rutina
inquieta.
Las colas que esperaban para ver el ataúd de Suarez estaban vivas y
coleando, colas eternas y etéreas que no irán al cielo , sino a la ruindad de
los periódicos que solo viven un día , en las manos de los que los leen.
Periódicos que fagocitan realidades que solo existen en el papel , porque son
maleadas como barro vívido en manos de buen artesano. Los vivas , los aplausos,
las alabanzas no son eternas, solo fingidas, rehogadas en el túmulo funerario
de quien vivió más de once años atados a una silla de olvido, enfermo de viaje
de ida, sin vuelta posible , a lo que había sido. La vida es así, viajes sin
retorno a parte alguna, viajes de ida sin estación de viraje, porque no hay
alma que haya vuelto, ni Dios que nos dé una segunda oportunidad.
Lo de Suarez
tenía fecha de convocatoria, como la sentencia anunciada de Santiago Nasar y
como ésta era igual de irreparable, solo el anuncio las identifica y separa,
porque en Nasar lo hace muerto y en Suarez lo convierte en vivo de aeropuerto y
placillas, de guarderías y colegios y de avenidas y museos. La madre de Nasar
pretende la fuga mortuoria y el hijo de Suarez convoca a los medios y llora lágrimas
contenidas por años en la intimidad , para que todos vean que la hora se acerca
y ya es el turno de rendirle pleitesía, a un casi muerto. Los muertos ilustres no se balancean en su
ataúd, ni son más provechosos para la tierra, ni emponzoñan menos el medio
ambiente , ni las fosas pétreas que los cobijan. Los muertos , solo son muertos
que no revienen a la tierra ni a la vida y que no oyen los vítores , ni los
aplausos y que no usan cruces esmaltadas en oro, porque dormirán en vitrinas
que acarrear polvo somos y en polvo volaremos. Los pollos de corral viven
libres en las inmediaciones de su apeadero, se creen libres porque de otra
forma se morirían de pena, igual que los enfermos de Alzheimer mueren penando
vidas , por no tener conciencia con que penar los recuerdos. Se disuelven en
vida acercándose a la muerte, como azucarillos
en agua de rosas, mentes infantiles poblando cuerpos de viejos, arrugadas almas
que no gozan con el peso de los recuerdos, con la infamia de los errores y sí
,en cambio, con la novedad de lo cotidiano y ajado por el tiempo. Once años,
once, estuvo perdido en el olvido para ellos.
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