domingo, 10 de marzo de 2013

EL DÍA DESPUÉS


Hace tiempo se me revino a la memoria Juana Sevilla, porque como tantas, mis dos abuelas incluidas, pusieron cara al viento en los malos tiempos y respiraron y sacaron pecho, para que muchos de nosotros estemos ahora, aquí, con honra de sabernos suyos. Son ahora, para nosotras, las que hundimos los pies en  los cuarenta, también malos tiempos, sofocos y sofocones, que nos dan los hijos, el trabajo o la mala conciencia. Usamos de lavadoras y tiramos de lavavajillas, esmaltamos las uñas y parimos con epidural, pero ahí estamos al pie del cañón, igual que ellas, dándole brillo a la puerta del colegio de los niños, cabeceando de sueño por quererlo abarcar todo, en una conciliación fallida , que nos deja en la cuerda floja.                                                                                                                   No hay un día, para las que parimos inquietudes, para las que vamos a la universidad con la cuarentena , ni para las que se echan novio antes que sus hijas, que no veamos que solo nos alimentamos de expectativas y ni siquiera kilométricas, como las de Palmira, sino con elucubraciones quiméricas.                                                                        Hay veces que los pasos se nos hacen más cansados, barrenamos y nos acordamos de ellas, de su lucha, de sus vivencias, de sus ojos mirándonos con paz o solo de su mano, rozándonos la cabeza. Sufrimos por las que caen, porque como dice Carmen , “la que no la dejan, la matan” , quejándose amargamente de que a su hermana, con novio desde los quince, la acaba de dejar , porque dice que ya no la ama y se ha ido con una jovencita , mientras la otra llora, en un rincón, amargada.                                                             Pero no nos hacemos viejas, solo caminamos más despacio, porque llevamos en la barriga el conocimiento de décadas, la experiencia de saber vivir y el morir con luz en los ojos de los que dejamos.                                                                                                         No se nos caen los pechos, sino que reposan en consonancia con la gravedad de la tierra, al fin madre como nosotras y paridora de titanes, muertos y encarcelados por los hombres. No son quejamos, miramos al cielo y nos orina en la cara, fina lluvia o nieva- hielo , que nos congela las esperanzas y pone freno a nuestro vuelo raso de escobas.                                                                                   Como a mi querida Juana , me gustaría que a los muchos años de muerta , pudiera revivir en la mente de los míos, mujer de pocas palabras y mucha sonrisa, de mente fructífera y alma incansable, mujer de un hombre, esquivo y descarriado, que la hizo más fuerte, más noble y más entera, mientras iba partiéndose él, en trozos pequeñísimos , de memoria huérfana.                                                                                                               Como a mi querida Juana, me gustaría albergar en el vientre de la noche un sueño profundo, una familia extensa, unos hijos y unos nietos, y verlos crecer, crecer en paz con ellos y perpetuar amor y futuro, entre las largas brazadas del tiempo.                                            Hemos parido con epidural, a golpetazos de oxitocina, con bramadas rebeldes de paridoras de vida, de urdidoras de tramas de cotidianeidad, de sabernos mujeres y querer serlo. Es bueno tener las ideas claras , porque queremos abarcarlo todo, queremos ser como la madre de Amparo butrón, Conchita y ser como la hija y tener vida y futuro, profesión y ganas , llegar a casa y no naufragar en el intento, no quebrarnos por poderes, no hacernos pequeñitas, sino como las supernovas, morir, haciéndonos más y más intensas.                                                                                                                                     No hay un día en que no me acuerde de vosotras, en que no me convierta en vosotras, en que no os mire y me vea yo, hundiéndome dentro de vuestro recuerdo.                                    
Ni el lavavajillas, ni la secadora, ni el rol, nos hará más libres, en todo caso más trabajadas, más usadas, más inquietas y más jodidas, pero nunca más muertas, porque nos levantaremos de nuestras tumbas y pariremos ideas y sueños, nos abofetearán las realidades y aún así miraremos al viento, que si es de levante, nos enmarañará el cabello y nos dará aliento de marea baja, con ostiones y lapas, besándonos los labios salados.                                                                         Qué os echo de menos y cómo tejéis mi vida, cómo conformáis mi cuerpo y mi alma, desde allí donde sois.

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