Sé que están cayendo sanitarios
y policías, pero..¿ se imaginan que su trabajo fuera parte de usted como una
pantalla y el último suspiro fuera nada?. Está muriendo gente a quienes no le
ponemos cara, porque los sanitarios son modestos hasta para eso y los policías
creen que su sacrificio viene bordado con sangre en su contrato. En este país
nuestro donde las panderetas las tocan los que más ruido hacen, los que no lo
hacen se han acostumbrado a callar llorando. Eso hacemos también los que
afilamos la pluma. Más que nada porque andamos en precario. No digo que nuestro
oficio sea importante porque ya me dirán qué otra cosa hacemos los columnistas
sino darles la mano y esperar con ustedes a que todo pase. No somos héroes a
pie de calle, porque a veces ni la pisamos. No ayudamos a controlar ni tráfico,
ni personas, ni maleantes, como mucho les escribimos si nos aprietan las
gónadas. Somos una estirpe de titiriteros venidos a menos, pero eso sí con
pluma y tintero que ya quisieran los escribas de Egipto. No tenemos la
certificación, ni el poder, ni el prestigio de ellos, pero damos caña sobre
todo los más beligerantes. Pero…¿¿ Y cuándo caemos??, porque no somos
inmortales. Ahora estamos cayendo, mientras impregnamos los folios de tonterías
cotidianas, de tanta frustración, tragedia o llanto como cada uno de los que
tienen que salir afuera a jugársela y los que están acorralados dentro
aguantando. No somos más que eso, intermediarios de sentimientos, pasiones, de controles
y paces que los humanos transitan y nosotros mediatizamos. Pero ya les dije que
no somos inmortales aunque sí aspiramos a la gloria no sé si de reconocimiento,
de hacer bien nuestro trabajo o de ganar mucho dinero. No se consigue ninguna ya
se lo digo yo, como no la consiguen ni sanitarios, ni policías más que en las películas
de acción con gente muy guapa que te hace llevarte una desilusión cuando luego
nos ves en la vida cotidiana. Los columnistas tenemos el culo gordo y las entrañas
fueras, la lengua viperina y los amigos contados, excepto Téllez que el tío el
un hacha y tiene amigos y anécdotas hasta en los zapatos que calza. La mayoría
no somos profesionales del ramo porque el ramo no tiene profesionalidad y si
mucha voracidad, prontitud, selección sin oposiciones y sobre todo
momentaneidad. Ahí está el centro neurálgico de nuestro trabajo…en el día a día,
porque no me digan que no han leído a Larra o a Camba y notan el tufillo
penetrante del papel anciano. La vida no perdona a nadie y nos hacemos viejos a
cada suspirada de oxígeno. Lo mismo pasa con lo que amamos o con lo que
escribimos. Así que imagínense lo que es
que te mueras, acabes de publicar tu último artículo y sea una soberana
porquería. Porque somos humanos, tanto que nos cansamos hasta de escribir, más
en ese desaguisado de cuarentena que nos hemos autoimpuesto para perpetuar como
grupo y no como especie. Nos importan los mayores porque venimos de ellos,
cuidamos a nuestros hijos porque son el futuro, pero lo que amamos por encima
de todas las cosas es poder vomitar cada uno de los sentimientos que alberga
este cuerpo fofo y ajado que se reclina sobre ustedes para abrazarles. No somos
los modestos sanitarios que se duelen de pies y manos, que trabajan por una miseria,
que nos ofrecen sonrisa y hasta lagrimas para que después olvidemos hasta sus
nombres y los llamemos “chaval” o “niña”. No somos los policías que transitan calles
y se juegan la vida por unos euros, por el honor, el ideal o no sé bien qué
genética aplicada que gastan para hacer tanto por tan poco. Definitivamente,
somos las viejas del visillo recicladas, las tartaletas de la abuela apoyadas
en el alfeizar de la ventana, el pasatiempo del domingo y mucho de nada. Pero
también morimos y dejamos el último artículo que lo mismo es lo peor de nosotros
mismos porque las vendas se nos torcieron, la multa se nos fue de las manos o todo
el universo se conjugó en contra nuestra para que ese artículo de marras
saliera como una verdadera pufada.
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