
Quizás el tiempo
atempere como las estaciones pasando. Quizás las arrugas no sean más que el
plegarse del alma. Quizás lo sean. No hay otra explicación a ese pasotismo
industrial que me recorre las venas. Ni febrero atisbando en el horizonte puede
hacerme mella, gárgola vieja aposentada en una azotea viendo como una cigüeña
desnuca a sus crías en mar abierto. Hay que ser loca o muy gaditana para
intentar criar en lo alto de un edificio urbano rodeados de mareas. Mucho para
empujar a tus crías a hacer el viaje inaugural en mitad de la Bahía, restándole
espacio vital a transatlánticos y turistas. Y aun así, la envidio. Como a
tantos otros que aun pelean por lo que quieren. Son sueños- los suyos- muchas
veces truncados nada más embrionarse en las entretelas. Rameras condiciones las
de esas ideas que nos postulan por caminos intransitados, por imágenes confusas
de nosotros mismos y llantos inconformados. Somos patéticas criaturas que
corren en un laberinto inexpugnable de consumos, amores frustrados de película
americana y muchas ilusiones. De esas, vamos sobrados. Cazamos al vuelo lo que
queremos y queremos sobre todo que nos quieran. Hacemos al mundo la manicura
con nuestras manos, afilándole las garras o endulzándolas con miel. Le leemos
la cartilla con nuestros eslóganes y catecismos y así nos va, cojeando de las
dos patas como una jodida mesa de cocina de wallapop. Nos compran y venden a
cada instante. Nos vapulean con publicidad, creyéndonos que estamos vivos y
somos dueños de nosotros mismos. Luego nos sueltan en la puerta del laberinto
cada amanecer, para que piquemos ficha de nuevo. Somos una rueda más de ese
laberinto cárnico, sin que nos demos cuenta. Ni tampoco queremos, que se está
muy bien rodando cabeza abajo con las demás tuercas hermanadas a la perfección
a nuestro lado. Por eso cuando algún tornillo se suelta o una rueda corre a su
ritmo, todos al mismo tiempo chirriamos como en” la invasión de los
ultracuerpos” porque no hay mayor perfección que el silencio complaciente de la
mayoría. En eso nos hemos convertido… en pasto ignorante para rumiar de ovejas.
Nos llena el espíritu cachondón vernos apostillados en un sillón con las nalgas
bien dispuestas, la bolsa de chuches pegada al costado y los ojos a punto de
dejarnos ciegos de tantas tonterías. Cuánto hace que los libros fueron quemados
en las esquinas de las bibliotecas a polvo marchito, cuánto que solos somos
realitys y gente risueña que nos ilumina un plasma pagado con nóminas futuras.
Cuánto que nos somos más que ficción de historia por escribir en páginas que
nunca serán impresas. Quizás el tiempo calme la ansiedad, el miedo y la
incertidumbre llevándonos laxos a la tumba, solo que a las locas y las cigüeñas
no les importa una mierda, porque desde su atalaya se ve el amanecer combado en
colores chillones de paleta de Van Gogh, tan cuerdo que se arrancó una oreja
antes de expulsar su semen por la Bahía preñando a toda la fauna gaditana de
tristeza y agonía.
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