No es oro, el
brilli-brilli. Ni Gran Hermano, la bicoca del siglo. Ellos ganan, sí. No lo
duden ni por un instante, porque como la Banca nunca pierden. Pero es
hundimiento de carnes el modo actual de hacer las cosas. Las Adaras
infantilizadas que llegan a finales que las Andreas- estudiosas y machaconas
con los temas de oposiciones- no pueden. Quiero pensar que por cada Adara que
escala posición social en modo de flash
de telerrealidad, hay –al menos-una chica trabajadora que compone su futuro a
golpe de esfuerzo. No me lapiden tan pronto y déjenme explicarme…No me cae mal
la Molinero, pero sí lo que representa…la sumisión orquestada de los que se ganan
la vida solo con algo tan perecedero y fatal como la belleza. Esos mismos principios
que llevan a una cría de 15 a creerse Matahari de pega o a otra a lanzarse de
cara al vacío, quizás porque no encajaban en los roles estéticos de un Instituto
de secundaria. Bonito mundo estamos componiendo entre todos. Bonito en verdad
con cadáveres jóvenes y ufanos que saben cuánto les gustan a los dioses que –
sin embargo-detestan comer carne vieja de gárgola indispuesta. Hay amigos
virtuales que no entienden por qué me llamo a mí misma así, pero es porque
diviso desde la rotundidad de mi lar( en lo más alto que me dejan) la realidad
cotidiana y parcial a la que llegan mis cataratas. Adara Molinero ha ganado
Gran Hermano en una edición que la publicidad (que es de dónde se alimentan las
multicadenas) se ha esfumado por un escándalo sexual de ediciones pasadas. Ahora que todos nos creemos
colaboradores de los medios porque tenemos a nuestra disposición un teclado o
un móvil y la posibilidad fáctica de insultar, vejar o entrar en la casas de
otros (llámese su privacidad) por el modo baratísimo de un enganche en
internet. Bonito nos está quedando el mundo, no para las gárgolas que ya lo
tenemos hecho, sino para los venideros que transitan en los genes de mis
gemelos y que aún no han sido puestos ni siquiera en circulación. Qué pasará cuando
mi hija de 13 sea abuela con la gerencia de la historia y el recuerdo, porque
los mitos apestan y solo algunos rescatados en el tiempo por la astucia y buen
hacer de ciegos insomnes son a día de hoy presa de nuestro pensamiento. No es Adara,
Penélope fie y tejedora. Ni como Atenea, guerrera e intelectual. Sin que a día de hoy que
se sepa si su argucia de trama romántica ha sido otra cosa que mera casualidad.
Qué fue de cada uno de los que la precedieron, qué de aquellos enlatados personajes
de comic en carne, con canalladas que ahora destetan a los espectadores de
polvo y paja porque se van a otros programas donde la infidelidad, los vaivenes
y las dobles parejas es lo que los alimenta. Porque solo somos ojo de buitre
calvo, rey del estercolero, hacedor de paja en ojo ajeno, nunca en el suyo que
mantienen seco y a resguardo de los necios. Todos comemos de lo que nos dejan ,
rescatando trozos de alguna ufana jovencilla que no vio que los interneses eran
pasaje al infierno y que creyó que los malos solo vivían en las películas
cuando son reales y están a la vuelta de la esquina. No sé qué mundo les
dejaremos, no sé cómo algunos viven en la inmundicia, no de tener necesidades
básicas, sino de nutrirse de desperdicios, fagocitarlos y llevarlos al cielo
donde los angelitos tienen un mando y votan para elegir al gladiador que hoy no
muere. No es el oro, ni el brilli-brilli lo que me ciega, son las cataratas por
mirarle de frente la cara al tiempo, por hacerme de piedra y envejecer pegada a
un teclado por generación espontánea, que no hay como protestar entre párrafos
dobles para que se te entrecrucen los cables, te cabrees flojito y nunca nada cambie. Las niñas de quince
siguen siendo Caperucitas sin que el guardabosque las salve , porque los lobos
han mutado y ahora las lágrimas de las niñas son valioso botín que hacer
carrera infinita en las virtualidades. Buitres de baja estofa, ganadoras de
sonrisa enlatada, maletín de 100.000 razones para tirar la toalla. Y sin
embargo, Andrea pelea con los temas de la oposición y mi hija quiere ser
maestra. Lo mismo aun encontramos la esperanza pegada a unas teclas.
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