
Si lo piensan bien,
siempre se sintieron especiales. Todos lo somos por la selección genética que
hay en el proceso de confeccionarnos.
Un ginecólogo gaditano me dijo un día que la concepción era una de las
cosas que podríamos afirmar como “milagrosa”, por lo que un embarazo era poco
menos que algo prodigioso. En todo el tiempo que me lo comentaba yo pensaba en
la amiga que se me quedó preñada en la cocina de su casa a los 16, mientras
parte de su familia tomaba café en el cuarto adyacente. Todo
es igual de bipolar que esta anécdota, porque partimos de distintos puntos de vista,
la mayoría de las veces antagónicos Supongo que por eso la gente se enfrenta,
pero sobre todo porque le “pica”. La
Política no es más que el arte de hacernos participar en lo que nos duele y
ellos, los que la profesan, son en este acertijo los que nos mueven los hilos
adecuadamente para que los sigamos alimentando. Siempre me pareció un mal
necesario, como las vacunas, pero ahora hay algunos que la quieren convertir en
batallas dialécticas por la facilidad que se tiene para que cualquier
comentario arda en las redes. Lo que no muchos entienden es que en esos
espermatozoides -de los que todos procedemos- está la clave para saber por qué
nos creemos tan especiales como para que nuestro pensamiento cuente, queramos
ser Presidente de comunidad de propietarios o quien más alce la voz a modo de
soprano. Y es que arrasamos con la competencia, nos colamos en el cuarto del
tesoro y nos hicimos a pinceladas de ADN de aquí y de allá, ostentando los ojos
azules de mamá o la mala leche del abuelo. Ahora, talluditos y esquilmados de
paciencia, queremos convencer, ser amados y tener el cuerpo soñado sin hacer
absolutamente nada, ni siquiera ponernos unas mallas horteras para ir a dar el
pego al gimnasio. Queremos que nos admiren, ser ocurrentes, bonitos y bien
hablados, pero como decía la perra de la profesora de” Fama” el éxito cuesta,
si no que se lo digan a los de “Gran Hermano” sudando por no bajar el ranquin
de audiencia o que los echen sin cobrar los muy gustosos emolumentos que sacan.
No hay como ser médico de urgencias o reportero en casa para saber que el
origen genético no alza y que más que nada eres un mandado de cualquiera que
tenga más galones que tú o que grite más fuerte. Pero ahí seguimos empujando
para caer más hondo en el barranco de la ridiculez, el desosiego o la mentira.
No hay como ser residente de geriátrico para comprender que las horas han
pasado y que tu reloj se paró porque lo compraste en alguna tómbola. Los bancos
al sol no tienen fecha en el calendario, ni el hambre de los gorriones, ni los “me
gustas”. Solo el tiempo que cruza fronteras, hace noche en el pecho y vuelve a tronar
con rayos celestiales y semáforos encendidos para que nadie los vea.
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