
La mujer que perdió a sus hijas por esa Violencia de Género
que algunos dicen que no existe, teje mariposas por la igualdad. Pero en
realidad lo que puntea con lana es el miedo a volver a perderlas. Ya lo hizo-por
primera vez- ese aciago día en que sonó el teléfono para que identificase a un
hombre que se había suicidado arrojándose por la ventana de su casa, porque
podía ser su ex marido. Luego no solo lo sería, sino que además -antes que
apechugar con las consecuencias- había acuchillado hasta matarlas, a sus dos
pequeñas hijas. No
sé cómo puede plegarse tanto dolor por tan gran pérdida, más que agujereándolo
con una varita de croché en el acto de tejer algo tan efímero y hermoso como
una mariposa. Perdemos a los nuestros cuando los dejamos aparcados en fotos y
cajones que nadie abre, ni desempolva. Si los aireamos o les tejemos alas de
lana morada, vuelan por ese espacio infinito en que el tiempo no come, ni las
penas matan. Supongo
que esa es la única esperanza que nos queda, porque las muertes nos acechan y
deberían avergonzarnos, pero no es materia electoral a la que sacarle un
aprobado raspado. Tampoco algo que les guste visualizar a los que son de verbo
fácil para insultar, ni a los despiadados de las pensiones que ven en la
Violencia de Género un mal mayor para sus intereses. Mientras, ellas mueren por
votantes sin corazón a los que dos niñas de dos y seis años no les importan
nada. A los que no les importa nada que
mueran asesinadas mujeres que son poco más para ellos que un dato en una
estadística o un párrafo en un periódico. No
puedo tejer mariposas. Lo siento. Solo puedo -a duras penas -contener la rabia
que me brota por cada poro del cuerpo. Ojalá pudiera confiar en que la Igualdad
y la Educación protegerán a las niñas del futuro, pero no lo hará mientras los
negacionistas prosperen y sus acólitos miren hacia otra parte. Porque la hemos
institucionalizado. Le hemos cosido una bata sangrante de franela y la hemos
sacado a pasear, poniéndola en tabla rasa con los impuestos, las deficiencias
de la Educación pública o la Sanidad. Queremos más inversión en enfermedades,
en investigación, queremos que el paro se disuelva como la peste negra. Por
eso, los que no miramos hacia otra parte, nos hastiamos de pelear, de
protestar, de clamar al cielo para que siempre mueran las más inocentes. Martina
y Nerea. De seis y dos años. Que no se nos olvide porque ha pasado más de 14
meses desde que fueron asesinadas por su padre. Mientras su madre-huérfana de
ellas- teje para que no pase más, pero no para que mi corazón deje de supurar
rabia y dolor ácido como la bilis. Porque no hacemos nada para evitarlo y si lo
hacemos no es suficiente para sacar un aprobado raspado. Nunca – desde luego-para
que el cuchillo no se clave.
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