Cuando te sientas a
escribir siempre hay alguien a tu espalda. No les hablo de los relatos de
terror que –de noche y a oscuras para no desvelar nadie- barruntas como puedes,
sintiendo que a tu alrededor van cobrando vida los personajes. Les
hablo más bien de la normalidad que es sentarte a pertrechar una columna de
prensa con total alevosía y sin ninguna nocturnidad. Te sientas porque te has
comprometido a hacerlo y -la mayor parte de las veces - no porque tengas ganas,
sino porque es lo que tú eres, seguramente desde que tomabas amniótico en el
útero de tu progenitora. No siempre has escrito frente
al ordenador, también lo has hecho tecleando una Olivetti y antes de eso, de
cabeza y sin papel, que cuando naces rarito
lo eres desde y para siempre. Ahora nos decantamos por lo que los ojos ven y
las entretelas disparatan con menos fuerzas que ánimos, y menos propósitos que enmiendas.
Lo que sí les digo es que
siempre detrás de mí sillón hay varias sillas, como mínimo una según lo que
escribas. Ya saben que la Política no la toco porque me aburre , pero por
ejemplo en el de “la dama de Cádiz” se me aposentó justo detrás de la clavícula
derecha Felipe Benítez Reyes con su prosa segura y tan brillante que solo tenía
ganas de escaparme, fustigándome por no escribir lo bien que lo
hace él. Pero
eso pasa mucho, porque hay gente que te inspira o expira. En mi caso- y con
relatos que no tienen nada que ver con lo que él escribe- con Vázquez Figueroa,
al que nunca o casi nunca he terminado de leer porque me transporta a paisajes
y personajes de tal nitidez que tengo que dejar lo que estoy haciendo para
darles vida. Algunas veces se sienta mi padre y carraspea(sin que esté), otras
mi madre y dice esa frase tan suya de “ en dos segundos lo hace” como si la
escritura fuera servilleta de papel que llevarte a la boca, cuando ya saben que
lleva años enferma de Alzheimer y desgraciadamente ya no habla. Ahora cuando escribo está todo en el más absoluto
de los silencios, pero ya les digo que puedo hacerlo hasta con la casa ardiendo
y los bomberos despelotándose dentro. Porque ha habido niños que
me han cortado la luz con sus manecitas inocentes, eliminando lo que estaba casi
terminado; Épocas de furia y descontrol en las que los que estaban detrás sentados
era asesinos implacables hablándome al oído, pero lo que siempre he tenido, ha
sido un sitio reservado a las madres y padres de hijos que murieron por errores
médicos, por violencia o a los que apalearon en el colegio. Me gustan las voces
de los inocentes, de los que sufren y de los ausentes, qué le vamos a hacer. Supongo que por eso
siempre les invito a que se sienten. Hoy estoy sola- completamente- porque ya
no está con quien compartía vida y despacho. Ese sí que estaba siempre, callado
y sentadito, embelesado y admirando lo que él decía no poder hacer,
dándome ánimos para que no lo dejara. Éstos son los que te inspiran, pero se
me olvidaban los que te
expiran, los cortarrollos, los mal pensados
y los aguafiestas que nos dinamitan la vena narrativa a la menor ocasión,
llevándonos a la sinrazón más desesperada de creernos fracasados o inútiles , porque
no somos nada si no escribimos. Lo mismo es que solo somos personajes que nos
hemos escrito a nosotros mismos para
sobrevivir en esta ninguneidad que es la vida. Nos hemos inventado y ahora nos
pesa, nos asaltan las dudas, nos carcome
la realidad que es un folio (virtual) en blanco que hay que rellenar con la
misma disposición y rutina que el bocadillo de salchichón del instituto de los
niños. Pero el folio pesa y no sabemos cómo lo vamos a escalar, ni en qué
cumbre se nos irá la olla, cuándo tiraremos la toalla y nos ahogaremos en el
infierno que es no poder abrir boca y decir lo que piensas, lo que sientes y lo
que te duelen lo ovarios de que apaleen, maten y violen a inocentes. Porque la
escritura puede ser tortura y llanto, pero también absoluto placer y consuelo.
Las dos caras del ying y yang que Jesús Ferrero escribió tan bien para deleite
nuestro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario