Una mujer de 45 ha
muerto al salirse su coche de la carretera y darse un vuelco. En cambio, mi
prima dio salida y vuelco de una autovía sin torcerse siquiera la muñeca. Son
las moscas, créanme, las que imponen la diferencia. Esa que dijo ver la
auxiliar que ahora acusan de haber asesinado a ancianas indefensas. Intentan
demostrar las acusaciones particulares que lo hizo usando una jeringuilla que
insertaba en una vía que tenía la víctima en el brazo. Pero son las moscas las
que impulsan el odio, la ignorancia, las muertes o los ahogados sin llegar a
buen puerto. En el argot
hospitalario las moscas pronostican muerte segura, ya ven en un hospital o en
un geriátrico que se dispensa lo mismo la vida o la muerte en habitaciones
contiguas. Pero es que somos caprichosas marionetas de un dios -cachazudo y
barrigón al modo griego- que solapa sus mentiras con sus vicios y sus fútiles
logros. Somos hijos de ese dios barbón y humano que nos hace recorrer sendas
afines, llagarnos las manos y los pies y que nos regala moscas en vez de besos
cuando abrimos la boca para mandarlo a
hacer puñetas. Es en el final de camino, ingrato que te maten cuando iban a darte el
alta; Que te siegue la vida el coche cuando otra campa libre y con tacones
rojos embutidos, cuando hay tanto que ver para que te quieran cerrar los ojos a
machetazos. No soy amiga de la Muerte, ni de sus paces a la fuerza, ni de sus
indoloras y falsas promesas. No soy amiga de esa esquiva que baila cuando le da
la gana con una mujer de 45 que ya nunca llegará a casa. Mueren los futuros
niños que nadie engendrará porque nos hacemos viejos y nadie vendrá a pagarnos
la pensión de jubilación porque vivimos, amamos y fornicamos entre compases de
gimnasio y cuentas falsas. Nos hemos amanerado a la buena vida, aunque nunca
fuimos espartanos de tirarnos por el barranco si perdíamos la guerra que la
Bahía donde nacimos solo regala ablandamiento de conductas y restregamiento de
virtudes cotidianas con cervezas a sol del mediodía y paro- mucho paro- que
echarnos a la cara. Vampirizamos a los turistas exprimiéndoles el poco jugo que
traen , porque los rubiales mochileros vienen escurridos de casa con euros
escasos y bocadillos envasados “made in tus muertos”. No ganamos ni para
pañuelos para llorar, por eso la Muerte pasa de nosotros y nos encandila como fenicios
de tres al cuarto apostillados en cualquier piedra Ostionera fundiendo nuestras
ganas con ella, deseando que algo cambien a nuestro beneficio. Pero nunca cambia
nada, aunque los barcos lleguen y se vayan, aunque no se pueda aparcar o los
paisanos sean como hormigas bien dispuestas para que venga el oso y se las coma
aspirándolas. No sé si saben que las
moscas invernan en cagajones diminutos apalabradas con el tiempo. En patios que
dan al Poniente y verdiales donde nunca se regaló más que la humedad y el
salitre que socava lo más sagrado.
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