No sé si les he contado
la anécdota de la madre de una compañera del colegio de mi hijo que siempre
estaba deseando que llegase el invierno. Un día le pregunté por qué y me dijo
que para ponerse el abrigo de pieles. Cuando llegó el frío más contumaz la vi
pasar temblorosa y le pregunté por el
abrigo. Para mi sorpresa me confesó…”si no tengo”.
La gente es así, se queja de
cosas buenas que le benefician y pide por pedir sin saber muy bien lo que está
pidiendo, argumentando que todos tenemos boca para usarla. Mis hijos adolescentes abusan de
este argumento como si fuera muletilla para todo, pero que lo haga gente adulta
me inflama. De los políticos ya ni les cuento. Estamos viviendo
el día de la marmota y nos conformamos. Qué otra cosa podríamos hacer si esta
vida no es más que flagelaciones y suspiros por un abrigo que nunca
existió.
Los magos de
las finanzas (traduzcamos los que tienen nuestros ahorros e hipotecas ganando
millones con ello) dicen que la economía es cambiante y que hay que adelantarse
a ella, pero ya ven en mi caso les diré que tengo los pies anclados en cemento
forjado. Lo
intento no crean- cada día- porque quiero evolucionar como los pokemon, pero ya
les digo que es misión imposible sin saltos mortales. La vida es ritual
manido para los que nos levantamos todas las mañanas y nos encomendamos al
metro o los atascos, a nuestros hijos y nuestros padres, salvándonos solo
nuestra vocación cervecera para resistir el asalto final, que está muy bien el Carnaval pero solo se
arrima en febrero.
Mientras, hay que pagar hasta por respirar porque los magos de las
finanzas han apostado nuestro cuello en esa ecuación que a ellos le va a
generar mucho dinero. Luego todos
iremos en la misma caja de zapatos,
incluido el mago. Todos visitaremos el
Purgatorio que es el no saber lo que hay más allá de no respirar, no ver
, ni hablar porque tenemos boca para
usarla.
Se acabaron los corrillos al pie del colegio porque los niños se
hicieron mayores. Se acabó el sudor enlatado porque los desodorantes están a un
euro y los olores se camuflan con fragancias
que no evocan ni las vacaciones, ni la vainilla. La vida es
cambiante porque le da la gana escaparse de entre nuestros dedos artríticos de escribir
para que no nos lea nadie, de querer para que no nos entiendan y de cuidar
niños que se hacen hombres para que la misma perra se los trague en cuatro
bocados sin eructar siquiera. Somos
carne de cañón enlatado en balas cárnicas, tremendo obús en mi caso que
desordeno la alimentación porque es tangible y no tiene forma de abrigo de
pieles, sino de especies inferiores criadas en granjas de engorde. No soy de
carne, ni de pescado, sino más bien de series de asesinos psicópatas que la
ficción se puede cuantificar y apagar cuando te harta.
De los políticos ni les hablo, porque son cantinela repetitiva y
aburren, al menos a mí que los dedos se me encasquillan en la recámara de las
palabras y la piel de gallina anhela por un abrigo de lana de oveja con que
amancebarse tiernamente. Les he confiado mi vida en
renglones perfectamente alineados por el Word, con espaciado doble y times new
rom. Ahora solo nos queda enhebrar un sueño lleno de anécdotas divertidas sin
final previsible, cual serie de miles de capítulos como “Simplemente María” con
su playa de verano, con niños en zapatillas y risas( muchas risas) que
perfumarnos el cerebro y calentarnos el alma escapista. Lo mismo así
engañamos a la vida cambiante sacándole as de la manga como truhán,
consiguiendo vaciarla de toda iniciativa. Aunque sea por un rato( o décadas)
mereceríamos esa dicha.
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