
No hay dulce que
amargue estas fechas. Ni siquiera la actualidad que campanea de politiqueos y
viles asesinatos. Es el mes más ordinario del año, el más cambiante y
estresado.
Las
notas de los niños, las festividades paganas en formas de comilonas y
banquetillos, para luego culminar con más fiestas, más alcohol- y sexo-
aderezados de banales conversaciones y familiares domesticados. La
familia es lo más si te llevas bien, si no te falta nadie y si no te amarga el
azúcar, diabético perdido dándote somanta de varas. Nos
acogemos al derecho de no declararnos abiertamente anti navideños, escupiendo
espumillón en mil colores variados. Nos acogemos a los que nos quedan, impresas
en sus caras la sonrisa de los que se fueron, su forma de hablar o ese hoyuelo
tan querido que nos salta las lágrimas de tanto echarlo de menos en la cara del
original.
Los humanos somos así, por eso no hay robot que nos guarde y solo los
que seremos piel y huesos en el 2050 nos veremos obligados a departir con
ellos, medicándonos y limpiándonos las traseras por unas míseras baterías
recargables. Seguro
que entonces siguen pactando los partidos políticos por las poltronas, no por
asegurarnos mejorías a los que los votamos que una vez metida la púa en la urna
, como a las abejas, ya no nos sirve
para más nada.
Nos
asfixian las papeletas electorales como el plástico sin reciclar que acaba
empobreciendo los mares, instalándose en los estómagos de los peces que son
cadena alimenticia, viéndose nuestra mesa con tapete de plástico reutilizado y
con peces de plástico y carne de plástico y en plástico seremos y en plásticos
nos vamos a enterrar.
Menos mal que en Cádiz homenajean a pasteleros Hidalgos que nos endulzan
la vida a base de pensar qué combinación magistral se puede hacer brotar a base
de harina y vocación, nata, chocolate y muchas ganas. No hay dulce que amargue las
penas, pero sí cuñados políticos hablando de religión o educación, en mitad de
una mesa plastificada con toques navideños venidos de muy lejos donde la
Navidad no es nada más que una forma de hacer caja .
No
nos gusta la actualidad sangrante, ni los políticos traperos, ni los tuiteros
amargados, ni pasearnos con frío de madrugada, sí los calditos calientes de
puchero con hierbabuena cocida en su jugo que no hay como un brebaje para
sabernos especiales.
Las notas de los niños ya están llegando y el tenerlos en casa y el
hacerse tan mayores , tanto que pronto traerán secuelas de pequeños pies y
manos manchada de azúcar, de jengibre , y de limón, horneadas. Ya huelen las casas a ilusión
y esperanza, por la lotería, por el pellizquito que nunca nos toca, por el
bombo que da vueltas como loco y los gritos entusiasmados que vemos desde lejos-
en otros pueblos, otros bares y otras casas- porque nunca llama a nuestra puerta
la suerte mareada. Pero
los tenemos a ellos que nos recogen en la armonía, que nos socorren de tanto
malo, de tantas Navidades sin luz en la cocina, sin agua corriendo descalza por
riveras y acantilados, porque solo había lágrimas, desesperanza, hastío y dolor
encastrado. Hoy vemos
algo de luz porque tenemos esperanza, porque queremos dejar atrás la ruina, la
podredumbre y la escarcha. No
nos asusta el frío porque tenemos el zurrón lleno de hogazas de pan, de
galletas de jengibre y bizcocho de canela en rama. Queremos darle una
oportunidad más a la vida que tanto nos dio y nos quitó, a manos llenas.
Una esperanza que no es más que espera, avanzada con las ganas de que lo
bueno renazca.
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