A los cincuenta te
duele el alma. Créanme. Y los huesos. Y las gónadas, de puro hartazgo.
A los 50 tienes hijos que te sofocan, te estrujan y putean, como si les
dieran comisiones por hacerlo. Eso, si han tenido la suerte de reproducirse a
los 30, porque si han renovado roles reproductivos y han sido progenitores con
los cuarenta -o ya rondando la cincuentena- están muertos. Físicamente muertos.
Eso de las etapas maravillosas de la vida es para la prensa rosa, porque
comen de la fantasía de que Chabelita es la niña pija de la Pantoja y que lo
que hacen es informar. Deberíamos saber lo que queremos a los 50 con certeza
absoluta, pero la mayoría estamos rebozados de trabajar, aguantar y con menos
ganas cada día que alumbra la vida. No
nos quejamos a cualquiera, porque guardamos el tipo y las apariencias, que está
feo que digan de nosotros que estamos a dos pasos de ser abuelitos cebolletas. Entramos en canas y salimos
de carnes, hacemos deporte porque no hay más remedio, sobre todo los que
disfrutan de una pareja más joven que no hay atadero mayor que tener que estar
siempre al lado de la peana de Santa Barbie o San Ken. Lo de la calidad
sexual no es un mito, sino más bien que cuando lo cogemos – o nos dejan- intentamos
apuntalar el cabo de la vela, más que nada porque no sabemos cuándo lo volveremos
a ver.
Decía una amiga mía que no entendía por qué lo hacían tan poco su marido
y ella si les gustaba tanto, pero la vida cotidiana con sus ataduras es el
infierno en la Tierra. Los nuevos 50 no
son los antiguos 30, qué más quisiéramos.
Son los próximos 60 que no son los antiguos 40, sino otra etapa en la
vida de Chabelita que percibirá la menopausia contándolo en el “Sálvame
espacial” para deleite de las gónadas de los microorganismos en éxtasis. Cómo
les gusta mentirnos en la cara, cómo vendernos la felicidad, cómo se reirán de
nosotros cuando nos reciclemos en aguas residuales, minerales, polvo estelar y
euros invertidos en todas las tonterías que no necesitamos para nada, pero que
hay que comprar porque estamos en una rueda infinita de laberinto de rata.
No son los 50 los de la plenitud sexual, ni los orgasmos de los cerdos
de 30 minutos, sino más bien el de los elefantes que dura segundos de aguantar
toneladas de peso que casi matan, gratificándote con un embarazo en la
ancianidad de dos largos años dando tumbos por la Sabana africana en pos de
agua. A
los 50 te duele el haba de tanto pensar en cómo sacarte la desesperanza del
alma, pero eso sí aún puedes copular. No como el cerdo, sino más bien como el mono
en su rama, cuando te dejan los que son tu vida cotidiana, hacedores de fatigas
y sobresaltos sin parar. Guardando el equilibrio para que nada salga mal y no
te partas la columna de tanto gozar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario