Hace 27.000 años éramos
iguales de bestias que ahora que encontramos ballenas abatidas por nuestros
plásticos homicidas en playas turísticas, mientras condenamos a nuestros hijos
a la muerte porque nos creemos los más “chachis” pariendo en casa.
Antes cortaban dedos de las manos -para perpetuar la barbarie de que los
vencedores podían hacer con los vencidos lo que les diera la gana-usándolo a
modo de decoración de paredes.
Siempre hemos sido así y creo que por desgracia- a pesar de los derechos humanos declarados, de los
muchos que no sienten a los demás como enemigos- seguirá siéndolo.
Las manos cortadas que aparecen en las cuevas españolas en el Paleolítico
no son más que los antiguos tuits para que los amigos los vean y sepan de qué pie
cojeamos. Ahora nos
hacemos fotos en los viajes, con los niños, disfrazados y en el trabajo, no sea
que crean que no existimos o dejemos de hacerlo porque nadie visualice nuestro
estado. Nos hemos hecho más banales que nunca porque de las cuevas hemos pasado
a la red , como Ralph que transita en las pantallas para deleites de pupilas
adaptadas a la oscuridad que es ningunear en una butaca con gente extraña a tu
lado.
Nos hemos contagiado de esas falanges cortadas y hemos aparcado nuestros
sentimientos en algún rincón del cosmos donde estemos-no ya seguros- sino quietos y reposados como piedras milenarias
que no saben cuál es su lugar en el mundo. Somos
dedos cortados perdidos, manos amputadas- y en relieve- para que estudiosos
canadienses hagan una tesina con nuestras siluetas gastadas por el tiempo que corrió
por nuestra vertebras. Estamos
ajados de tanto dar, de tanto asentir y de tanto pensar, como el vientre de la
ballena que reventó de podredumbre porque los plásticos no se reciclan, ni a nadie le interesa investigar cómo podíamos hacer para destruirlos
y que no nos coman ellos a nosotros. Dentro de algunos
años nos harán una autopsia y encontrarán una peritonitis de caballo con micro
plásticos pululando en nuestro estómago, tan dilatado y harto(de todo) como el
de la ballena varada. No
hemos evolucionado desde aquellas cuevas porque seguimos pariendo en casa,
matándonos con esperanzas en forma de placebo, mientras algunos ilustres nos
deshacen las ideas, nos llevan al borde del precipicio y luego nos empujan con
la sonrisa fuera, que no hay como hacer la puñeta con buena cara para que la
gente te crea un santo sin que haga falta peana, ni aureola.
No hemos
avanzado nada, seguimos cortando dedos, decorando la casa con la silueta de las
manos amputadas de los que vencimos en las batallas cotidianas porque no somos más que iguales ante la muerte que
nos atrapa como a Frodo la araña. Esa que por mucho
que corramos siempre nos alcanza porque nació con las patas más largas. Pero
aun así le echamos cara alzada, tan necia y tan cotidiana que se nos olvida que
la carrera está amañada. Con una guadaña nos cortará los dedos, para luego
decorar su cueva con la silueta de nuestras manos .
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