Un hombre murió en
Madrid, apuñalado. Otro en la Bahía de
Cádiz, ahogado y con los pantalones bajados hasta media pierna. No es la Canina
gourmet que rechace ningún plato, ni por raza, ni por género, ni condición. A
ella con estar muertos, ya la alimentan.
El que murió apuñalado lo hizo por mala suerte de que los de Urgencias no
estuvieran más cerca o porque la trapería de rajarle la barriga fue mortal y se
desangró sin remedio en mitad de la acera.
Nunca
me queda nada claro lo que estamos haciendo, en este jodido Planeta en el que
todo se oxida porque somos carbono y nos quemamos al tiempo que respiramos
esencia. No me queda claro que sean invisibles las muertes del Estrecho, las
tumbas sin nombre o los cadáveres desnudos y frágiles como el equilibrio marino
o los habitantes de los Océanos. Me da
la sensación que damos vueltas- sin sentido -como los enfermos de Alzhéimer que
dan pasos ciegos a ninguna parte mientras defecan en pañales de adultos ,
esperando la siguiente comida. Allí no hay clases, ni capitalismos, ni Gran
hermano, solo un plasma que se ve sin que nadie lo escuche , ni sienta, porque
los habitantes de los geriátricos hace mucho que perdieron substancia corpórea y
solo son recipientes como los que habitan en los museos. Museos que dan esplendor del pasado
a los ojos venideros, que esperan- con ansia- alguien que ame el brillo y
oropel tan ajado por el tiempo como la sonrisa de amor que la dama Éowyn le dispensaba al rey Aragón, ahora trasmutada
en mueca por el tiempo siendo tía de Sabrina y bruja ella, madurita y buenorra
que es como trata Hollywood( ahora Netflix) a las mujeres cuando envejecen. Ya
lo dijo Antonio Banderas -cuando creía en la Griffith- que en el cine no se
hacían papeles para mujeres mayores , pero para hombres tampoco(añado de mi
propia cosecha)porque nadie quiere ver la vejez- ni la postración de los cuerpos,
ni las limitaciones que estos recogen- como si fuera peste bubónica que
echarnos a la cara. Si quieren
ver el infierno, no piensen en el Estrecho (de noche y con mareas bestiales)
hacinados en una barca de goma pensando que van a tirarte a las aguas negras en
cualquier momento, sino que paséense por un geriátrico. No porque no los traten
bien, sino porque aunque sea el mejor de ellos y con todos los recursos que el
dinero pueda pagar, no son más que aviadero hacia Ella, la infalible y más trabajadora
de este Planeta , a la que no le importa nada más que recolectar. El
hombre que murió apuñalado- mirando la noche madrileña, con los ojos clavados
en las estrellas- no llegaba ni a la treintena. El ahogado tampoco, con piernas
tan delgadas como guitas de amarrar espárragos trigueros. Tan delgados como nos
quedamos cuando nos hacemos viejos y los pies no son más que barcas sin remo. La
muerte no la entiendo porque conlleva degradación y sufrimiento, esos minutos
previos en tragas agonía y el frío velo. Se me escapan las razones para darnos
un regalo tan grande y quitárnoslo sin remedio, dejándonos con sabor de boca a
besos de miel y salitre dentro.
Lo mismo por eso los
enfermos del Alzhéimer dan pasos lentos , sin saber qué les espera , ni cuál es
el camino correcto en ese trasiego de sillas llenas de compañeros que
vegetan.
Yo
tampoco, se lo confieso. Solo doy pasos lentos, uno a uno para no ahogarme, ni
doblarme del dolor de las puñaladas que se clavan de fuera adentro, con
cicatrices que dan hasta miedo. Soy invisible para quien no me ve, ni me
siente, para quien se mofa de mi dolor o mi corporeidad, como los ahogados del
Estrecho a quienes la marea baja los pantalones en una última burla-cruel- del
jodido tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario