Los que nacimos en los
60 vamos de capa caída. Ya no somos la gran esperanza del país, sino que (para
lo bueno y lo malo) hemos dado carpetazo.
Conozco Directoras de cole de primaria, abogadas, algún fiscal y mucha
buena gente trabajando- o en el paro- que ronda la cincuentena sin saber que
les quedan un par de telediarios para concurrir a la oferta de viajes del Inmerso.
Ahora-los que aún los tenemos- miramos a
nuestros padres y creemos que la vida nos será infinita, salvo por algunos visionarios que sienten que el dolor
de rodillas (de por las mañanas) no es sino aviso de que se acerca el
invierno. Cuando tus hijos lucen plumas en
vez de irte desplumando, ya puedes decir que la vida te ha doblado como
tortilla francesa. No es malo, si no te ves a los 73 siendo portada de
periódico porque has aparecido muerta y nadie sabe cómo ha sido. Los
ancianos andan devaluados. Siempre lo estuvieron desde la privacidad, “el
casado , casa quiere” y otros lemas consumistas que nos hicieron pasar del clan
familiar a la soledad como eslogan de película americana. Ahora todos andamos
solos, sin que queramos darnos cuenta.
Las parejas ya no son lo que eran y cuando los de esta generación- que
sobrevivimos a los coches sin cinturón de seguridad, con más misas sordas que
métodos anticonceptivos-desaparezcamos, ya no quedará nada. Quizás
siempre estuvo previsto que nuestro destino fuera la soledad , para estos
embriones concebidos en una época en que las guiris iban en bikinis sin que
tuviesen la menor idea de a qué se debía su nombre. Nadie
conjeturaba nada, ni había tonterías como Internet para -en vez de sacar bocado
y pensar o estudiar o ver la cenefas para el próximo jersey de punto-
enfrascarte en luchas verbales que no llevan a nada , con insultos de por medio
porque alguien ha dicho algo que no te ha gustado. Nadie
sabe qué ha pasado con la anciana de 73 que se ha encontrado muerta , pero no
es la primera, ni tampoco será la última en un trasiego maldito donde lo que no
nos sirve -en su inmediatez- es fácilmente apartado.
No nos son útiles la depresión, ni la tristeza, ni el desatino. Sí la
juerga, el comer, la jodienda y la
apariencia. Estamos volando sin avioneta, en círculos concéntricos cada vez más
bajos y allí -en el suelo- esperándonos, ya alguien ha cavado una tumba con
nuestro nombre.
Nuestros dioses nos han abandonado porque se hicieron viejos y murieron
de tedio y oscurantismo en un geriátrico municipal, con alentadoras jovencitas
de mofletes sonrosados que los sacaban a pasear en sillitas de ruedas por una
módica sonrisa. Nuestra semilla se esparce por la Tierra en pequeños o grandes
pies, pisadas extrañas de gente a los que rozamos cada día regalándoles
nuestras epiteliales.
Frotarán nuestro cuerpo y no podremos quejarnos, nos moverán deseando el
descanso que da la juventud, los planes y las ideas renovadoras que nacieron
tan viejas como esta Tierra que nos protege y acuna aunque la odiemos.
Porque nacimos oxidándonos , en aquel primer chillido, nunca llanto sino
exaltación de la vida que lo es todo. Aquellos que fuimos llamados el baby
boom, ahora vegetamos en despachos con aire acondicionado que lame toneladas de
polvo rancio. Miramos por balcones que dan a calles que no transitamos,
rompemos esquemas que seguirán igual de inalterados. Pasaremos como ellos
pasaron y los que vendrán también pasarán , sin darse cuenta de que es una
rueda infinita que nos diluye por gusto de vernos consumidos. No es mala
venganza- tan silenciosa, tan ufana - vernos convertidos en cenizas inocuas
cuando en vida fuimos libros, risas y llanto. Epiteliales de aspecto inofensivo
vagando por el espacio. Colonizando nuevos mundo y sobre todo, soñando.
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