martes, 23 de octubre de 2018

SI TE MUERES EN TU CASA


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Los que nacimos en los 60 vamos de capa caída. Ya no somos la gran esperanza del país, sino que (para lo bueno y lo malo) hemos dado carpetazo.                                          Conozco Directoras de cole de primaria, abogadas, algún fiscal y mucha buena gente trabajando- o en el paro- que ronda la cincuentena sin saber que les quedan un par de telediarios para concurrir a la oferta de viajes del Inmerso.                                          Ahora-los que aún los tenemos- miramos a nuestros padres y creemos que la vida nos será infinita, salvo por  algunos visionarios que sienten que el dolor de rodillas (de por las mañanas) no es sino aviso de que se acerca el invierno.                                                            Cuando tus hijos lucen plumas en vez de irte desplumando, ya puedes decir que la vida te ha doblado como tortilla francesa. No es malo, si no te ves a los 73 siendo portada de periódico porque has aparecido muerta y nadie sabe cómo ha sido.                                                 Los ancianos andan devaluados. Siempre lo estuvieron desde la privacidad, “el casado , casa quiere” y otros lemas consumistas que nos hicieron pasar del clan familiar a la soledad como eslogan de película americana. Ahora todos andamos solos, sin que queramos darnos cuenta.                                                                                                                                       Las parejas ya no son lo que eran y cuando los de esta generación- que sobrevivimos a los coches sin cinturón de seguridad, con más misas sordas que métodos anticonceptivos-desaparezcamos, ya no quedará nada.                                                          Quizás siempre estuvo previsto que nuestro destino fuera la soledad , para estos embriones concebidos en una época en que las guiris iban en bikinis sin que tuviesen la menor idea de a qué se debía su nombre.                                                                                         Nadie conjeturaba nada, ni había tonterías como Internet para -en vez de sacar bocado y pensar o estudiar o ver la cenefas para el próximo jersey de punto- enfrascarte en luchas verbales que no llevan a nada , con insultos de por medio porque alguien ha dicho algo que no te ha gustado.                                                                                                      Nadie sabe qué ha pasado con la anciana de 73 que se ha encontrado muerta , pero no es la primera, ni tampoco será la última en un trasiego maldito donde lo que no nos sirve -en su inmediatez- es fácilmente apartado.                                                                                        No nos son útiles la depresión, ni la tristeza, ni el desatino. Sí la juerga,  el comer, la jodienda y la apariencia. Estamos volando sin avioneta, en círculos concéntricos cada vez más bajos y allí -en el suelo- esperándonos, ya alguien ha cavado una tumba con nuestro nombre.                                                                                                                  Nuestros dioses nos han abandonado porque se hicieron viejos y murieron de tedio y oscurantismo en un geriátrico municipal, con alentadoras jovencitas de mofletes sonrosados que los sacaban a pasear en sillitas de ruedas por una módica sonrisa. Nuestra semilla se esparce por la Tierra en pequeños o grandes pies, pisadas extrañas de gente a los que rozamos cada día regalándoles nuestras epiteliales.                                        Frotarán nuestro cuerpo y no podremos quejarnos, nos moverán deseando el descanso que da la juventud, los planes y las ideas renovadoras que nacieron tan viejas como esta Tierra que nos protege y acuna aunque la odiemos.                                                              Porque nacimos oxidándonos , en aquel primer chillido, nunca llanto sino exaltación de la vida que lo es todo. Aquellos que fuimos llamados el baby boom, ahora vegetamos en despachos con aire acondicionado que lame toneladas de polvo rancio. Miramos por balcones que dan a calles que no transitamos, rompemos esquemas que seguirán igual de inalterados. Pasaremos como ellos pasaron y los que vendrán también pasarán , sin darse cuenta de que es una rueda infinita que nos diluye por gusto de vernos consumidos. No es mala venganza- tan silenciosa, tan ufana - vernos convertidos en cenizas inocuas cuando en vida fuimos libros, risas y llanto. Epiteliales de aspecto inofensivo vagando por el espacio. Colonizando nuevos mundo y sobre todo, soñando.

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