Ser mujer, es no morir
en el intento, preservarte aunque no quieras. Envejecer,
ensancharte de caderas, es entorpecer tus pasos, agarrarte a una farola sin
estar ebria. Pero aun así, corremos con los robillos torcidos, las manos
llagadas y el pulso firme, para que algunos nos digan-viéndonos- que lloramos
como plañideras. Nunca
unos insultos fueron más llaga que los que dijo Dany Grover en “El color púrpura”…
“Eres pobre, eres fea, eres negra, eres mujer, no eres na de na…”. Pero sí somos porque
aguantamos y llegamos, persistiendo. Nos
tienen miedo, tanto que nos matan, desangrándonos y embruteciéndonos,
echándonos a pelear como si fuéramos gallinas en corral ajeno. Unas contra
otras, clavándonos alfileres negros a poco que nos meneemos. Nacemos
en rosa, con corazones ablandados, con faldas plisadas y zapatos gorilas.
Lápices Carioca en la mochila y muchos lazos y trenzas y archivadores con ellos
presidiéndolo todo, porque queremos tener pareja para acurrucarnos en su pecho de
lobo. La
madre que nos tocó la pandereta nos dice- porque se lo han adoctrinado a
machucazos- que encontraremos un chulazo como nuestro padre, para que nos proteja,
como nuestros hermanos que huyen de los nidos de avispas y no terminan los
estudios, haciéndole decir a papá que es “porque las niñas no tienen nada en
qué pensar y por eso sacan mejor los exámenes”. Menstruamos en el arte de amar
con dos declinaciones aprendidas, dándonos cuenta de que las mamas estaban ahí
y han rebotado desde dentro al mismo tiempo que los moscones, la lascivia de
los amigos de papá o las machadas del instituto. Si la niña sale consentidora
de cuerpo y voluntades, elegidora de macho para el apareamiento, malo. Mala
ella y pérdida y pérfida, porque la mujer trae a casa ristras de chorizos y los
hombres solo huidas a dos manos de las pensiones alimenticias de los hijos.
Cuando disientes, tienes mala baba y si replicas eres una busca hostias, que
como las malas mujeres quieres que te la den en grande. Tu propio género te estafa,
con ellas a la cabeza, esquiroles de esta guerra inacabada que cuando yo empecé
en esto de la evolución de la palabra creí que llevaba lustros finalizada, para
darme cuenta en el día a día que persiste, se enroca y envalentona, porque hay
algunos que ven derechos solo de media planta, engendrados al parecer en penes
y flautas. Ser mujer, es aguantar a idiotas , a pencas verdes sin cocer que ven
un insulto que te llames feminista y no en que a una mujer la desplacen ,
maltraten o avillanen por el hecho de serlo. Porque ellos lo son y están
educados para serlo, pero ellas callan y les dan la razón, las maltratan y les
dan la razón y crían a los futuros maltratadores con la leche agria de sus
pechos. Ser fea, ser negra, ser pobre, ser mujer o na de na, es versículo
cotidiano en la biblia de conducir, pedir un presupuesto o simplemente intentar
mediar en una conversación, a pie de grada de baloncesto, donde a los niños se
les intenta increpar para que hagan mejor juego diciéndoles que juegan como niñas.
O en el colegio, donde las madres se enorgullecen de ese engendro que insulta
las niñas delante de ellas, diciéndole “cállate ya que tú no hablas”, igual que
se lo dice su marido a ella, cuando llega a casa. Y se perpetúa el estigma y
las hemorroides anímicas sangran y las arpías bailan el baile del engranaje
para que la maquinaria no se pare. Y aun
así, con los tobillos torcidos, pisando ciénaga, oliendo a estiércol y con los
ojos llorados, estamos. Barnizamos las puertas del cielo, porque tenemos la
llave en la guantera, mensajera de las que vendrán, de las que se fueron, de
aquellas que nos precedieron y las que nos relevarán, en este arte que es
danzar estando ebria, sin agarrarte a ninguna farola, porque todas queman. Nunca fui más fuerte que
cuando se me torció el paso, nunca cuánto más falta me hacía la esperanza,
nunca cuánto más me ahogaba el llanto.
Nos tienen tanto miedo, porque estamos y no callamos, solo prosperamos
como la yerba sembrada de amapolas, año tras año, convidadas por la primavera,
escuchando el canto de los pájaros.
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