lunes, 25 de abril de 2016

AGUANTA QUE LLEGAS


Ser mujer, es no morir en el intento, preservarte aunque no quieras.                           Envejecer, ensancharte de caderas, es entorpecer tus pasos, agarrarte a una farola sin estar ebria. Pero aun así, corremos con los robillos torcidos, las manos llagadas y el pulso firme, para que algunos nos digan-viéndonos- que lloramos como plañideras.                                        Nunca unos insultos fueron más llaga que los que dijo Dany Grover en “El color púrpura”… “Eres pobre, eres fea, eres negra, eres mujer, no eres na de na…”.                          Pero sí somos porque aguantamos y llegamos, persistiendo.                                              Nos tienen miedo, tanto que nos matan, desangrándonos y embruteciéndonos, echándonos a pelear como si fuéramos gallinas en corral ajeno. Unas contra otras, clavándonos alfileres negros a poco que nos meneemos.                                                        Nacemos en rosa, con corazones ablandados, con faldas plisadas y zapatos gorilas. Lápices Carioca en la mochila y muchos lazos y trenzas y archivadores con ellos presidiéndolo todo, porque queremos tener pareja para acurrucarnos en su pecho de lobo.                                                                                                                                             La madre que nos tocó la pandereta nos dice- porque se lo han adoctrinado a machucazos- que encontraremos un chulazo como nuestro padre, para que nos proteja, como nuestros hermanos que huyen de los nidos de avispas y no terminan los estudios, haciéndole decir a papá que es “porque las niñas no tienen nada en qué pensar y por eso sacan mejor los exámenes”. Menstruamos en el arte de amar con dos declinaciones aprendidas, dándonos cuenta de que las mamas estaban ahí y han rebotado desde dentro al mismo tiempo que los moscones, la lascivia de los amigos de papá o las machadas del instituto. Si la niña sale consentidora de cuerpo y voluntades, elegidora de macho para el apareamiento, malo. Mala ella y pérdida y pérfida, porque la mujer trae a casa ristras de chorizos y los hombres solo huidas a dos manos de las pensiones alimenticias de los hijos. Cuando disientes, tienes mala baba y si replicas eres una busca hostias, que como las malas mujeres quieres que te la den en grande. Tu propio género te estafa, con ellas a la cabeza, esquiroles de esta guerra inacabada que cuando yo empecé en esto de la evolución de la palabra creí que llevaba lustros finalizada, para darme cuenta en el día a día que persiste, se enroca y envalentona, porque hay algunos que ven derechos solo de media planta, engendrados al parecer en penes y flautas. Ser mujer, es aguantar a idiotas , a pencas verdes sin cocer que ven un insulto que te llames feminista y no en que a una mujer la desplacen , maltraten o avillanen por el hecho de serlo. Porque ellos lo son y están educados para serlo, pero ellas callan y les dan la razón, las maltratan y les dan la razón y crían a los futuros maltratadores con la leche agria de sus pechos. Ser fea, ser negra, ser pobre, ser mujer o na de na, es versículo cotidiano en la biblia de conducir, pedir un presupuesto o simplemente intentar mediar en una conversación, a pie de grada de baloncesto, donde a los niños se les intenta increpar para que hagan mejor juego diciéndoles que juegan como niñas. O en el colegio, donde las madres se enorgullecen de ese engendro que insulta las niñas delante de ellas, diciéndole “cállate ya que tú no hablas”, igual que se lo dice su marido a ella, cuando llega a casa. Y se perpetúa el estigma y las hemorroides anímicas sangran y las arpías bailan el baile del engranaje para que la maquinaria no se pare.  Y aun así, con los tobillos torcidos, pisando ciénaga, oliendo a estiércol y con los ojos llorados, estamos. Barnizamos las puertas del cielo, porque tenemos la llave en la guantera, mensajera de las que vendrán, de las que se fueron, de aquellas que nos precedieron y las que nos relevarán, en este arte que es danzar estando ebria, sin agarrarte a ninguna farola, porque todas queman.                 Nunca fui más fuerte que cuando se me torció el paso, nunca cuánto más falta me hacía la esperanza, nunca cuánto más me ahogaba el llanto.                                                         Nos tienen tanto miedo, porque estamos y no callamos, solo prosperamos como la yerba sembrada de amapolas, año tras año, convidadas por la primavera, escuchando el canto de los pájaros.

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