lunes, 19 de octubre de 2015

LA ÉPOCA ANTERIOR


Brenda Gómez , la nueva redactora jefe del Viva Cádiz, me trae esencias del Puerto información y de Josefina Escudero. Si me esfuerzo, seguro que Brenda también, aún puedo oír la voz de la que entonces era redactora jefe , bajita como un susurro y su risa de arrullo y sus ganas de componer una editorial ,  cuando ya estaba el barco tocado.            No puedo por menos que vernos en la primera entrevista en el Hotel Santa María, al costado del edificio donde se desentrañaba la actualidad portuense, tomándonos algo con que convidar las ganas por escribir en prensa.                                                                 Cada una de las veces que entré a colaborar con un medio sentí la misma emoción, que ese día, el mismo sentimiento reconfortante, al oír, lo que me repitió Brenda al hacerse cargo del Viva, que lo que yo hacía le gustaba.                                                                   Es importante que lo que hagas guste, sobre todo si estás en esto que es oficio y que nos siembra de esa soberbia que la Quirós , ahora de tertulias radiofónicas, dice que es propia de los de nuestra cofradía. No sé los peces grandes, que como nado en estanques pequeños que me aprovisionan de plancton que degusto,  la soberbia se me escurre por los contramuslos, cada vez que miro las vallas que no salto.                                                                                                       La artrosis mental es materia fecal para nosotros que no queremos marcar la diferencia entre escribir por gusto al arte y hartarnos de escribir por salir en las páginas de un periódico. Josefina dio de comer carne a un peluche negro con cara de Chucky que se escondía entre las sombras de cuentos y premios literarios de lugares más o menos conocidos.                                                                                                                                Creo la novia de Frankstein , dejándome hambrienta de líneas y párrafos que tuvieran que ver con la actualidad y que cosecharan, al menos, las ganas de no pasar a otra página, en un suspiro.                                                                                                                Había límites que no cruzar, como en el Noticias locales de donde salí a la francesa, después de haberle echado valor y haber aguantado marchas procesionales siempre colgada de un teléfono y un email sin verles las caras, ni alternar en los condumios.               No soy de mucho salir a eventos, ni de cultureizar, palabro de muchas declinaciones, estigmatizado por cabezas que buscan más salir en los rótulos que estar orgullosos de lo que se pone sobre la blanquilla. No me gustan las reuniones y si las charlas de poca gente, los eventos al modo bohemio del taller enano de la plaza Candelaria de Julián delgado, donde nadie te conoce , ni te tira de la manga. Soy ermitaña de condición, molusco de piedra dura,  por eso me gratifica cuando alguien gusta de mi trabajo más que de mi sonrisa o de mi apariencia. Lo que la Quirós llama soberbia del escritor, lo he visto en certámenes , en paseillos, de gente tímida y no tanto, en los rebujones que se dan con los del jurado y en los apretones de manos, o copas de madrugada cuando con la boca pequeña te dicen que te quedes, pretextando tú que vienes con niños y ellos suspirando reconfortados. La cultureidad está muy sobrevalorada como la delgadez, el dinero y la modernidad o el populismo. Hay más bocachancla en esto que en la política que ya es decir. Pero también hay esfuerzo, atletismo de palabras, trabajo, trabajo y más trabajo, para que la perra de la inspiración no te coja por los cuernos, sino que te la cojas tú a ella. Sexo de mandamiento de guardar porque siempre estás pensando en eso, en escribir, en fabular, en contar historias y en como decía Manu Garro del Cádiz información que salia a diario, poner la vena sentimental a ver si averiguamos qué tiene hoy la columnista. Por eso no te importan los días ni que te hereden en tu sitio redactor tras redactor, porque Alcántara se fue con 83 años, profesión ésta nuestra que te coge muriéndote con la pluma en la mano.                                                                                 Me ha recordado Brenda tantas cosas, porque hace tanto que se fue, tanto que cambiamos, tanto que me duelen las yemas de los dedos, por no escribir cuanto quiero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario