Siempre
ha habido pelusas bajo la alfombra, pero ahora existe la aspiradora. Los niños
se enganchan al Internet en vez de darle a la teta . Las parejas son infieles
con citas a la carta, en perfiles de amantes incorruptos. Luego sale en portada
y las caras se esconden , para jugar al quién es quién. No cambia nada. Antes se burlaba la bajeza y ahora se hace reality, para
que veamos vomitar lacra. Antes se guardaban bajo llave a los enfermos de Down, ahora se eliminan
quirúrgicamente. No es critica, es vaciedad, de ver correr el calendario, sin
que se detenga en las paradas.
Es el
nuevo curso que nos rechina las cejas, nos angustia el paladar y nos destila de
las ubres, cerveza negra.
Los niños han crecido,
pero no han prosperado, solo como mucho han emigrado o nos han vaciado la
nevera o las cuentas sin ahorros.
Nos vaciarán mas aún las expectativas, los de sucesiones, dejándonos
lastrados y con las bragas viejas, de una herencia que se quedará apalancada ,
porque no podremos pagar en impuestos, lo que en vida sudaron nuestros
padres.
Somos andaluces de andar por patas, de esquilmar las salidas laborales,
los trabajos y el futuro. Sin
independencia que nos guarde, ni miras altas de volar por las Europas.
Andarines atravesados , con chancletas de playa, que no encontraremos Gondor
por mucho que miremos en el mapa.
No hemos encendido la aspiradora, por no dar que hablar, que estamos
acomodados a este sufrir sin tener que cambiarnos más que la chaqueta.
Se acerca el invierno y habrá febrero, colgarán los pies de los puentes,
que atraviesan las Bahías. Las sonrisas relucirán más que los cien días, más que
el botox iluminado, más que las panderetas descoloridas.
Siempre ha habido pelusas bajo la alfombra, solo que antes no existía la
aspiradora. La gente se moría de cáncer, pero no se sabía, porque callaban, como
la que le arreaban solo volver el maromo del trabajo. Los vecinos se reunían a
las puertas de sus casas , bebiendo
bitter kas y contándose los chismes, callando la verdad que se escondía en los
flecos de las enaguas. Los niños amorataban sus bocas y troceaban sus ganas,
viéndolos a ellos, padres hirsutos y jaleables, de prensa antigua reciclada.
Eso antes. Con corruptos de medalla conmemorativa, con ladrones de guante
blanco, con cárceles pregonadoras, con alicates por verdades. Ahora intentamos
respirar para ahogarnos en vaciedades, para mutar las yemas de los dedos por
mensajes encriptados en quince caracteres. Para decirle amigo al que no
ves, sin saber que un abrazo da más
calor que un abrigo de chinchilla. El toro se fue muriendo solito
y lo vimos y nos dio pena, porque lo escaneamos, la aspiradora funcionó y
criticamos, denunciamos y boqueamos. El conejo al ajillo, los huevos que puso
la gallina o el cerdo que churritó, nos la voló, porque no se filmó para no
quitarnos las ganas, de comérnoslos con papas.
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