En un futuro no tan
lejano viviremos entre murallas. No sé tras cuales estarán ustedes ni frente a
cuales estaré yo, pero estaremos. Ya las hay, no físicas sino geopolíticas y
sobre todo sociales.
Se
derribó el muro de Berlín y se quiso acabar con la amenaza de una guerra
nuclear y ahora nos apuntan los misiles soviéticos, con la mirilla puesta en
nuestro patio de macetas.
Hungría no es único en expresar que no quiere refugiados, nosotros
tampoco, si no porqué las concertinas, desparramando carne africana. Somos
muchos y abultamos, sin posibilidades de viajar porque Marte es una ficción a
la que no se puede expulsar a nadie. Pero no se me arruguen que siempre hay
esperanza. El módulo Philae manda datos de cómo se construyeron los planetas. Así
empezó el imperio naval de los romanos, desguazando buques fenicios a fuerza de
destripar tablones engranados y pez negra. Las
murallas existen e irán a más porque queremos proteger lo que tenemos de las
hordas de ogros que empujan a las masas que vienen a comerse nuestra despensa.
No nos da pena, ni siquiera a
los que deberían por conciencia, porque nos despellejamos de ella untándonos en
cremas de cien euros. Vivimos bien, aunque nos quejemos y la patética estampa
de los campos de refugiados, de los desmanes de las hordas y de los niños
transportados por famélicas manos, nos la pela, tanto o mas que suba o baje la
bolsa, muchísimo menos que quién gane nuestro reality favorito. Nos enlutamos
la frente con teleseries americanas o japonesas, nos atufamos el olfato y solo
creemos en nosotros mismos, espermatozoides privilegiados que llegaron a la
meta del Estado del bienestar, tan precario como un resoplido en las bolsas
europeas. Tendremos que hacer más alta la muralla, más sordo el oído a los
gritos, más templanza a la desesperanza y sobre todo, dejar de ver el
noticiario a la hora de la comida que dan muchas noticias desagradables que nos
quitan el apetito. Las hordas de ogros están avanzando y las preceden ellos,
los innombrables, los apestados, los vencidos , quedando atrás solo los
muertos. Las ciudades están rotas, desvencijadas y no se reconstruyen porque no
valen nada, en cambio los escenarios de películas, las grandes
macro-producciones viven el sueño dorado de la eternidad efímera. Somos tan
necios siendo que parecemos muñecos en el tendedero, con la ropa empapada de
agua y el pelo descompuesto. Miramos
para todas partes pero no vemos, solo consumimos, despeñamos y volvemos a
consumir, tirándonos a nosotros mismos por la cuesta que nos lleva a la
realidad esclava, a los otros que son como nosotros, dos pies y dos manos. Nos
apuntan misiles y estamos en guerra, solo que aún no hemos caído y por eso no
nos damos cuenta. Las hordas esperan. Ellos siempre esperan, que la carne
desvencijada de los rotos caiga sobre nuestras cabezas.
"... queremos proteger lo que tenemos de las hordas de ogros que empujan a las masas que vienen a comerse nuestra despensa. "
ResponderEliminarEn realidad nuestra despensa (la de los paises dearrollados) está llena merced al saqueo de las despensas de los paises de donde proceden esas hordas de ogros, ademas horriblemente islamicos, por supuesto.