La tarde del día tres,
el Puerto ardía en llamas, el cielo se desplomaba entero sobre tejados y
azoteas, y el Caballito, en su cama de la calle Cruces, cruzaba hacia el otro
lado, donde no hay aceras. No se ha llevado el dinero de la indemnización que
ganó en cárceles y broncas sentidas, que si en Puerto- dos no te impones,
terminas con el alma encogida y el serete apalabrado. Se ha llevado la otra
cara, la de la media fama que da que le ganes un pleito a la desfachatez de llamarte
culpable , porque eres estrábico y hay a una testigo que le daba cosa llamarle
tuerto , al que la había violado. Luego se le inculpó, se autoinculpó y fue a
chirona, pero desde el principio fue inocente. No sé si el dinero le compensaría,
pero al menos le sacó fruto y lo disfrutó, en este poco tiempo en el que lo
tuvo de su parte. También tuvo a la familia y a los amigos, y a la prensa que
quiso saber cómo de oscuro era el otro lado de la luna. La calle Cruces le
convidaba a Ricardi a reflexionar sobre su vida, a verle pasar página y a
entender como el pollito del cuento , que ni es tu enemigo quien te tira a la
mierda, ni tu amigo quien te saca de ella. Porque el Caballito le ganó la
batalla a los propios tribunales, a los jueces y los de investigación y cobró
pasta gansa, que luego le reclamó, su propia hija , para gestionarla. Ricardi
pasó los trece años encerrado injustamente entre rejas, pero luego al salir
millonario en euros, pudo ver la codicia de fuera, el cambio de caretas, el ser
seguido, mimado y adulado, sacando en conclusiones, que lo mismo, había más sinvergüenza
y tirado, fuera que dentro. Sabemos que no son todos los que están, dentro de
los muros de rejas, ni están todos los que lo son, porque lo de Ricardi no nos
abrió los ojos sino que nos dio incontinencia, verborrea y páginas para decir
lo muy obvio, que hasta los muy despiertos la yerran. Pero una inspectora se
obstinó y se puso de cebo y sacó ADN de la chistera y lo tuvieron que exculpar
y coger a otro bendito que ya estaba entre rejas y que seguía convidando a
violaciones , a toda infeliz que le tuviera cerca. Por eso Ricardi salió, por
eso los abogados le buscaron el dinero de la indemnización, por eso tuvo amigos
que desconocía y se pudo comprar el piso de la calle Cruces, donde ha muerto
durmiendo la siesta. No pudo casarse con su pareja y ya los hijos van a su
funeral para reclamar la herencia, ya Ricardi va en pos de los angelitos, a un
cielo que nunca quiso cerca, porque era hombre visionario de pasajes
tranquilos, con estrés traumático, pero no lelo, administrador de su fortuna,
escamoteada de violencias .
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