jueves, 12 de junio de 2014

LOS OCULTOS

Una vez que fui a tomar un café con unas amigas, llegó otra a la que yo conocía de antiguo, pero que hacía mucho tiempo que no veía. Me contó cómo le iba la vida y triunfaba en ese difícil baile que es tener una vida completa, como mujer, trabajadora y madre. Todo le iba bien, pero al irnos, se levantó las mangas de la rebeca, que llevaba en pleno agosto, enseñándome moratones de todos los tonos y dijo: “Esto me lo ha hecho mi hijo”.  Durante mucho tiempo, la idea me chocó tanto que no podía concebirla, porque si me parece demencial que un hombre pegara a una mujer, más aún si ésta era su madre. Pero tuve que abrirme los ojos con cuchillas afiladas, cuando otra amiga, en plena confesión digital, me dijo que a ella le pasaba lo mismo y encima le achacaban que era una mala madre , porque había pedido una orden de alejamiento. El otro día , en el cierre de la temporada deportiva, una profesora se quejó, sin darle bombo , de lo mismo. Y existen y están ahí, en nuestras propias casa, alimentándose con el síndrome del niño emperador y esperando agazapados , metidos en su inmundicia, su miedo y la ansiedad que les da hacerse mayores por fuera y no por dentro.                       Todos sabemos que la adolescencia es un reto, que hay que enfrentar con armas decisivas como la comprensión, la ayuda y también los límites, pero estos niños se los saltan como si fueran concertinas que se les clavan en el alma, pero que pasan , porque se sienten atrapados , confusos y muy dolidos. Hay una impotencia, un desdén, que los rige y es objetivo prioritario de los padres ayudarles, encontrándose muchas veces en un dique seco, con agua estancada y podrida, en la que se ahogan. Pueden venir del seno de una educación autoritaria o de una permisiva, pero siempre tienen rasgos afines que los identifican, como el temperamento impulsivo , exento de interiorizar las normas más básicas, con una identidad frágil y dependiente, dentro de un conflicto interior, que solo ellos entienden. En los casos que conozco, curiosamente, se repiten conductas de maltrato machista, pues es a mujeres, que están por encima de ellos en autoridad , como madres e incluso profesoras, a las que agreden, física y verbalmente, desautorizándolas y vejándolas, porque cuando hay hombres que se presentan, para atajar el conflicto,  el rol chulito baja de tono y entra en decadencia, bien físicamente, con lloros histéricos y quejas lastimeras o incluso con abandono de postura o huida. Es verdad que existe la adolescencia, es verdad que hay transformaciones, pero no en hombres lobo, no en asesinos familiares cargados de decepciones, desilusiones y dolor. Porque esas no las podemos permitir, no debemos ocultar el dolor, como con las hemorroides, porque había pena en los ojos de ella, había frustración en los mensajes de aquella otra,  y escozor y rencor, en las pupilas de la profesora.

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