El guardacoches del
Hospital de Puerto Real, camina con dos muletas. Nada le vale la minuciosidad
en el cuidado de los coches, ni el empujarlos con la marcha calada, para
ganarse un mísero euro, porque renquean a dos voluntades, los muchos que aparcan
sin estilo, sesteando un dinero , que no cambia de bolsillo. Haga sol o duerma
luna, los pasillos de los hospitales, están en vela y las enfermeras cansadas y
los enfermos abatidos y los celadores tristes y la cafetería en cola peregrina,
que escamotean los centavos, regateándoselos a la cajera. Tenemos tiña en el alma y nos pesa, como nos
pesa el elegir y nos pesa enfermar y morir y lloramos de pena, no por nuestros
muertos , sino por lo poco que nos queda de vivos. Vivimos en una constante
lucha de céntimos de euros, de regateos constantes , de camas plisadas y turnos
convenidos, con verbenas a puerta de quirófanos , porque los que nos duelen no
salen, sino que entran , a borbotones de camillas. La unidad de recuperación es
apeadero de trasiegos, de caminantes sin rumbo fijo, también de miradas que se
pierden , donde la letras convergen formando un Quirófano, con caracteres restringidos.
Es la enfermedad, una locura. La locura, un precio, y el precio de vivir , amar
, por ser tan necio de no darte por perdido , cuando aún no estás muerto. Es el
hospital , un viadero de voluntades, un voladero de ideas, un callar por no
decir nada y un llorar y un clamar y un suspirar y un esperar , adobado por
pasos blancos enchancletados , con barquillas zapateras, que lamen el suelo de
cera , en mopa guarnecida. Son ventanas que dan a patios, patios que abren ojos
a cielos y enfermos en uniforme de batalla con la vida , que miran por las
ventanas. Son enfermeritos guapos, que se resisten al sexismo de llamarse enfermeras,
enfermeras que sonríen y estudian , enfermos que ayer fueron de prácticas,
enfermeros, y todos juntos, ponen la antena en el cielo raso , para terminar
cuanto antes las prácticas , sacar el curso y marcharse fuera… Adonde sea, que
haya algo que llevarse a la nevera. Se nos está yendo la arena , entre las
grietas de los dedos, en los hijos que se nos hacen mayores, en las arrugas
canas del cabello, en la amargura y el desamor, en los michelines del aliento.
Y mientras , en el aparcamiento, el guardacoches mira sin verlos, a los que le
pasan por el lado, sin apear, un euro. Entaconados, los muslos prietos, los
cuerpos en alza, porque van de visiteo y los ascensores confluyen y vomitan
paseos y pocas flores y menos regalos, que ya el céntimo está desprevenido y no
hay que soltarlo , que, con unos pocos, se mete un café de máquina , en el
burladero. Máquina de café, que entibia a los médicos, tras las puertas que
separan , a los que esperan .
Duele la miseria empapada de esta visita al hospital que apenas puede ya dejar evocar la pena por la muerte y la cercenada vida.
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