No había brujas, ni
vampiros, ni seres de ultratumba, solo él, que rezumaba sangre en el asfalto.
En la barriada del Jardín de Málaga todo era silencio, con casas habitadas por
gente trabajada que tiene que dormir profundo. Por eso, solo un vecino supo del
suceso. “Creí que era una maceta que se había caído por el viento”, diría,
después a la policía. “Pero si no hace ni viento”, se dijo en silencio y le dio
por mirar y vio al muerto tendido…”¡¡¡Joder es Pepe!!!”, exclamó y un escalofrío
de muerte, le recorrió el cuerpo. La vecina del segundo, estaba viendo una
película y al sentir el golpe, se temió que le quisieran entrar a robar en su
piso. Miró también y se quedó de sal, por lo que fue su marido el que acudió,
dio parte a una ambulancia y se quedó con el cuerpo. Pepe
había saltado. Llegó la policía, golpeó a la puerta de su piso, llamó al teléfono de su mujer y entonces, al
escucharlo dentro, se lo temieron, porque antes lo habían visto. Porque los cobardes,
siempre mueren dos veces. Charo estaba muerta, sentada en el sofá, con las
zapatillas puestas, cosidos a puñaladas, el tórax, el cuello, las manos y los
antebrazos, para quitarse de sí, la desangrada que le dispensaba Pepe, con tan
gran alegría. Luego se le pasó la euforia y se sintió culpable, la miró y no quiso pasar por Comisaria. Pensó en
colgarse del ventilador del techo, pero éste se soltó de su culpa y lo llevó,
de golpe, de nuevo, a la realidad de lo que había hecho. Porque Charo lo miraba
muerta y ensangrentada desde el sofalito. Se quiso rajar el cuello, pero le
dolía, porque era su carne y no la de Charo la que hería, así que se fue para
el balcón , lo abrió, tomó impulso y se tiró, diez horas tarde, que era el
cómputo de las que Charo , llevaba muerta. La policía cree que la mató porque
lo echó de casa, pero no fue por eso, la mató , porque era un desgraciado.
Porque ella lo había cuidado cuando estaba enfermo, lo había metido en su casa ,
cuando no tenía donde caerse muerto y luego la había cansado. Su relación
estaba rota, desde hacía mucho tiempo y
le había dicho “vete ya , que me tienes muy harta”, a lo que él había
contestado que “la iba a rajar hasta dejarla seca”. Seca , la dejó , manchado
el sofá de la salita, de sangre fresca y ajena, con los vecinos asustados, el
crimen de boca en boca, el marido de Mari Ángeles, la del segundo, con el miedo
de corbata y el puzle del suicida recorriéndole el cerebro, en cuanto cierra
los ojos. Y Alfonso, el que creyó que era una maceta caída, se conjetura por
qué pasan estas cosas, porque parecían normales y ahora están muertos, “con lo
fácil que es coger la puerta e irte, cuando ya no te quieren”.
No debe ser tan fácil y ni siquiera los vecinos del cuarto son tan normales.
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