martes, 10 de enero de 2012

LA MEJOR PROFESIÓN DEL MUNDO


Si me siguen llegando correitos ofreciéndome la mejor profesión del mundo, voy a salir llorando, porque ésta que tengo no es que sea mala, es que no existe.

Antes puede que sí que existiera en la época de Delibes o incluso de Umbral , cuando los concursos eran de sacar gente fuera y de buscar , o mejor dicho, encontrar genios que nos hicieran soñar con la pluma. Ahora con la pluma solo nos hacen soñar, los alegres chicos y chicas, de las carrozas, del día del orgullo.

Desde el premio a Jesús Ferrero, que me dio por retornar la esperanza a que los concursos encontraban petroleo, ando cabizbaja y vencida, porque lo de Pombo no tiene nombre y sí titulares.

A mi me gusta concursar, más que nada por los lectores, por llegar a ellos, no por los premios en sí, y sí por la publicación, que la mayoría de las veces se hace cuesta arriba, no se distribuye como debiera y se te queda roto el sueño, algunas veces, hasta antes de haber empezado a fraguarse. Los jurados son parciales y es que lo tienen que ser por fuerza, ya me dirás si cada uno no somos de nuestro padre y nuestra madre y un premio concedido no es más que el gusto de tres , cuatro o cinco personas, que componen ese jurado que lo ha concedido.

Los lectores, como les decía , sí que te inspiran, muchas cosas y te levantan la moral y te dejan sorprendido y regustado, como los gatos ante un buen plato de leche calentita.

No es hacer pelota, ya me dirán qué gano, sino realidad, porque es la lectura el premio final, no los royaltis, sean lo que sean, que yo jamás los he catado.

La lectura te mete de extranjis en un mundo que no conocías, en una mente que no es la tuya y que te hace olvidar o recordar, o lo más grande, emocionarte.

Yo ya no sé que es esto que hago y que no me da para comer y sí para penar sin estar muerta, pero sí siendo un espectro. No será la mejor profesión del mundo, de eso no hay ninguna duda, ni creo que nadie me contradiga, pero lo que está claro es que es la mía, la mía y la de tantos otros que dan el paso y se les atraganta el abismo de tener que hacer horas en otras cosas, para buscarse el condumio, pensando siempre en lo mismo, en esa historia, en ese guión, en esa poesía, que, después, se borra en el trabajo cotidiano o no encuentra quién la publique y se queda en la red, medio dormida o en un archivo del ordenador o cabizbaja y muerta, como quien la escribió, pobre y patética criatura que soñó con que los concursos encontraban petroleo y que los lectores estaban ahí , sin dinero de peaje, sino con ojos y sentidos , prestos a meterse en una buena historia, solo escrita para ellos.

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